domingo, 8 de octubre de 2023

Las rimas de la historia

 

Dicen que entonces éramos libres. Lo cierto es que no dependíamos nada más que de nosotros mismos. Nacíamos, crecíamos y amábamos; defendíamos nuestra tierra o atacábamos las de nuestros vecinos, que nunca fuimos capaces de unirnos para casi nada; en ocasiones alquilábamos nuestras armas para complementar nuestra magra economía con los estipendios de mercenarios; y finalmente moríamos, pobres y atribulados, pero altivos y libres.

Pero entonces llegaron ellos, de levante, de donde cada mañana surge el dios del Sol. Y aunque no eran hijos del Sol, amaban las contiendas y sobre todo el oro. Y trajeron con ellos sus armas y sus guerras de oriente. Muchos de los nuestros vieron en ellas la oportunidad de sacar tajada, de liberarse de sus opresores locales o de cobrar nuevas y sustanciosas soldadas. Y luchamos a su lado, primero contra sus enemigos y luego contra los nuestros. Y aquellos extranjeros se acabaron quedando. Aplastaron sin piedad a los que se les opusieron y respetaron, más o menos, a los que les ayudaron. Pero lenta y taimadamente se fueron apropiando de todo. Primero explotaron la tierra, exprimiendo sus recursos, sus cosechas, sus habitantes, sus minerales y sobre todo el oro. Destrozaron las montañas, como a ninguno de los de aquí se le hubiera ocurrido que pudiera hacerse, buscando el metal dorado. Esclavizaron a los que se resistieron y eliminaron a los que se revelaron. Arrasaron poblaciones y pueblos enteros, sin contemplación y sin piedad. Se aposentaron en sus territorios y los hicieron suyos. Y establecieron su paz, que en muchas ocasiones era la paz de las necrópolis. Y convivieron con los que los toleramos y los soportamos, aunque los odiáramos.

Construyeron grandes ciudades, formidables edificios, imponentes monumentos y funcionales y prácticas calzadas. Mejoraron los cultivos, los regadíos y la industria. Aunque nos duela reconocerlo, lo cierto es que hicieron nuestra tierra, que ahora era también suya, mucho más próspera y floreciente.

Y echaron raíces y se mezclaron con nosotros. Poco a poco.

Pasó el tiempo y dejamos de hablar nuestras lenguas para usar la suya, aunque con muchos de nuestros términos que incorporaron para su idioma, abrazamos sus cultos y adoptamos sus costumbres. Y olvidamos o simplemente dejamos de usar las nuestras. Y llegó un día en que descubrimos que nosotros éramos ellos y ellos éramos nosotros. Habíamos fusionado de tal forma nuestras culturas, nuestras almas y nuestras sangres que ya no éramos ni celtas, ni turdetanos, ni iberos. Ni tan siquiera romanos. Sólo éramos hispanorromanos, o hispanos al fin. Y estábamos orgullosos de serlo. Y volvimos a sentirnos libres.

Los siglos y la historia fueron pasando y llegó un amanecer en que fuimos nosotros los que cruzamos el mar, siguiendo el caminar del sol, en busca de nuevas tierras que habitar y de nuevos pueblos con los que luchar y sobre todo con los que mezclar nuestras sangres. Para bien y para mal... Pero eso es otra historia.

 


Publicado por Balder

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