lunes, 4 de mayo de 2020

La Culpa

          Llevo muchos días sin escribir. Me resulta difícil, he de confesarlo. Nunca he sido de esas personas que pueden sentarse frente a un folio en blanco e ir escribiendo de cualquier tema que esté de moda o actualidad. Yo soy más de impulsos, de lo que me motiva o me desmotiva en cada momento y la verdad es que estos dos últimos meses me he sentido tan absolutamente sobrepasada de motivaciones y des-motivaciones que no sabría siquiera por dónde empezar. Es como cuando te planteas hacer limpieza general y recorres la casa de habitación en habitación sin saber muy bien por dónde empezar y al final acabas sentado encima del montón de trastos más próximo observando el vacío y la nada como si todas las soluciones y todas las respuestas estuvieran ocultas por ahí, en cualquier lugar, flotando en el aire y esperando deslizarse sobre tu mente sin más.

          El día 20 de marzo, mi empresa consideró que soy una persona de alto riesgo en caso de contagio por el virus innominado y me enviaron a casa a realizar tele trabajo. Me siento totalmente inútil desde entonces, mi compañera de tele penalidades y yo nos fuimos del centro de salud con los ojos llenos de lágrimas y supongo que ella, al igual que yo, no pudo evitar dejarlas salir cuando se quedó sola en su coche rumbo a casa, a esa casa de la que no sabemos cuánto vamos a tardar en salir. Yo lo único que sé a ciencia cierta es que ya no lo soporto. No puedo más. Como esos soldados que en las guerras nunca son enviados a primera línea y que sufren las secuelas, descritas en numerosas ocasiones, de ver caer a sus compañeros con la percepción de que ellos no aportan nada a la solución del problema; aunque sé que todos somos necesarios y realizamos una labor, no puedo evitar sentir que está no es la mía. El médico del burro y del maletín viejo que vive en mi interior no deja de gritar que ya es hora de volver a tocar a los pacientes, necesito mirarles a los ojos cuando les hablo, necesito ver sus caras, el color de su piel, palpar sus barrigas y auscultarles, necesito abrazarles cuando las cosas van mal o van bien, reír y llorar con ellos cara a cara, aunque parte de esa cara la cubra una mascarilla.

          Aunque sé que esa situación nos pondría en peligro a mí y a los míos tengo la sensación de que si esto se prolonga mucho más, cuando quieran que me incorpore a mi puesto de trabajo habitual, el miedo y la falsa seguridad habrán parasitado de tal manera mi interior que tendrá que venir el cuartel de la Guardia Civil en pleno para arrastrarme a la consulta y esa es una situación a la que no me gustaría enfrentarme.

          No puedo dormir, leo y coso compulsivamente hasta altas horas de la madrugada, me levanto y me siento a llorar en el sofá, camino descalza por el pasillo, intento leer los miles de mensajes de las redes sociales, y la realidad es que cierro la mayoría antes de llegar a la mitad. Me sobrepasa la información continua, los mil planes de contingencias de las comunidades autónomas, de los ayuntamientos, los protocolos de cada servicio de salud, de cada área sanitaria, de cada centro; cada vez que abro el correo y me encuentro con otra actualización me entran ganas de gritar. Supongo que es inevitable que como a los estudiantes te asalte un poco esa peligrosa sensación de vacaciones que no sabes por donde romper.

          Participo poco en los grupos para como soy yo habitualmente, ni siquiera dejo escapar mucho mi puntito “odiador” que de vez en cuando libero como un puñetazo de boxeo verbal.


         Pero también de eso estoy empezando a hartarme. Y tengo que agradecérselo a los políticos, a todos en general y a ninguno en particular, a los de derechas, a los de izquierdas, a los del centro y a los del “pa dentro”, y excluyendo, eso sí y sin que sirva de precedente, a los equipos de gestión de las áreas sanitarias, que mayoritariamente están batiéndose el cobre mano a mano con sus profesionales o en el peor de los casos dejándoles libertad para actuar con lo que tienen y pueden de recursos materiales y humanos. Han abierto la veda de los profesionales sanitarios y eso no lo pienso consentir en silencio. Mi opinión cuenta poco, en realidad no vale nada, pero a mi me sirve para desahogarme, para dejar salir toda la bilis de la impotencia y la desesperación acumuladas en mi interior durante este mes y medio de encierro, totalmente involuntario, aunque profundamente agradecido a los profesionales de riesgos laborales que así lo han decidido.

          Cuatro gotas colmaron mi vaso a punto de rebosar:

          1.- Los nefastos planes de desescalada en el ámbito sanitario, imprecisos, apresurados, sin consensuar con los profesionales y que entre otras lindezas ni siquiera contemplan a los servicios de urgencias como si esos compañeros no existieran, como si en la puerta de cada hospital, grande o pequeño no hubiera un equipo de personas, padres, madres, hijos, hermanos y amigos de alguien, que filtran, estudian, ayudan, consuelan… mucho más unidos que nunca.
 
          2.- La carta que los compañeros de la UCI de Albacete se han visto obligados a escribir ante las palabras del Poncio Pilatos de turno que pretende lavarse las manos revolviendo basura, porque seguramente no ha integrado todavía que el mejor remedio para el bicho maldito es el agua y el jabón.
          Considero que este es un momento en el que todos los profesionales sanitarios, estamos dando la cara como mejor sabemos y podemos e intentando mantenernos unidos más allá de todos estos hijos de dudosa moral que solo intentan generar enfrentamientos y desasosiego entre nosotros y con la población.
 
          3.- El maltrato sistemático a la Medicina de Familia, como siempre, para siempre y una vez más.
          Desde las últimas semanas de enero los médicos de familia comenzamos a alertar en toda España del repunte de un cuadro que parecía gripe, la segunda oleada, ya conocida y descrita en otros años, pero que este nos tenía con la mosca detrás de la oreja por la situación de China. En mi centro de salud empezamos a traer desinfectante a mayores para poder limpiar las consultas entre profesional y profesional sin tener que sobrecargar al personal de limpieza y empezamos a darle vuelta, como me consta que hacían otros compañeros a como organizaríamos el trabajo si las cosas se salían de madre. Y se salieron.
 
          Durante las primeras semanas, en hospitales y centros de salud por todo el país los medios de protección fueron escasos, malos y en numerosas ocasiones aportados por los propios profesionales, como todos hemos visto en infinidad de videos y tutoriales, tantos que llegamos a integrarlo como lo normal y lógico. Lo natural en estos casos.
          En los medios de comunicación casi ni se nos ve, se nos ignoró entonces y se nos ignora ahora, solo aparecemos en el recuento de fallecidos, (curioso, porqué cabría pensar que si pintamos tampoco en todo esto, no tendríamos que aumentar esa negra estadística), a pesar de que durante las primeras semanas fuimos de los más expuestos.
         Para quien no lo sepa, en Atención Primaria, hasta la pandemia, nuestro único filtro eran las buenas intenciones de los administrativos que preguntan en el mostrador, y que saben que no tienen por qué ser respondidos. Con frecuencia desconoces lo que tiene un paciente hasta que entra en tu consulta y se sienta frente a ti, coloca sobre la mesa sus cosas, y “sus cosas” abarcan desde un bolso, hasta, puedo jurarlo, sondas urinarias; y te cuentan lo que les preocupa.
          Podría contaros lo que se siente cuando, después de dos semanas de separar a los pacientes entre respiratorios y no respiratorios, descubres que esa conjuntivitis que viste tres veces resultó ser la única manifestación clínica en un paciente con coronavirus, o cuando salen a la luz los primeros artículos con manifestaciones clínicas en la piel y se te viene a la cabeza aquella señora de finales de febrero que parecía que solo tenía sabañones y acabó en la UCI un par de semanas después. Y podría contaros que los ves con una bata, o en el mejor de los casos con un pijama que muchas veces acaba en un cubo de lejía en la entrada de tu casa, porque los circuitos de lavandería de los centros de salud no dan abasto para que puedas reponer la ropa cada día. Puedo hablaros del miedo a entrar por la puerta de tu casa, a sentarte en tu propio coche, en ese en el que vas a los domicilios a sabiendas de que luego tendrás que llevar a tu hijo pequeño detrás. Se lo que es desnudarme en el recibidor, caminar descalza hasta la ducha y sentir pavor hasta de tocar las paredes. No estoy ni estuve en una planta de Covid, ni en una UCI, yo como todos los médicos de atención primaria estuve y estoy en la puerta de entrada, y nos sentimos como ese futbolista pequeñito que tiene que defender una portería enorme viendo como enfrente se agolpa una masa informe de virus dispuestos a golpear el balón todos a la vez. Y siento también que los moratones de todos los balonazos que paramos con nuestros cuerpos, nuestras manos, nuestro corazón, no le importan a nadie.
          Y todo esto que sucedía durante las primeras semanas sucedía manteniendo intactas agendas de 50 demandas al día, sobrecargando las consultas, intentando hacer cirugía, partes de baja, analíticas, seguimiento de crónicos, visitas domiciliarias y la infinita carga asistencial de la que los Médicos de Familia venimos quejándonos desde hace años.

          4.- La noticia sorprendente y maravillosa de que los políticos van a reforzar la Atención Primaria.  
          Y cuando leo esto es cuando de verdad explota algo en mi interior, porque las preguntas se me amontonan en la mente y en la boca. La principal y la única que voy a dejar aquí es:
 
          ¿CÓMO?

          No sé si quiero que me contesten, porque habida cuenta de las demandas de mejora y reestructuración que, en toda España, llevamos años pidiendo y que sistemáticamente se topan con las respuestas de no hay medios humanos, no hay medios económicos, no hay medios ni humanos ni económicos… de los recortes, la huida sistemática de los nuevos profesionales a otros países y un largo etc, tan solo se me ocurren cuatro respuestas, aunque probablemente ustedes tengan muchas más.

          A saber:

  •     Lo haremos como siempre a expensas de sobrecargar a los profesionales que, aunque suene duro decirlo es la realidad, sobrevivan a la crisis. Una vez más, vendidos, ninguneados, ultrajados, utilizados y denostados.
  •     No tenemos ni idea, esperamos que se os ocurra a vosotros por la cuenta que os trae, pero es lo que toca decir.
  •     Tenemos una solución mágica y desconocida hasta ahora que vamos a sacar de nuestras chisteras recién activas para estos menesteres.
  •     Tenemos un plan perfectamente desarrollado para captar profesionales y medios que pondremos a disposición de la AP para salir adelante.


           Y es esta última respuesta la que pareciendo más tranquilizadora a mí más me preocupa señores políticos de aquí y allá. Políticos una vez más de derechas, de izquierdas, del centro y del “pa dentro”, desmanteladores todos, por palabra, obra y omisión de una de las mejores Sanidades Públicas del mundo y de una Atención Primaria bien formada y totalmente entregada. Una Atención Primaria que ahora se les llena la boca para definir como mecanismo de contención imprescindible. Y me preocupa porque si de verdad tienen ese plan, si de verdad existe un modo de reforzar la Atención Primaria en tiempo de pandemia, cuando a los escasos profesionales existentes tenemos que sumar las bajas de los que trabajamos desde casa, de los enfermos de coronavirus, de los compañeros que desgraciadamente nunca volverán, es que existía un modelo mejor y más eficaz para reforzarla antes y ustedes lo tenían, lo conocían y no lo utilizaron, por motivos económicos o políticos, por ignorancia, por desinterés, por inercia, por pereza o por cualquier otro motivo. Y si eso es así solo me queda algo que decirles:

          Son ustedes reos de un delito moral de lesa humanidad.


Publicado por Farela.

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