Me
he acostumbrado a que no estés. Duele, tu presencia siempre ausente me parte el
alma. He recorrido descalza un vasto arenal donde se han clavado en mis pies
todos y cada uno de los guijarros de la señora Kübler-Ross. Ha dejado de
parecerme mentira que todo esto te esté sucediendo a ti: ingeniosa, creativa,
disimulando cada día los recovecos de tu alma soñadora. Ya no me enfurezco
pensando en los hijos de puta que asesinan, violan, masacran... pero se mueren plácidamente
en sus camas, sin perder la lucidez ni por un solo instante, mientras tú,
generosa sin límites, cariñosa sin límites, te consumes en una derrota sin
destino deshaciendo en mil girones las velas de tu alma. Ya no me valen los “al
menos” ni los “mientras tanto” y ya solo lloro cuando tropezamos en un escalón
que nos acerca un poquito más al infierno del no ser. Y ahora, que ya me he
acostumbrado a que no estés, no me queda nada, porque después de la aceptación
solo existe el vacío. La nada. La certeza de que no volverás y a veces, muy
pocas veces, la esperanza de que esa parte de ti que ya se ha ido va
acumulándose en algún lugar, como pequeñas gotas de rocío deslizándose en un
matraz donde a medida que desapareces vuelves a condensarte. Donde algún día
puedas volver a ser tú y puedas volver a abrazarme.
Publicado por Farela
🥺
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