domingo, 22 de julio de 2018

Jerusalén. Capítulo tercero y último.



Para acceder al capítulo primero: http://celtiberosyceltimoras.blogspot.com/2018/07/jerusalen-capitulo-primero.html
Para acceder al capítulo segundo: http://celtiberosyceltimoras.blogspot.com/2018/07/jerusalen-capitulo-segundo.html


Pero Jerusalén, como cualquier ciudad, es más que sus muros o su historia. También es la gente que la habita. Y también esto es particular y extraordinario en esta Ciudad Santa. A lo largo de su historia, Jerusalén ha sido tantas veces arrasada y su población exterminada o exiliada, que todos los habitantes actuales deberían de considerarse inmigrantes o peregrinos, en mayor o menor medida; y aunque algunas de la diferentes comunidades que actualmente viven en la ciudad, sobre todo las minorías, se siguen viendo como pertenecientes a grupos nacionales propios, lo cierto es que la mayoría de la población, fundamentalmente judíos y musulmanes, se consideran indígenas y herederos de su posesión.
La inmigración ha sido tan importante en el crecimiento de la ciudad, sobre todo en los últimos años, que la población de Jerusalén ha pasado de apenas treinta mil personas al principio del siglo XX, a ciento cincuenta mil en 1948, doscientos sesenta y tres mil en 1967, hasta llegar a los ochocientos ochenta y tres mil habitantes que la ocupaban a finales de 2016. De ellos un 60 % eran judíos (oriundos de Europa, América, Oriente Medio y África), un 35 % palestinos, y el resto pertenecían a otras minorías como armenios (que poseen su propio barrio amurallado en la ciudad vieja), ortodoxos griegos, católicos, sirios, coptos y protestantes.
La relación entre los diferentes grupos no siempre es fácil y frecuentemente es cuando menos peliaguda. En el fondo, y aún en la superficie, todos desearían echar de allí a los demás. Expulsarlos e incluso aniquilarlos. Y todo esto se refleja no solo en la convivencia diaria, sino aún en sus propias leyes. Y así, por un lado, en la carta fundacional de Hamás se afirma que la paz solo llegará cuando solo exista un estado Palestino, se haya disuelto Israel, y se reconozca la soberanía del Islam en esta región; y en su artículo 13 dice “no existe una solución negociada posible; yihad es la única respuesta”. Y por otra parte Israel sostiene, como una de sus leyes fundamentales, la “Ley del Retorno”; esta ley concede el derecho a la ciudadanía israelita a todos los judíos del mundo, a los hijos, nietos y cónyuges de los judíos, así como a quienes se conviertan al judaísmo; sin embargo no incluye a los judíos de nacimiento convertidos a otra religión y de hecho se ha denegado la ciudadanía a varios judíos convertidos al cristianismo. La polémica en torno a esta ley reside en que Israel no permite regresar a su hogar a los palestinos expulsados ni a sus descendientes, pero, por poner un ejemplo, un islandés que se convierta al judaísmo sí tiene derecho a residir en Israel y a obtener la ciudadanía, y hasta a obtener ayudas económicas del Estado para financiar sus estudios o su adaptación al nuevo hogar. Y con esta ley, a los palestinos solo les queda el exilio de su tierra o vivir como ciudadanos de segunda en una nación que no consideran la suya.
Por un lado, supongo que, para un ciudadano israelí de religión judía, por muy racional y objetivo que sea, le será muy difícil de obviar los más de cincuenta años de guerras que se iniciaron apenas se constituyó su estado, y cuyo objetivo no era otro que conseguir su desaparición. Será difícil no tener en cuenta el que, a lo largo de cientos y hasta de miles de años, te hayan maltratado, perseguido y expulsado de todas partes, y hasta intentado exterminarte. Y será muy complicado olvidar el fin de fiesta de tanta persecución que supuso el holocausto nazi, planificado y ejecutado con una sistemática y precisión tales como solo la pueden llevar a cabo los alemanes. Será arduo no tener presente que la mayoría de los países que te rodean, y una buena parte de tu propia población te considera un enemigo y que aspiran a machacarte y a exterminarte una vez más. Será complejo no hacer caso al levítico y no pagar ojo por ojo y diente por diente. Será muy complicado al fin, no defenderte arrasando y machacando cualquier intento de protesta que atente contra las vidas de tus conciudadanos. Y todo ello e independientemente de lo irregular que fue, o de los errores que se cometieron en la creación del estado de Israel.
Pero por otra parte, supongo que para cualquier palestino, tenga o no la ciudadanía israelí, por muy objetivo y racional que sea, será muy difícil obviar como su tierra secular fue dividida para crear un “nuevo estado” para los judíos y con ello acallar las conciencias de los países europeos tras los acontecimientos sucedidos en la segunda guerra mundial. Será muy difícil no tener en cuenta que a lo largo del siglo XX, cientos de miles de palestinos fueran despojados de sus tierras, de sus posesiones y desplazados al exilio, en muchos casos como apátridas. Será muy complicado olvidar los millones de palestinos que viven en campos de refugiados y que tienen vetada su entrada en la que fue su tierra, pese a las decenas de pronunciamientos, por otra parte inútiles, de las naciones unidas. Será arduo no tener en cuenta la represión sufrida por tus paisanos y la reducción de sus derechos con la excusa del miedo a los actos terroristas. Será complejo no recurrir a la ley del Talión y no pagar ojo por ojo y diente por diente. Será muy complicado al fin, no defenderte arrasando y machacando a los que atentan contra la libertad o aún la vida de tus conciudadanos. Y todo ello e independientemente de los conflictos y de los atentados terroristas sucedidos desde la división de palestina en los dos estados.
Y lo peor de todo es la desconfianza mutua que impide cualquier acto de reconciliación y que se traduce hasta en las leyendas y las historias que te cuentan según el lado de la barrera en la que te halles. Y así mientras los judíos nos recuerdan como desde la época bíblica, en la edad media y hasta la creación del actual estado de Israel, el peligro fundamental en el desierto y fuera de las ciudades era el ataque de los bandidos beduinos. De cómo, hasta que en la guerra de los seis días Israel reconquistó el Jerusalén Este y la Trasjordania, los beduinos disparaban indiscriminadamente desde su zona a la Ciudad Santa, con el consiguiente efecto de pánico e inseguridad. De cómo en la Samaria actual, los beduinos se niegan a integrarse en la sociedad, y que su máxima aspiración es tener grandes rebaños de ovejas, mujeres e hijos que les permitan vivir a la sombra de su tienda, tomando el té y viviendo sin trabajar. Y cuando ya te has hecho la idea de un beduino malvado, egoísta y responsable de todas las catástrofes imaginables, llegan los palestinos y te cuentan todas las noblezas de la cultura beduina, de su sentido del honor y de su profundo concepto de la hospitalidad que les hace acoger a cualquier viajero ofreciéndole no solo el pan y la sal, sino hasta todos sus bienes si fuera menester, como si el huésped fuera uno más de su propia casa, cediéndole siempre el mejor lugar en la mesa y en la tienda; de su sentido de la familia y del clan, y de cómo trasmiten la educación, las costumbres y las tradiciones a sus hijos. Y entonces llegas a la conclusión de que lo que debe de suceder es que hay dos tribus distintas de beduinos, puesto que si los unos eran la personificación del mal, estos se te asemejan al paradigma del bien y de la humanidad, en el mejor sentido de la palabra.
 Y viendo todas esas cosas te planteas, una vez más, que el mundo no es blanco ni negro, sino un conjunto de tonalidades grises. Y que todas las ideas preconcebidas que tenías se deshacen al golpearse contra la dura realidad.
Así que lo que surge de todo esto es, como siempre, un paisaje de luces y sombras; un panorama de resquemor y de desconfianza mutua, donde frecuentemente crece el fanatismo; y donde rara vez se atisba a imaginar un rayo de esperanza.
Resulta difícil de creer que algún día pueda haber paz en esa tierra y en esa ciudad. Es complicado mantener viva la esperanza entre las nubes negras que la rodean. Y más aún cuando, en muchas ocasiones, los más interesados en tensar los acontecimientos son los que deberían ser los responsables del diálogo entre ambos pueblos. Por una parte políticos y ministros israelitas de partidos ultra ortodoxos que desean reocupar los territorios palestinos y eliminar la autonomía y aun la existencia del estado palestino; quizá porque creen vigentes estos párrafos del Talmud: “Pero en las ciudades de esos pueblos que el Señor, tu Dios, te dará como herencia, no deberás dejar ningún sobreviviente. Consagrarás al exterminio total a los hititas, a los amorreos, a los cananeos, a los perizitas, a los jivitas y a los jebuseos, como te lo ordena el Señor, tu Dios" (Deuteronomio 20: 16-17); “Y destruyeron a filo de espada todo lo que en la ciudad había; hombres y mujeres, jóvenes y viejos, hasta los bueyes, las ovejas, y los asnos...” (Josué 6,21); “Pero si no expulsan delante de ustedes a los habitantes del país, los que queden serán para ustedes como espinas en los ojos y aguijones en los costados. A ustedes los hostigarán en el país en que van a vivir, y Yo los trataré a ustedes en la forma en que pensaba tratarlos a ellos.” (Números 33, 55.56).
Y por otro lado, los representantes y responsables de Hamás que se han negado y se niegan una y otra vez a aceptar cualquier tregua, y que prefieren la muerte de su pueblo, a la que le sacan valiosos réditos, antes que reconocer siquiera al estado de Israel. Supongo que porque tienen muy presente estas suras del Corán: 3:118 “¡Creyentes! No intiméis con nadie ajeno a vuestra comunidad. Si no, no dejarán de dañaros. Desearían vuestra ruina. El odio asomó a sus bocas, pero lo que ocultan sus pechos es peor.”; 5:51 “¡Creyentes! ¡No toméis como amigos a los judíos y a los cristianos! Son amigos unos de otros. Quien de vosotros trabe amistad con ellos, se hace uno de ellos. Alá no guía al pueblo impío”; 2:191 “Matadles donde deis con ellos, y expulsadles de donde os hayan expulsado. Tentar es más grave que matar. No combatáis contra ellos junto a la Mezquita Sagrada, a no ser que os ataquen allí. Así que, si combaten contra vosotros, matadles: ésa es la retribución de los infieles.”
Valientes mimbres para hacer el canasto de la Paz… Es difícil encontrar al Dios misericordioso y al Dios del Amor en esos textos... Sobre todo si no se quiere buscar…
Y mientras tanto las cifras de muertos, de mutilados, de huérfanos siguen aumentando sin que nadie sepa cuando se detendrán.
Supongo que, desde el punto de vista de los fanáticos, lo más lógico es ahogar sangre con sangre, muertes con muertes y dolor con dolor.
Quizá algún día el mundo cambie y podamos sentarnos juntos cristianos, judíos y musulmanes, tan solo seres humanos al fin y al cabo, sin tener en cuenta nuestras creencias y sin que nos envuelva el resquemor, el miedo o el odio. Pero me temo que ese día, si es que llega, queda todavía muy lejos. 

Pero a pesar de todos los siglos de dolor sufrido por sus gentes y sus piedras, a veces, en mágicas ocasiones, Jerusalén se te presenta como la ciudad joven y eterna que un día fue, en aquel tiempo en que todavía no presentaba demasiadas cicatrices ni heridas incurables. Y así sucede cuando se recorre al amanecer la Vía Dolorosa, atravesando los barrios árabe y cristiano de la Jerusalén amurallada. Las calles parecen transfigurarse en las mismas de hace dos mil años, con idénticos individuos indiferentes, atareados en sus quehaceres cotidianos mientras tres condenados a muerte se dirigían hacia el patíbulo. Los callejones habrán cambiado a lo largo de los años. Los comercios y las gentes no serán los mismos. Los soldados que mantienen el orden no portan pilum sino subfusiles. Pero el ambiente, las piedras, las calzadas, los olores, te trasladan a ese momento con una nitidez pasmosa que te envuelve y que te hacen caminar junto a los reos y a sus guardias en ese camino hacia el Gólgota.
Y Jerusalén tiene mil matices más. Es imposible estar allí sin dejar de apreciar las otras mil caras de su realidad. La fe en todos sus aspectos, divinos, humanos y fanáticos; la intolerancia llevada al extremo y al mismo tiempo la búsqueda del ecumenismo… La emoción de estar, de caminar, o de rezar en esos lugares, no se puede describir con palabras. Solo sientes y los sentimientos te desbordan.
En mi caso no puedo dejar de recordar la primera vez que entré en ella, que si bien no fue el domingo de Ramos, ni en la fiesta de la Pésaj, ni en el mes de Dhul-Hiyya, ni llevando palmas y ramas de olivo, no estuvo menos llena de emociones. Recuerdo la impresión de ver su silueta desde el mirador de la universidad hebrea, que se halla encima del monte de los Olivos. Yo llevaba puesta, por cabezonería personal y por una especie de reivindicación histórica, una camiseta con el escudo de los Templarios. Pretendía ser una especie de acto de desagravio hacia aquellos hombres que, por unas creencias mal entendidas, derramaron su sangre y entregaron sus vidas mientras pretendían conquistar y mantener aquellas Tierras para su verdadera Fe. Luego, allí, viendo la silueta de la Ciudad, la explanada del templo, las mezquitas, las iglesias y las sinagogas, y mientras brindábamos con vino israelí en vasos de cerámica palestino-cristiana, y mientras cantábamos aquello de “ya están pisando nuestros pies tus umbrales Jerusalén”, entiendes todo. Entiendes tanto a aquellos que lucharon por conquistar por la fuerza esa, a pesar de todo, hermosa ciudad, como a aquellos que día a día intentan convivir en ella y convertirla en la capital de la paz.
Porque todo esto es Jerusalén, la ciudad deseada y amada pero en la que rezuma el rencor y la aversión, la eterna e inmutable y que, sin embargo, ha sido destruida y reconstruida, y que ha cambiado incontables veces, las más de ellas de forma abrupta y violenta. El lugar santo en el que se ora, en casi todas las lenguas de la tierra, a tres dioses, que son el mismo único y verdadero Dios, mientras al mismo tiempo y con la misma pasión se mira con animadversión, cuando no con odio, al que reza frente a ti. 





Publicado por Balder

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