domingo, 10 de mayo de 2020

El año que vivimos peligrosamente


          Yo he visto cosas que vosotros no creeríais:
          Atacar sistemas de sanidad recortados, más allá de infames presupuestos.
          He visto jóvenes sanitarios brillar en la oscuridad, cerca de la puerta de la UCI.
          He visto como el aletear de las alas de un murciélago en China originaba un huracán que vaciaba las calles en España.
          He visto a filósofos y a tertulianos discutir sobre sanidad y epidemiología, mientras los sanitarios callaban porque no tenían ni tiempo, ni fuerzas.
          He visto miradas abrazarse desde dos metros de distancia, y a ojos húmedos lanzar besos a través de pantallas protectoras.
          He visto a seres deleznables que, amparándose en la oscuridad del miedo y de la noche, amenazaban o acosaban a quienes luchaban contra la enfermedad o les suministraban alimentos.
          He visto a compañeros quebrarse en fragmentos de dolor, impotencia e incomprensión al llegar a casa, y cómo eran capaces de recomponerse y de resurgir de sus cenizas, tras apenas una noche, para volver a salir al día siguiente con renovadas fuerzas y espíritus remendados.
          He visto a niños permanecer semanas encerrados en el escondite de su imaginación, mientras adultos sanos salían a la calle cada día hasta en setenta veces siete ocasiones a pasear el pan, comprar el perro, o viceversa.
          He visto frías morgues sobre pistas de hielo abarrotadas de féretros, a sacerdotes responsando tras mascarillas de tristeza, y entierros desoladoramente solitarios.
          He visto madres aislarse en la soledad de una cuarentena, y separarse de sus hijos, tras puertas cerradas y lágrimas abiertas, para seguir regalándoles la misma vida que un día les habían dado.
          He visto a sanitarios, plantados delante de las camas de sus enfermos, diciéndole al dios de la muerte: hoy a mi paciente no.
          He visto balcones y ventanas romperse en vítores alegremente amargos a las ocho de la tarde, a bomberos homenajear con sus sirenas ante las puertas de las urgencias hospitalarias a las ocho de la tarde, y a policías cansados aplaudir a médicos exhaustos que regresaban a su casa a las ocho de la tarde.
          He visto a héroes que no querían serlo, que no sabían que lo eran, pero a los que no les quedaba más remedio que comportarse como tales mientras trabajaban sin descanso y sin medios, intentando mantener con esperanza y con vida a sus pacientes, a sus conciudadanos y a sus familias.


          Y todos esos momentos se perderán como lágrimas en la lluvia… Y con ellos se perderá el recuerdo de todas esas personas que hicieron más de lo que debían y de lo que se esperaba de ellos. De esos auténticos héroes.

          Y cuando dentro de un tiempo me pregunten si yo también fui un héroe el año en que vivimos peligrosamente, les diré, parafraseando al viejo Mayor Richard Winters: “No fui un héroe, pero estuve en la compañía de los héroes”.



Publicado por Balder

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