domingo, 1 de octubre de 2023

Marcos y las abejas

 

Tengo un muy buen amigo al que conozco desde los siete años. Bueno, desde que yo tenía siete y el ocho, que siempre le ha gustado llegar antes a según qué cosas. Pasamos juntos toda la EGB, el bachillerato, el COU y cursamos juntos la misma carrera. Estudiamos juntos el MIR y lo aprobamos a la vez. Y me enorgullezco de ser su amigo y de que hayamos mantenido la amistad a pesar de los años, de la distancia y de todos los golpes y los roces con que ha querido agraciarnos la vida en ese tiempo.

Dicen nuestras respectivas mujeres que somos muy parecidos. Si ellas lo dicen será verdad. Aunque él es hiperactivo y casi vigoréxico y yo soy más sedentario que los bancos del parque. Él es sumamente práctico y yo soy muy fantasioso. Él es tremendamente lógico y racional y yo soy más bien místico. Pero bueno, según nuestras mujeres somos iguales.

El caso es que como digo él es muy lógico y racional, e incluso presume de no creer en nada que no pueda ser explicado por la ciencia y la razón. Qué le vamos a hacer, cada uno tenemos lo nuestro. Pero no hace mucho tuvo una experiencia con las abejas que tal vez agrietó un poco esas seguridades. Aunque tal vez sólo fuera casualidad o suerte… pero parafraseando a Obi-Wan Kenobi “en mi experiencia, la suerte no existe”.

Las abejas siempre nos han maravillado a los seres humanos. Primero por la producción de la miel y por todos los usos que hacemos con ella, pero fundamentalmente por las sociedades que crean en sus colmenas, por las magníficas construcciones hexagonales de sus panales, por su laboriosidad y por ese espíritu que trasmiten de colectividad perfecta en la que cada individuo es capaz de darlo todo, incluso su vida, por la comunidad.

Hasta tal punto es así que ya hay pinturas rupestres de hace unos 10000 años en las que se representan a personas cosechando miel. Y los egipcios las plasmaron en sus tumbas como símbolo del alma de los difuntos. Además, creían que las abejas procedían de las lágrimas del dios Ra, y por consiguiente la cera y la miel eran un regalo de los dioses. No eran los únicos, pues otros muchos pueblos consideraban a las abejas y a la miel como un regalo divino. Y no es para menos pues la miel, desde la antigüedad, ha sido usada no solo como alimento, sino también como componente de múltiples remedios sanatorios, como ingrediente fundamental en la fabricación del hidromiel, la primera bebida alcohólica de la humanidad, e incluso para embalsamar a los muertos.

Sea como fuere, las abejas han formado parte de panteones mitológicos, de incontables leyendas y hasta en el cristianismo se las ha visto como símbolo de Cristo y de las virtudes cristianas. Y además de todo ello, en la tradición popular de muchos pueblos, han sido consideradas mensajeros de los dioses y de los muertos de la familia, que las utilizan para trasmitir mensajes a sus parientes vivos.

Desconozco si el padre de mi amigo conoció en vida algunas de estas historias o leyendas. Lo cierto es que era apicultor por tradición y por vocación.

Era un hombre fibroso y sensato, en el que muy bien se pudo inspirar Labordeta para decir aquello de “suaves como la arcilla, duros del roquedal”. Y siempre le gustó la apicultura. Incluso fabricaba sus propias arnas (colmenas) con madera o con cañas, barro y güeña de vaca.

La vida lo llevó laboralmente por otros derroteros, pero siempre disfrutó cuidando sus colmenas y a sus abejas. Y a su manera intentó trasmitirles esa afición a sus hijos. Pero bueno, cada cual tiene sus gustos y sus posibilidades.

El caso es que mi amigo, tras la muerte de su padre, dejó de cuidar colmenas y se dedicó a cuidar ancianos. Desarrolló otros gustos y otras aficiones. Pero, aunque los años fueron pasando nunca olvidó las enseñanzas recibidas sobre las abejas.

Recientemente mi amigo empezó a tener diferentes problemas de salud, en parte por el estrés acumulado, (que los últimos tiempos no han sido fáciles para nadie, pero para él fueron especialmente duros), y por los años, que no pasan en balde, aunque él intente resistirse.

Y cuando los achaques lo atacaban por diferentes frentes, a cuál más molesto e inoportuno, y como mi amigo intentara rehuirlos y obviarlos y seguir viviendo y trabajando como si tuviera veinte años, la naturaleza y su cuerpo decidieron darle algo más que un toque de atención.

Todos nos preocupamos cuando los especialistas nos hablan de esperar el resultado de diferentes pruebas, pero sobre todo cuando nombran la palabra biopsia. Y más si eres profesional sanitario y sabes perfectamente lo que puede suponer determinado resultado.

Así que pintaban bastos.

Y entonces aparecieron las abejas. En medio de toda aquella vorágine de noticias preocupantes y esperas prolongadas, de malestares y contrariedades sin fin, en el jardín de su casa, pegadas al tronco de uno de sus árboles, apareció un pequeño enjambre que empezó a crear una modesta colmena, aunque no fuera precisamente la época habitual en que suelen hacerlo.

A cualquier otro eso le hubiera supuesto una preocupación y un agobio más. Pero para mi amigo, acostumbrado a cuidar abejas con su padre en su juventud, aquello fue una sorpresa agradable y estimulante. En seguida, tal como es, se puso a hacer planes para alimentar a las abejas, para aportarles miel en el próximo y cercano invierno, para adecuarles el lugar a fin de que estuvieran más abrigadas, e incluso se planteó el trasladar el pequeño enjambre y su primitiva morada a una colmena de madera, con el fin de que estuviesen más resguardadas, tal como le había enseñado su padre.

Además de solazarle la mente y de apartar de sus pensamientos los negros nubarrones que lo atormentaban, la observación de aquellas abejas y los proyectos sobre cómo cuidarlas, le trajeron recuerdos de infancia y juventud junto a su padre que hicieron que los días pasaran más distraídos y si no olvidar, sí que al menos sobrellevar mejor todos los acontecimientos, las preocupaciones, las esperas y los malestares.

Y llegó el día de la consulta con el especialista y de recoger los ansiados y temidos resultados. Y allí estaba él, aguardando la información que decidiría, al menos, su futuro inmediato, cuando no su vida entera. Y curiosamente, mientras esperaba, no podía evitar sacar de su mente los recuerdos de las abejas y de su padre. Como si el recuerdo, o el espíritu, de su padre lo estuviera acompañando en todo aquel proceso.

 Cuando le dieron la buena nueva, más que alegría sintió un alivio infinito y que le quitaban un enorme peso de encima. Pero en cuanto su mente se vio libre de la preocupación de todos aquellos días, su pensamiento volvió a dirigirse a los proyectos que había ido desarrollando sobre las abejas y la colmena. Y ahora, libre de la ansiedad de toda aquella temporada, se dispuso a llevarlos a cabo en cuanto llegara a casa.

Pero cual no sería su sorpresa cuando al dirigirse a la base del árbol donde había estado instalada aquella pequeña colmena que le había distraído en aquellos amargos momentos, se encontró los panales vacíos y la ausencia de las abejas. Se habían ido.

Él, como digo, es muy racional, práctico y lógico, pero los amigos que lo conocemos y que somos más místicos que él, pensamos que todo aquello fue una especie de señal o apoyo enviado por su padre, por la Providencia o por los Hados. Que aquellas abejas, en su diminuta colmena, se le presentaron en el momento y durante el tiempo justo, y que lo abandonaron cuando, quienquiera que fuera el que las enviara, comprendió que el momento crítico había pasado y que ya no las necesitaba.

Y aunque él nunca lo reconocerá, sospechamos que por muy racional que sea, no puede evitar pensar que, como creían los antiguos, esas abejas fueron los mensajeros enviados por su padre para protegerlo, acompañarlo y enviarle lo mejor en ese periodo de zozobra y de preocupación.



Publicado por Balder

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