Han pasado 25
años y en ocasiones me parece que fue ayer. Veinticinco años desde que nos casamos y desde que comenzamos nuestra vida en común. Apenas un
cuarto de siglo. Y no lo vamos a poder celebrar como habíamos planificado, ni
como hubiésemos deseado y querido hacer. Ni sobre todo como tú te mereces. Es lo
que tienen las circunstancias que nos han tocado vivir en estos días.
Y es que en
estos veinticinco años nos ha pasado de todo. Hemos reído y hemos llorado. Hemos compartido
alegrías y tristezas. Hemos recibido preciosos dones, y hemos tenido que pagar dolorosos peajes.
Supongo que como todos los demás humanos que viajamos en esta pequeña canica
azul.
Pero realizar
este viaje contigo, durante este cuarto de siglo, apenas un suspiro en la
inmensidad del tiempo, ha sido un orgullo, un placer y un premio que no me he
merecido, ni que creo que nunca me mereceré. Porque contigo he aprendido a ser, y
sobre todo he deseado ser, mejor persona.
Sé que en este
tiempo hemos abandonado muchas ilusiones, aspiraciones y sueños por el camino. Hemos
pasado malos momentos y malas épocas. Y hemos tenido pérdidas dolorosas. Pero
todo eso ha sido más llevadero porque ha sido a tu lado.
Y por otra parte
nos hemos enfrentado a retos que nunca hubiéramos imaginado y disfrutado de acontecimientos
y situaciones que no esperábamos. Hemos rezado, hemos pedido y hemos dado
gracias juntos. Hemos compartido antiguos amigos, y hemos conocido y disfrutado de
otros nuevos. Y sobre todo hemos recibido una hija increíble de la que nos
sentimos enormemente orgullosos. Y todo ello ha sido mucho más pleno y lo he
disfrutado mucho más porque lo he podido compartir contigo.
Junto a ti he
aprendido a ver la belleza de las pequeñeces, naderías y nonadas de todas las
pequeñas cosas. Me has contagiado tu alegría intrínseca, esa que te envuelve
hasta cuando estás triste. Me has trasmitido la capacidad que tienes de
sorprenderte ante todas las maravillas que nos ofrece cada nuevo día. Y me has
ayudado a tolerar el dolor en el trabajo diario, a echar una mano y a estar
siempre al lado de los demás. Cada día toleras mi cabezonería, mis enfados, mis
silencios, y mi “caótico desorden”. Y yo he aprendido a convivir con tus
inseguridades, con tus miedos y con tu absurda falta de autoestima. Y espero haberte apoyado,
al menos un poco, en todas ellas.
Juntos hemos
soportado situaciones a las que yo solo no hubiera sido capaz de enfrentarme. ¡Hasta
nos hemos encarado y luchado juntos contra a una pandemia global!