domingo, 31 de julio de 2022

MEMORIAS DE UN MÉDICO RURAL 5: YA ESTÁN AQUÍ

     

         “Como aves precursoras de primavera en Madrid aparecen las violeteras”.

Cada año, ya por el mes de mayo viene a mi cabeza la letra de este magnífico cuplé, porque sé que es en ese mes cuando aparecen “las aves precursoras…” de nuestra importante sobrecarga de trabajo estival. Ahora, en pleno mes de julio, como en aquella famosa frase de Poltergeist YA ESTÁN AQUÍ.

Cada año, al final del verano, miro  atrás y repaso mentalmente la cantidad de pacientes desplazados de todo el mundo que he visto en mi consulta durante los meses previos y si he de ser sincera tengo que reconocer que, aunque son muchos y cada uno de su modo y manera, el 99% son personas encantadoras, a las que por un motivo u otro se les fastidia un poco el verano y no les queda más remedio que pasar por el Centro de Salud, sonríen con amabilidad, son correctos y educados y dan las gracias cuando les haces un hueco a mayores en la consulta, suelen ser comprensivos con tu carga de trabajo y tienen siempre una palabra de ánimo antes de salir de la consulta. En mi pueblo muchos vuelven año tras año y a la mayoría me alegro de volver a verlos, de corazón, algunos incluso se acercan a la puerta tan solo a decirme hola y desearme un buen verano. Pero a pesar de ello tanto en mi memoria como en la de muchos otros compañeros con los que hablo pesa mucho más el recuerdo de todos esos pacientes desplazados de otros lugares que parece que te envía el lado oscuro de la Fuerza para fastidiarte el verano.

Son los menos, pero alteran sobre manera el día a día de las consultas, enfadan al resto de los pacientes, protestan continuamente porque En xxxxx les dan cita para ese mismo momento, el médico les ve al instante, nunca nadie antes les ha pedido un informe para prescribirles insulina o estupefacientes y desde luego es tu obligación gestionarles cualquier tratamiento, (incluidas BIPAP, o bombonas de oxígeno), que se han dejado olvidados en su lugar de origen. Aquí para ellos nada funciona nunca bien. Los insultos y la falta de respeto empiezan con el personal administrativo que es el primero que los recibe y continúan con la enfermería y el personal médico, incluyendo a veces a algún paciente que se atreve a recriminarles su actitud. Intento pensar que esas personas se comportan siempre así, intento creer que en sus lugares de origen son igual de intransigentes y que no existe en el ambiente un germen extraño que activa los registros de la mala educación, pero no siempre lo consigo. A veces, cuando estoy cansada, llevo 52 asistencias encima y de mis 20 minutos de descanso solo he tenido 5 para tomar un café de trinchera a toda prisa y de pie porque los otros 15 los he dedicado a conseguir un visado para una receta de uno de esos desplazados sin informe, me resulta especialmente triste y doloroso que la agresión se dirija hacía ese café y no exista ni una breve palabra de agradecimiento hacia el esfuerzo que no tendrías que haber realizado con un mínimo de responsabilidad por parte de los demás.

Lo hablo con mis compañeros y todos nos sentimos igual, y ese desencanto se traduce en un cansancio cada vez mayor, en un rictus de amargura cada vez que ves en la lista un paciente que figura como desplazado y que no sabes aún de que pie va a cojear. Ayer me contaba un compañero como en una ocasión un paciente enfurecido le gritó al salir de la consulta: “Por su culpa nunca volveré a generar riqueza a este pueblo, me niego a veranear en un lugar donde el médico no me receta morfina solo porque no traigo el maldito informe”. Afortunadamente esa es una culpa con la que podemos sobrevivir, ojalá en nuestro bagaje profesional fuesen así todas.

Desde hace unos días, después de un incidente especialmente desagradable, le he dado muchas vueltas a todas estas cosas y he decidido firmemente que cada final de jornada, cuando me suba al coche recordaré a todas las personas amables con las que me he encontrado en la consulta, sean de aquí o de otro lugar, porque son muchas y son mayoría, son sanadoras y no enfermadoras y consiguen que sigamos ilusionándonos con esta profesión. A todas ellas les doy las gracias, porque sus sonrisas, sus palabras amables, sus abrazos, sus apretones de manos, aun dentro de su enfermedad son curativas cada día y me permiten seguir adelante.

A los otros, a todos esos que vienen a evangelizar a unos pobres catetos de provincias, me gustaría decirles que hace ya mucho tiempo que vivimos en una aldea global, que la “internete”, aunque lenta, ya nos llega aquí igual que a Madrí, a Londón, o a Juasintong. Decirles, aunque no pueda enseñarles quienes son, que en estas salas de espera donde arengan como predicadores americanos iluminando con su sabiduría a un grupo de aldeanos, hay sentados un violonchelista de una conocida orquesta internacional, una ganadera que saca adelante una explotación agrícola ella sola desde hace más de 30 años, un batería de una importante banda de rock, un apicultor, una pintora muy cotizada aquí y fuera de aquí, una camionera, un neurocirujano jubilado hace tiempo y que fue en su momento un referente mundial, un amo de casa excepcional, un deportista de élite, un mariscador, y muchas personas generosas y solidarias con los demás, y que dentro de la consulta está este humilde y analfabeto médico rural, que es sin duda el menos válido, y para el que todos son iguales, todos valen lo mismo y los criterios que se siguen para atenderlos son puramente médicos y éticos.

Y desde esta pequeña consulta de pueblo en la que tanto he aprendido, y tan poco he aportado, un consejo de los de toda la vida, de los de médico rural: para todos esos del exilio de fuera y del exilio interior, conviene limpiarse las legañas de los ojos con manzanilla, los tapones de los oídos con aceite de oliva y el mal sabor de boca con gárgaras de bicarbonato y agua tibia. Yo voy a hacerlo sin más dilación, por aquello del “doctor aplícate tus remedios”.

Buen verano a pacientes y compañeros… vamos a ponernos un chubasquero con poro selectivo, que nos empape todo lo bueno que podemos aprender de nuestros pacientes y profesionales tanto habituales como provisionales… y que no nos moje ni un poquito todo lo demás.

 

 

 

Publicado por Farela. 

2 comentarios:

  1. El “acá no es como allá “... frase del mes de agosto, q te exaspera... pero los q no valemos para otra cosa... asumimos la frasecita en cuestión año tras año... cuando nos jubilemos la echaremos de menos... gran reflexión este artículo, pero seguramente no lo leerán los q debieran.

    ResponderEliminar
  2. Querid@ meu médic@ rural. Hoxe voume demorar un poupo contigo. Toda a miña admiración por moitas cousas. 'Tamén' pola exquisita e pacienciosa ciencia médica aplicada, detida e axeitadamente, a cada unha/un, cunha atención rigorosamente personalizada e de calidade como está no voso xuramento ético hipocrático no que sei que credes por convicción. Grazas. Iso xera algo insustituível: a confianza para pórnos nas vosas mans.
    Porén, detrás dese relato de grande riqueza literaria, - (que se presta para convertela nunha mensaxe pedagóxica en forma de guión teatral de divulgación para que chegase a máis xente), - eu estou a percibir algo moi inquietante para o noso mundo sanitario e tamén oio grandes gritos e berros cada vez menos silenciosos da poboación en xeral: unha síndrome moi preocupante e perigosa. Matino para min que no escrito hai coma un drama persoal que vai esmagando á vosa propia persoa en toda a súa vida, nun só como profesional convencido, consciente e responsábel.
    E iso está a pasar tamén, xa a nivel colectivo, en nós como usuarios. Antes, desde o no malogrado Ernest Lluch, o sistema ía funcionando pasablemente ben e agora non. E como non sabemos moito como arrranxar o ‘meu casoconcreto’ vólvome irascíbel e violento contra quen me está precisamente salvando a existencia. Coma o neno pequechiño que se volve contra da nai cando o está a salvar.
    Eu entrevexo, en ti, en vós e mesmo en nós, un burnout en grado estremo, progresivo e desestruturante que avanza coma un fantasma sobre os profisionais e tamén a sociedade en xeral. Pasa tamén no ensino e nos traballadores dos xeriátrricos. Para entendérmonos: “Trátase da síndrome do queimado: Resposta que dá un traballador cando percibe a diferenza existente entre os seus propios ideais vocacionais e a realidade da súa vida laboral. Aparece e medra, xeralmente, nas profesións de axuda e de frecuente interrelación social”.
    As causas dos problema están moi lonxe das propias posibilidades persoais de solución. Estas e os remedios radican no ámbito estrutural, institucional, económico e político, etc., que non sabe, non pode, non quere ou mesmo ten intereses diversos con modelos que nada teñen que ver coa promoción, protección, prevención, curación, recuperación, rehabilitación da saúde colectiva, para unha verdadeira resocialización. (OMS, Alma Ata, 1964. “Saúde para todos e entre todos no ano 2000”).
    Unha medicina privada e privativa, invasiva e asentada só no ‘curativo’, que é un grandísimo e pingüe negocio na mans de vampiresas corporacións internacionais. Así nos vai.
    Por iso non me estraña, querida,/querido médico rural que o teu escrito cheo de humanidade e humanitarismo vos estea ‘queimando’.
    E nós? ‘Arranxando o país coma laretos’ con todas esas inconveniencias ao persoal que nos atende.
    Pero, “cando de verdade nos toca falar”, daquela seguimos votando ao “Gundisalvus” da película.
    “Desperta do teu sono Fogar de Breogán”.
    Coda final: Querida/o ‘miña, meu médico/rural e todo o persoal sanitario, e verdadeiros servidoras/es da ‘res’ pública todo o meu aprecio, solidariedade e admiración.
    E coidade, por favor se podedes o equilibrio integral e integrador, se podedes e sondes capaces. Vaino niso a vida. Sempre de todos vós, un 15/.........
    Xaquín Campo Freire.

    ResponderEliminar