domingo, 15 de julio de 2018

Jerusalén. Capítulo segundo.

Para leer el capítulo primero: http://celtiberosyceltimoras.blogspot.com/2018/07/jerusalen-capitulo-primero.html

Todo ser humano que proceda en mayor o menor medida de la cultura mediterránea, ya sea esta judía, judeocristiana o musulmana, habrá oído hablar de Jerusalén desde su infancia. Y tendrá una idea de la Ciudad Santa, posiblemente mítica e irreal, pero que constituirá parte de los cimientos de su ideología. La noción de Jerusalén está tan enraizada en nuestras creencias y conocimientos que somos incapaces de recordar cuando oímos hablar de ella por primera vez. Simplemente siempre estuvo allí.
Bien es cierto que el concepto que tenemos de esa ciudad posiblemente sea totalmente mítico y que no se aproxime a la realidad, y precisamente por ello quizá nunca seamos capaces de ser objetivos cuando nos acercamos a la ciudad real, ya sea esta realidad, histórica, material o cultural.
En dependencia de la creencia que profesemos, o de las fuentes de las que hayamos bebido, veremos en Jerusalén el lugar donde se creó el mundo; o el lugar donde Abraham iba a sacrificar a su hijo, y donde fue detenido por la mano de Dios, que posteriormente lo bendijo y que allí mismo le confirmó que sería padre de muchos pueblos; o veremos el lugar donde Jacob luchó con Dios y donde vio la escalera que llegaba hasta el cielo y por la que subían y descendían los Ángeles del Señor, y donde el mismo Dios le concedió esa Tierra para él y para sus descendientes; o veremos en ella la Ciudad de David, la ciudad que conquistó para ser capital de Israel, y donde instaló el arca de la alianza y donde posteriormente se levantó el Templo, el de Salomón, el de Zorobabel y el de Herodes el grande; o será para nosotros, la ciudad por la que paseó y donde rezó Jesús, donde enseñó a sus discípulos, donde fue recibido como Rey, y donde tras celebrar la Última Cena, fue crucificado, muerto y sepultado, y donde al tercer día resucitó de entre los muertos; o será el lugar donde se halla la Mezquita Lejana, a la que llegó Mahoma desde la Meca en el Viaje Nocturno, y el lugar donde está la Cúpula de la Roca desde la que Mahoma subió a los cielos para reunirse con Dios; O veremos en ella la representación en la Tierra de la Jerusalén Celestial, la Nueva Jerusalén, o la Jerusalén Renovada, mencionada en el libro del Apocalipsis; O tan solo veamos una antigua ciudad que es el origen y el lugar donde se suceden múltiples conflictos. O será para nosotros varias de estas ciudades y lugares a un tiempo.
En definitiva, todos tenemos desde nuestra infancia una imagen idealizada de Jerusalén que, en muchas ocasiones, choca frontalmente con la Jerusalén real, la histórica y tangible. Y aun así, o quizá por eso, nos sorprende, nos maravilla y nos embriaga cuando la conocemos. Además que la mente humana es terca y tenaz, y en la mayoría de los casos, los peregrinos, los visitantes y aun sus habitantes, embriagados y perturbados por el choque de lo idealizado con lo palpable, son capaces de deformar la realidad para seguir viendo entre las piedras tangibles, los ladrillos místicos con los que siempre han soñado.

Y en Jerusalén hay muchas piedras que tocar, que palpar, que venerar o que pisar. El pavimento de la ciudad vieja es el mismo suelo de la época romana, como tienen a bien informarte diferentes placas distribuidas por todo el casco antiguo, y que ha sido pisado por romanos y bizantinos, por persas y árabes, por cruzados y peregrinos, por turcos y británicos, por judíos y palestinos. Y en diferentes lugares, apenas descendiendo unos escalones, puedes vislumbrar las mismas calzadas de la época previa a la destrucción de Tito, las mismas calles de la época de Herodes el grande y de Jesús el nazareno.
Sus murallas, heridas y marcadas con los disparos de los últimos conflictos, y que son patrimonio de la humanidad, no son ni con mucho las primeras que la rodearon, pues sus diferentes defensas han sido dañadas o destruidas en conflictos, en asaltos y hasta en terremotos, y reconstruidas una y otra vez. Las actuales murallas son las otomanas del siglo XVI, pero es fácil pensar que deben de ser muy similares a sus predecesoras, y que probablemente están hechas con las mismas piedras. De igual forma que los olivos que rodean la ciudad, sobre todo en el monte que lleva su nombre, quizá no sean los mismos de las historias que hemos escuchado desde nuestra infancia, aunque algunos tengan más de dos mil años y realmente han sido testigos de gran parte de la historia de aquella tierra, pero seguro que al menos son hijos o nietos de los que siempre han debido de rodearla.
Y entre los muros de la ciudad hay construcciones históricas, templos y lugares sagrados de todas las creencias. Edificios que en muchas ocasiones han sido reutilizados, reconvertidos y reciclados. No es extraño encontrar mezquitas que fueron iglesias, sinagogas que fueron mezquitas, que a su vez habían sido templos cristianos. Y por supuesto, lugares que son santos para las tres religiones.
Porque en Jerusalén todo se recicla, edificios, piedras, lugares y hasta personas.
Uno de los ejemplos más curiosos de reciclaje se encuentra en el monte de los Olivos, en el lugar donde la tradición sitúa la ascensión de Jesús a los cielos. Originalmente allí se construyó una iglesia bizantina que fue destruida por los persas, reconstruida y destruida de nuevo, reconstruida una vez más por los cruzados para ser vuelta a destruir por los musulmanes, quienes, finalmente, levantaron en el emplazamiento una mezquita-santuario para venerar el lugar desde el que ascendió el profeta Isa (Jesús) al Cielo. Allí se hallaba, al menos desde la construcción del primer edificio, una roca en la que estaban marcadas las supuestas huellas que Jesús dejó en su ascensión. Pues bien, dicen las malas lenguas, que en el proceso de reconstrucción del santuario, la roca se fragmentó en dos partes simétricas y, en un acto de generosidad, Jesús cedió una de sus huellas a Mahoma, (quedando la otra en su ubicación original), y ahora la mitad de la piedra se halla bajo la cúpula de la Roca, y ha pasado a ser la huella que dejó el Profeta al subir al cielo para reunirse con Dios, acompañado por el ángel Gabriel.
Y este no es ni con mucho el único elemento reciclado o reconvertido. El Cenáculo, que es uno de los edificios sagrados para las tres confesiones monoteístas, podría ser el ejemplo de construcción reutilizada. Allí, en la planta alta del inmueble, la tradición cristiana afirma que se celebró la Última Cena de Jesús con sus discípulos, se instituyó la Eucaristía y que fue el lugar donde estaban los apóstoles durante el Pentecostés. Curiosamente la estancia se sostiene por columnas con capiteles romano-bizantinos. En la planta baja de esa misma edificación se sitúa la supuesta tumba del Rey David, cuyos restos, allí encontrados, fueron depositados en la edad media en un sarcófago de manufactura cruzada. El gran Rey Israelita de la Biblia está enterrado en un sepulcro medieval cristiano. En tiempos más recientes el edificio fue una mezquita dedicada al referido rey judío, y en cuya ornamentación se emplearon capiteles con elementos cristianos alusivos a Cristo, pues, al fin, también había sido monasterio franciscano. Además, y por si todo esto fuera poco, entre 1948 y 1967 fue el principal lugar de oración de los judíos, que en esa época tenían prohibido el acceso al muro de las lamentaciones. Como puede comprobarse el referido recinto sería el paradigma del eclecticismo religioso si no fuera porque es uno más en todo el rompecabezas que conforma Jerusalén.
Otro sitio de reciclaje y reutilización, es el lugar de la ciudad más sagrado tanto para judíos como para musulmanes: El monte Moriá, la explanada del Templo o la Explanada de las Mezquitas. Posiblemente uno de los parajes del planeta donde se emplazan más tradiciones y acontecimientos sagrados. Desde que Abraham levantó allí un ara para el sacrificio en honor de Yahvé, ese lugar siempre se ha considerado sagrado, y en él se han erigido altares o templos al mismo Yahvé, a Zeus, a Júpiter, a Jesucristo y a Ala. Allí se sitúa para muchas tradiciones el lugar donde se inició la creación del mundo, donde se celebrará el juicio final y donde comenzará la resurrección de los muertos en el fin de los tiempos. Para los judíos, como ya he mencionado, es el lugar donde Jacob luchó con Dios, y donde este mismo Dios le concedió toda la Tierra Santa para él y para sus descendientes; pero sobre todo es el lugar donde se elevó el Templo, y el Santo de los Santos, el lugar principal del culto hebreo. Hasta tal punto es sacrosanto para ellos que algunos judíos ortodoxos no se permiten entrar en la explanada por temor a pisar el lugar donde se hallaba el Sancta Sanctórum, donde solo podía entrar el Sumo Sacerdote de Israel y solo el día de la Expiación. Por su parte, los musulmanes creen que esa explanada es el emplazamiento de la Mezquita Remota, la Mezquita de Al Aqsa, a la que llegó Mahoma desde la Meca en el Viaje Nocturno, y donde se encuentra la Cúpula de la Roca que protege la Piedra desde la que el Profeta subió a los cielos para reunirse con Dios. Y para ambos es el lugar donde Abraham iba a sacrificar a su hijo, y donde fue detenido por la mano de Dios, que posteriormente lo bendijo y que allí mismo le confirmó que sería padre de muchos pueblos; pero mientras para los judíos este hijo es su patriarca y ancestro Isaac, para los segundos es su antepasado Ismael, (menos mal que el gran patriarca solo tuvo dos hijos). Ante los restos del muro del Templo oran los judíos, y en lo alto de la explanada los musulmanes. Ambos reivindican y luchan por su posesión. Los unos reclaman poder reedificar allí el Tercer Templo, aunque para ello haya que demoler los edificios sagrados ajenos. Y los otros, modificando tradiciones propias más antiguas, niegan la misma existencia del Templo de Salomón como templo judío, y aún que Jerusalén fuera alguna vez judía, y hasta han conseguido que la Unesco desligue el lugar de la tradición y de la religión hebrea, y que se lo considere exclusivamente de culto musulmán. Eso sí, hay algo en lo que ambos están de acuerdo, y es que es un estupendo lugar para iniciar y fomentar conflictos.
La Cúpula de la Roca está revestida por un recubrimiento de oro cuya restauración fue sufragada por Hussein de Jordania, para lo cual vendió su casa de Londres. Esto, junto con el hecho de ser descendiente directo de Mahoma, le permitió que le perdonaran la terrible afrenta de haber firmado la paz con el archienemigo estado israelí. El rey de Marruecos quiso emular la acción del jordano, y regaló una enorme alfombra que cubriera parte del suelo del santuario; pero cometió el pequeño error de que el motivo decorativo de la alfombra fuera una estrella de David. En Marruecos, que un elemento esté adornado con el símbolo del rey hebreo es un hecho banal, pero en Jerusalén, pensar que ese símbolo, que está en el centro de la bandera israelita, pudiera entrar en el principal lugar de veneración para los musulmanes de toda la ciudad, es absolutamente inconcebible. Hasta donde se sabe hoy en día, la alfombra nunca entró en el santuario de la Roca, y se desconoce su ubicación actual.
Son innumerables los edificios de Jerusalén que, en mayor o menor medida, forman parte de la devoción, de la tradición, o de la historia de las diferentes confesiones religiosas, pero mención aparte merece la Iglesia del Santo Sepulcro, la Ecclesia Sancti Sepulchri, el lugar del mundo que debiera de ser el más sagrado para todas las confesiones cristianas. En su interior sitúa la tradición el Calvario, que hoy en día apenas es una elevación del terreno a la que se accede por unas estrechas escaleras, y en la que se venera el emplazamiento donde se elevó la cruz en la que fue ejecutado Jesús de Nazaret, y que al parecer era un lugar de ajusticiamiento público utilizado por los invasores romanos para aviso y escarmiento del pueblo judío, (para que fueran tomando nota aquellos que ponían en las pintadas “Romanus ite domi”). También se encuentra allí, como indica el nombre de la iglesia, el Sepulcro donde enterraron a Jesús, y donde posteriormente resucitó; amén de otros muchos elementos venerados, como la Piedra de la Deposición donde prepararon el cuerpo de Cristo antes de su sepultura, la tumba de Adán, el aljibe donde se encontró años después la vera crucis, una de las columnas de la flagelación... Así que este debería de ser un lugar santo que fomentara la unidad de todas las iglesias cristinas. En lugar de eso lo hemos convertido entre todos en paradigma de la división, de intransigencia y hasta de conflicto entre las diferentes creencias cristianas. Hasta tal punto es así que no son raros los pleitos y las disputas entre los fieles y aún los religiosos dentro del recinto. Y forma parte del folclore y del espectáculo turístico el contemplar las reyertas entre los monjes y clérigos de las diferentes confesiones, que pueden iniciarse por hechos tan baladís como que una procesión o celebración religiosa, de las que se ofician cada día, se salga del espacio permitido, o porque a algún miembro de una determinada iglesia se le ocurra limpiar o barrer en una dirección inadecuada y desplace el polvo hacia el espacio utilizado por otra confesión.
El edificio en sí mismo ya es una amalgama de capillas y grutas de diferentes estilos y épocas que se reparten los ortodoxos griegos, los católicos, los cristianos sirios, los armenios, los coptos y los etíopes. Bueno, estos últimos fueron relegados al tejado del templo, donde mantienen unas pequeñas capillas y celdas monásticas. La iglesia primitiva fue mandada construir por Constantino sobre los restos de un templo dedicado a Venus por el emperador Adriano, el cual había pretendido soterrar con esta construcción uno de los lugares sagrados para los cristianos, igual que había intentado erradicar de Israel a los judíos y hasta su memoria, tras derrotar su última gran rebelión en el 132 de nuestra era. La iglesia, desde su primitiva construcción ha pasado por tantos avatares y destrucciones como la ciudad misma, y ello se objetiva en las sucesivas edificaciones, restauraciones y reconstrucciones, que son ejemplo de eclecticismo arquitectónico. Cada confesión ha decorado e incluso reconstruido las capillas bajo su jurisdicción en la forma en que ha creído conveniente, siguiendo sus gustos, estilos y tradiciones, sin respetar o intentar mantener un mínimo espíritu de unidad. Y aunque ha habido en diferentes ocasiones acuerdos para el mantenimiento conjunto, lo cierto es que recientemente el estado de Israel ha tenido que tomar el toro por los cuernos y obligar a la restauración del edificio que amenazaba ruina. Ni tan siquiera el riesgo de catástrofe o derrumbamiento había puesto de acuerdo a sus ocupantes sobre la reconstrucción que tanta falta hacía. El paradigma de todo esto es una escalera de mano situada en un arco en la fachada de la entrada, colocada allí hace años, según parece hace más de ciento ochenta años, y que hasta la fecha nadie ha retirado por no ponerse de acuerdo sobre a quién le corresponde hacerlo.
Y hasta tal punto existe desconfianza y animadversión entre las Iglesias que lo comparten, que los depositarios de la llave de su puerta son dos familias musulmanas, desde 1187.
Además del reciclaje, Jerusalén también fomenta la multiplicación de los elementos. Hay al menos dos sepulcros reconocidos de Jesús, el ya referido venerado por la mayoría de los cristianos, y otro, en un huerto, que es venerado por las iglesias protestantes; y es que, puesto que las iglesias de la Reforma no pudieron entrar en la disputa y en el reparto por el “sepulcro original”, que mejor que generar nuevas controversias buscando uno nuevo. También hay dos “sepulcros” oficiales de la Virgen María, uno con tumba incluida, venerado por las iglesias ortodoxas, y otro donde los católicos sitúan el lugar de la “dormición”. Incluso hay una tumba del apóstol Santiago, para disgusto y agravio de los compostelanos, en la catedral de su mismo nombre en el barrio armenio; bueno, los más conciliadores afirman que allí solo está la cabeza del apóstol, y que el resto se encuentra en la tumba de la catedral de Santiago de Compostela. También tenemos dos columnas donde flagelaron a Jesús, en Jerusalén, pues hay una tercera en Roma… Y en fin, como digo el arte de multiplicar los elementos sagrados es pródigo en esta ciudad. Quizá como no demasiado lejos de allí se multiplicaron los panes y los peces, no quieran más que seguir con la tradición. Supongo.
Pero en Jerusalén no solo encontramos templos antiguos reconstruidos o reutilizados, si no también numerosos templos nuevos y de cualquier confesión que pueda imaginarse. En Israel se admite la libertad religiosa, y el asentamiento de cualquier creencia y la construcción de cualquier templo dedicado a cualquier deidad. Con una única condición. Y es que ninguna religión puede hacer proselitismo de su fe. Así que Israel es el único lugar en el mundo donde puedes pasear por delante de un templo de los Santos de los Últimos días (alias mormones), teniendo la absoluta certeza de que no te pararán los hermanos misioneros Warren y John para explicarte la palabra del profeta John Smith.
Y es que, por otra parte, los judíos llevan mucho tiempo buscando resquicios en las normas, y en sus estrictas leyes, que les permitan saltárselas y cumplirlas a un tiempo. Al fin y al cabo, Jacob (Israel), su antepasado común, el padre de las doce tribus, consiguió su primogenitura comprándola con un plato de lentejas y engañando a su padre, aprovechándose de su ancianidad, de su ceguera y de sus debilidades humanas. Y así por ejemplo han conseguido que Israel, donde por ley los cerdos no pueden pisar la sagrada Tierra del estado, sea el mayor productor de carne porcina de todo oriente medio. Pero eso sí, los cerdos nunca pisan la tierra, básicamente porque las granjas están construidas sobre planchas de cemento, que por lo visto son aislante de la inmundicia del animal impuro.

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Publicado por Balder

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