domingo, 10 de octubre de 2021

Qué triste es la ignorancia


          No me gusta mucho hablar de política, o quizá sí, pero solo con los buenos amigos. Con esos a los que conoces y que te conocen tan bien que solo te retiran el saludo hasta el postre o como mucho hasta el postre de mañana o pasado. Me parece una pérdida de tiempo monumental exponer tu opinión a quien solo quiere a su vez exponer la suya sin que ninguno de los dos esté dispuesto a escuchar en realidad.
          Cuando mi hija me fabricó esto del facebook me hice el firme propósito de no dedicarme a opinar (¡JA! Tan firme como el de adelgazar, hacer deporte o estudiar). Pero estos días de crispación con autonomías, días de la Hispanidad y caterva opinante múltiple "parriba" y "pabajo", no me puedo resistir a sentar mi catedra yo también.
          En mi familia, como buenos gallegos y españoles que somos, siempre nos ha gustado mucho esto de opinar; y opinar de sobremesa lo que más. Como cualquier otra familia de rancio abolengo que se precie, nuestras tertulias se solían iniciar alrededor de la mesa de las cartas (una mesa gigante de comedor en la que textualmente se levantaba el mantel que se trasladaba a otra mesa más pequeña con todo el contenido en su interior, garantía indiscutible de prontitud a la hora de recolocarse a toda prisa para cenar) sobre el tapete la baraja, el café de pota y las copas con licor. Lo de la paridad se inventó en mi casa y el reparto era y será para todos igual; hombres y mujeres: el café con tizón y solo, el licor aguardiente de orujo o guindas. Como dijo una vez una de mis primas cuyo nombre no estoy autoriza a citar aquí: " Si no aguantas un orujo cámbiate de apellido. Te habremos recogido del huerto o algo así".
          En casa nunca hemos sido de Mus o Bridge, a nosotros siempre nos motivó mucho más el muy noble deporte olímpico de la Brisca o Barulleira, que te permite las siempre atléticas licencias de bailar alrededor de la silla o pasar la baraja por debajo del trasero ya sea para cambiar la suerte o para celebrarla.
          En esas interminables partidas se iniciaban a menudo tertulias de dispares temas y participantes que permitían como en cualquier otro deporte que se precie, tiempos muertos y cambios de jugadores.
          A mi abuelo, que había dado la vuelta al mundo varias veces en un carguero, le encantaba jugar y opinar, pero muchas veces, cuando la conversación superaba sus conocimientos, se quedaba escuchando muy atento, con un gesto serio y preocupado que casi no se le veía en ninguna otra ocasión, se servía una copa de orujo y decía sacudiendo la cabeza y casi susurrando para sí "Qué triste é a ignorancia."
          Lo recuerdo muchas veces estos días, lo recuerdo en mi propia ignorancia y en la de los demás. Lo recuerdo cuando veo a todos esos tertulianos rebozados en la magnitud de sus tonterías que son como decía mi abuela "mi niñita resalá, lista pa to, sabia pa ná". Ufanos en su afán de crispar todo un mundo a su alrededor sin medir más consecuencias que la satisfacción de su minuto de relumbrón.
          Es fácil crisparse ante este espectáculo de la sinrazón. Pero por fin he comprendido qué nos pasa. Hemos perdido la educación en el respeto. No somos capaces de compartir, tan solo sabemos imponer. Así que yo he decidido relajarme y cada vez que se me pase por la cabeza aquello de... "si pillo a este lo..." pensaré que si pillo a este que me crispa o me enerva... voy y lo ignoro. A estas edades los infartos si han de venir que vengan a lomos de un buen cocido seguido de sus freixos, su orujo y su Brisca, y no por una opinión política de menos o de más. No quisiera yo que allá donde esté pueda mi abuelo avergonzarse por verme alardear en mi ignorancia.


Publicado por Farela.

8 comentarios:

  1. Fantástico, como siempre niña. Besitos para todos. 😘 😘

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    1. Muchas gracias y perdón por la demora en contestar. Un abrazo enorme

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  2. Me encanta como escribes y desgranas con una cotidianeidad tan nuestra, tan cada vez más escasa una realidad que nos envuelve y nos retira de lo que siempre fue nuestro faro más preciado: la familia. En ella uno siempre podía encontrar aquellos " bastiones" de sabiduría y amor que eran capaces de ponernos los pies en la tierra. Gracias Mati por tus breves, pero intensos relatos cargados de ideas que nos despiertan w invitan a la reflexión. Un abrazo de Mariela desde Asturias.

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    1. Muchisimas gracias Mariela, estas son las cosas más bonitas de tener un blog, sentirte acompañado en todo momento por las personas con las que compartes pensamientos y sensaciones. Un abrazo

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  3. Y como tú, muchos, cada vez más, que prefieren callarse.
    Lo peor de todo es que, me sospecho, son los que más tienen qué decir.

    Gracias

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    1. Graicas a tí Alberto, por tus palabra y por muchas otras cosas, porque este blog no existiría sin tu impulso, por mi nombre en ese apartado de tu libro en el que no merezco figurar para nada y porque eres de esas personas que siempre siento cerca. Un besazo enorme

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  4. Respuestas
    1. Los más sabios sin lugar a dudas. Que penita que se nos olviden tantas cosas que nos enseñaron. Un abrazo

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