Todo ser humano que
proceda en mayor o menor medida de la cultura mediterránea, ya sea esta judía,
judeocristiana o musulmana, habrá oído hablar de Jerusalén desde su infancia. Y
tendrá una idea de la Ciudad Santa, posiblemente mítica e irreal, pero que
constituirá parte de los cimientos de su ideología. La noción de Jerusalén está
tan enraizada en nuestras creencias y conocimientos que somos incapaces de
recordar cuando oímos hablar de ella por primera vez. Simplemente siempre
estuvo allí.
Bien es cierto que el
concepto que tenemos de esa ciudad posiblemente sea totalmente mítico y que no
se aproxime a la realidad, y precisamente por ello quizá nunca seamos capaces
de ser objetivos cuando nos acercamos a la ciudad real, ya sea esta realidad,
histórica, material o cultural.
En dependencia de la
creencia que profesemos, o de las fuentes de las que hayamos bebido, veremos en
Jerusalén el lugar donde se creó el mundo; o el lugar donde Abraham iba a
sacrificar a su hijo, y donde fue detenido por la mano de Dios, que
posteriormente lo bendijo y que allí mismo le confirmó que sería padre de
muchos pueblos; o veremos el lugar donde Jacob luchó con Dios y donde vio la
escalera que llegaba hasta el cielo y por la que subían y descendían los
Ángeles del Señor, y donde el mismo Dios le concedió esa Tierra para él y para
sus descendientes; o veremos en ella la Ciudad de David, la ciudad que conquistó
para ser capital de Israel, y donde instaló el arca de la alianza y donde
posteriormente se levantó el Templo, el de Salomón, el de Zorobabel y el de
Herodes el grande; o será para nosotros, la ciudad por la que paseó y donde
rezó Jesús, donde enseñó a sus discípulos, donde fue recibido como Rey, y donde
tras celebrar la Última Cena, fue crucificado, muerto y sepultado, y donde al
tercer día resucitó de entre los muertos; o será el lugar donde se halla la
Mezquita Lejana, a la que llegó Mahoma desde la Meca en el Viaje Nocturno, y el
lugar donde está la Cúpula de la Roca desde la que Mahoma subió a los cielos
para reunirse con Dios; O veremos en ella la representación en la Tierra
de la Jerusalén Celestial, la Nueva Jerusalén,
o la Jerusalén Renovada, mencionada en el libro del Apocalipsis; O tan solo
veamos una antigua ciudad que es el origen y el lugar donde se suceden
múltiples conflictos. O será para nosotros varias de estas ciudades y lugares a
un tiempo.
En definitiva, todos
tenemos desde nuestra infancia una imagen idealizada de Jerusalén que, en
muchas ocasiones, choca frontalmente con la Jerusalén real, la histórica y tangible.
Y aun así, o quizá por eso, nos sorprende, nos maravilla y nos embriaga cuando
la conocemos. Además que la mente humana es terca y tenaz, y en la mayoría de
los casos, los peregrinos, los visitantes y aun sus habitantes, embriagados y
perturbados por el choque de lo idealizado con lo palpable, son capaces de
deformar la realidad para seguir viendo entre las piedras tangibles, los
ladrillos místicos con los que siempre han soñado.
Y en Jerusalén hay
muchas piedras que tocar, que palpar, que venerar o que pisar. El pavimento de
la ciudad vieja es el mismo suelo de la época romana, como tienen a bien
informarte diferentes placas distribuidas por todo el casco antiguo, y que ha
sido pisado por romanos y bizantinos, por persas y árabes, por cruzados y peregrinos,
por turcos y británicos, por judíos y palestinos. Y en diferentes lugares,
apenas descendiendo unos escalones, puedes vislumbrar las mismas calzadas de la
época previa a la destrucción de Tito, las mismas calles de la época de Herodes
el grande y de Jesús el nazareno.
Sus murallas, heridas
y marcadas con los disparos de los últimos conflictos, y que son patrimonio de
la humanidad, no son ni con mucho las primeras que la rodearon, pues sus
diferentes defensas han sido dañadas o destruidas en conflictos, en asaltos y
hasta en terremotos, y reconstruidas una y otra vez. Las actuales murallas son
las otomanas del siglo XVI, pero es fácil pensar que deben de ser muy similares
a sus predecesoras, y que probablemente están hechas con las mismas piedras. De
igual forma que los olivos que rodean la ciudad, sobre todo en el monte que
lleva su nombre, quizá no sean los mismos de las historias que hemos escuchado
desde nuestra infancia, aunque algunos tengan más de dos mil años y realmente han
sido testigos de gran parte de la historia de aquella tierra, pero seguro que
al menos son hijos o nietos de los que siempre han debido de rodearla.
Y entre los muros de
la ciudad hay construcciones históricas, templos y lugares sagrados de todas
las creencias. Edificios que en muchas ocasiones han sido reutilizados,
reconvertidos y reciclados. No es extraño encontrar mezquitas que fueron iglesias,
sinagogas que fueron mezquitas, que a su vez habían sido templos cristianos. Y
por supuesto, lugares que son santos para las tres religiones.
Porque en Jerusalén
todo se recicla, edificios, piedras, lugares y hasta personas.
Uno de los ejemplos
más curiosos de reciclaje se encuentra en el monte de los Olivos, en el lugar
donde la tradición sitúa la ascensión de Jesús a los cielos. Originalmente allí
se construyó una iglesia bizantina que fue destruida por los persas,
reconstruida y destruida de nuevo, reconstruida una vez más por los cruzados
para ser vuelta a destruir por los musulmanes, quienes, finalmente, levantaron
en el emplazamiento una mezquita-santuario para venerar el lugar desde el que
ascendió el profeta Isa (Jesús) al Cielo. Allí se hallaba, al menos desde la
construcción del primer edificio, una roca en la que estaban marcadas las
supuestas huellas que Jesús dejó en su ascensión. Pues bien, dicen las malas
lenguas, que en el proceso de reconstrucción del santuario, la roca se
fragmentó en dos partes simétricas y, en un acto de generosidad, Jesús cedió
una de sus huellas a Mahoma, (quedando la otra en su ubicación original), y
ahora la mitad de la piedra se halla bajo la cúpula de la Roca, y ha pasado a
ser la huella que dejó el Profeta al subir al cielo para reunirse con Dios,
acompañado por el ángel Gabriel.
Y este no es ni con
mucho el único elemento reciclado o reconvertido. El Cenáculo, que es uno de
los edificios sagrados para las tres confesiones monoteístas, podría ser el ejemplo
de construcción reutilizada. Allí, en la planta alta del inmueble, la tradición
cristiana afirma que se celebró la Última Cena de Jesús con sus discípulos, se
instituyó la Eucaristía y que fue el lugar donde estaban los apóstoles durante
el Pentecostés. Curiosamente la estancia se sostiene por columnas con capiteles
romano-bizantinos. En la planta baja de esa misma edificación se sitúa la
supuesta tumba del Rey David, cuyos restos, allí encontrados, fueron
depositados en la edad media en un sarcófago de manufactura cruzada. El gran
Rey Israelita de la Biblia está enterrado en un sepulcro medieval cristiano. En
tiempos más recientes el edificio fue una mezquita dedicada al referido rey
judío, y en cuya ornamentación se emplearon capiteles con elementos cristianos
alusivos a Cristo, pues, al fin, también había sido monasterio franciscano.
Además, y por si todo esto fuera poco, entre 1948 y 1967 fue el principal lugar
de oración de los judíos, que en esa época tenían prohibido el acceso al muro
de las lamentaciones. Como puede comprobarse el referido recinto sería el
paradigma del eclecticismo religioso si no fuera porque es uno más en todo el
rompecabezas que conforma Jerusalén.
Otro sitio de
reciclaje y reutilización, es el lugar de la ciudad más sagrado tanto para judíos
como para musulmanes: El monte Moriá, la explanada del Templo o la Explanada de
las Mezquitas. Posiblemente uno de los parajes del planeta donde se emplazan
más tradiciones y acontecimientos sagrados. Desde que Abraham levantó allí un
ara para el sacrificio en honor de Yahvé, ese lugar siempre se ha considerado
sagrado, y en él se han erigido altares o templos al mismo Yahvé, a Zeus, a
Júpiter, a Jesucristo y a Ala. Allí se sitúa para muchas tradiciones el lugar
donde se inició la creación del mundo, donde se celebrará el juicio final y
donde comenzará la resurrección de los muertos en el fin de los tiempos. Para
los judíos, como ya he mencionado, es el lugar donde Jacob luchó con Dios, y
donde este mismo Dios le concedió toda la Tierra Santa para él y para sus
descendientes; pero sobre todo es el lugar donde se elevó el Templo, y el Santo
de los Santos, el lugar principal del culto hebreo. Hasta tal punto es sacrosanto
para ellos que algunos judíos ortodoxos no se permiten entrar en la explanada
por temor a pisar el lugar donde se hallaba el Sancta Sanctórum, donde solo podía
entrar el Sumo Sacerdote de Israel y solo el día de la Expiación. Por su parte,
los musulmanes creen que esa explanada es el emplazamiento de la Mezquita Remota,
la Mezquita de Al Aqsa, a la que llegó Mahoma desde la Meca en el Viaje
Nocturno, y donde se encuentra la Cúpula de la Roca que protege la Piedra desde
la que el Profeta subió a los cielos para reunirse con Dios. Y para ambos es el
lugar donde Abraham iba a sacrificar a su hijo, y donde fue detenido por la
mano de Dios, que posteriormente lo bendijo y que allí mismo le confirmó que
sería padre de muchos pueblos; pero mientras para los judíos este hijo es su
patriarca y ancestro Isaac, para los segundos es su antepasado Ismael, (menos
mal que el gran patriarca solo tuvo dos hijos). Ante los restos del muro del
Templo oran los judíos, y en lo alto de la explanada los musulmanes. Ambos
reivindican y luchan por su posesión. Los unos reclaman poder reedificar allí
el Tercer Templo, aunque para ello haya que demoler los edificios sagrados
ajenos. Y los otros, modificando tradiciones propias más antiguas, niegan la
misma existencia del Templo de Salomón como templo judío, y aún que Jerusalén
fuera alguna vez judía, y hasta han conseguido que la Unesco desligue el lugar
de la tradición y de la religión hebrea, y que se lo considere exclusivamente
de culto musulmán. Eso sí, hay algo en lo que ambos están de acuerdo, y es que
es un estupendo lugar para iniciar y fomentar conflictos.
La Cúpula de la Roca
está revestida por un recubrimiento de oro cuya restauración fue sufragada por
Hussein de Jordania, para lo cual vendió su casa de Londres. Esto, junto con el
hecho de ser descendiente directo de Mahoma, le permitió que le perdonaran la terrible
afrenta de haber firmado la paz con el archienemigo estado israelí. El rey de
Marruecos quiso emular la acción del jordano, y regaló una enorme alfombra que
cubriera parte del suelo del santuario; pero cometió el pequeño error de que el
motivo decorativo de la alfombra fuera una estrella de David. En Marruecos, que
un elemento esté adornado con el símbolo del rey hebreo es un hecho banal, pero
en Jerusalén, pensar que ese símbolo, que está en el centro de la bandera
israelita, pudiera entrar en el principal lugar de veneración para los
musulmanes de toda la ciudad, es absolutamente inconcebible. Hasta donde se
sabe hoy en día, la alfombra nunca entró en el santuario de la Roca, y se
desconoce su ubicación actual.
Son innumerables los
edificios de Jerusalén que, en mayor o menor medida, forman parte de la
devoción, de la tradición, o de la historia de las diferentes confesiones
religiosas, pero mención aparte merece la Iglesia del Santo Sepulcro, la Ecclesia
Sancti Sepulchri, el lugar del mundo que debiera de ser el más sagrado para todas
las confesiones cristianas. En su interior sitúa la tradición el Calvario, que
hoy en día apenas es una elevación del terreno a la que se accede por unas
estrechas escaleras, y en la que se venera el emplazamiento donde se elevó la
cruz en la que fue ejecutado Jesús de Nazaret, y que al parecer era un lugar de
ajusticiamiento público utilizado por los invasores romanos para aviso y
escarmiento del pueblo judío, (para que fueran tomando nota aquellos
que ponían en las pintadas “Romanus ite domi”). También se encuentra allí, como
indica el nombre de la iglesia, el Sepulcro donde enterraron a Jesús, y donde posteriormente
resucitó; amén de otros muchos elementos venerados, como la Piedra de la
Deposición donde prepararon el cuerpo de Cristo antes de su sepultura, la tumba
de Adán, el aljibe donde se encontró años después la vera crucis, una de las
columnas de la flagelación... Así que este debería de ser un lugar santo que
fomentara la unidad de todas las iglesias cristinas. En lugar de eso lo hemos
convertido entre todos en paradigma de la división, de intransigencia y hasta de
conflicto entre las diferentes creencias cristianas. Hasta tal punto es así que
no son raros los pleitos y las disputas entre los fieles y aún los religiosos
dentro del recinto. Y forma parte del folclore y del espectáculo turístico el
contemplar las reyertas entre los monjes y clérigos de las diferentes
confesiones, que pueden iniciarse por hechos tan baladís como que una procesión
o celebración religiosa, de las que se ofician cada día, se salga del espacio
permitido, o porque a algún miembro de una determinada iglesia se le ocurra
limpiar o barrer en una dirección inadecuada y desplace el polvo hacia el
espacio utilizado por otra confesión.
El edificio en sí
mismo ya es una amalgama de capillas y grutas de diferentes estilos y épocas
que se reparten los ortodoxos griegos, los católicos, los cristianos sirios,
los armenios, los coptos y los etíopes. Bueno, estos últimos fueron relegados
al tejado del templo, donde mantienen unas pequeñas capillas y celdas
monásticas. La iglesia primitiva fue mandada construir por Constantino sobre
los restos de un templo dedicado a Venus por el emperador Adriano, el cual
había pretendido soterrar con esta construcción uno de los lugares sagrados
para los cristianos, igual que había intentado erradicar de Israel a los judíos
y hasta su memoria, tras derrotar su última gran rebelión en el 132 de nuestra
era. La iglesia, desde su primitiva construcción ha pasado por tantos avatares
y destrucciones como la ciudad misma, y ello se objetiva en las sucesivas
edificaciones, restauraciones y reconstrucciones, que son ejemplo de
eclecticismo arquitectónico. Cada confesión ha decorado e incluso reconstruido
las capillas bajo su jurisdicción en la forma en que ha creído conveniente,
siguiendo sus gustos, estilos y tradiciones, sin respetar o intentar mantener
un mínimo espíritu de unidad. Y aunque ha habido en diferentes ocasiones
acuerdos para el mantenimiento conjunto, lo cierto es que recientemente el
estado de Israel ha tenido que tomar el toro por los cuernos y obligar a la
restauración del edificio que amenazaba ruina. Ni tan siquiera el riesgo de
catástrofe o derrumbamiento había puesto de acuerdo a sus ocupantes sobre la
reconstrucción que tanta falta hacía. El paradigma de todo esto es una escalera
de mano situada en un arco en la fachada de la entrada, colocada allí hace años, según
parece hace más de ciento ochenta años, y que hasta la fecha nadie ha retirado
por no ponerse de acuerdo sobre a quién le corresponde hacerlo.
Y hasta tal punto
existe desconfianza y animadversión entre las Iglesias que lo comparten, que los
depositarios de la llave de su puerta son dos familias musulmanas, desde 1187.
Además del reciclaje, Jerusalén
también fomenta la multiplicación de los elementos. Hay al menos dos sepulcros reconocidos
de Jesús, el ya referido venerado por la mayoría de los cristianos, y otro, en
un huerto, que es venerado por las iglesias protestantes; y es que, puesto que las
iglesias de la Reforma no pudieron entrar en la disputa y en el reparto por el “sepulcro
original”, que mejor que generar nuevas controversias buscando uno nuevo.
También hay dos “sepulcros” oficiales de la Virgen María, uno con tumba incluida,
venerado por las iglesias ortodoxas, y otro donde los católicos sitúan el lugar
de la “dormición”. Incluso hay una tumba del apóstol Santiago, para disgusto y agravio de los compostelanos, en la catedral
de su mismo nombre en el barrio armenio; bueno, los más conciliadores afirman que
allí solo está la cabeza del apóstol, y que el resto se encuentra en la tumba de la
catedral de Santiago de Compostela. También tenemos dos columnas donde
flagelaron a Jesús, en Jerusalén, pues hay una tercera en Roma… Y en fin, como
digo el arte de multiplicar los elementos sagrados es pródigo en esta ciudad. Quizá
como no demasiado lejos de allí se multiplicaron los panes y los peces, no quieran
más que seguir con la tradición. Supongo.
Pero en Jerusalén no
solo encontramos templos antiguos reconstruidos o reutilizados, si no también numerosos
templos nuevos y de cualquier confesión que pueda imaginarse. En Israel se
admite la libertad religiosa, y el asentamiento de cualquier creencia y la
construcción de cualquier templo dedicado a cualquier deidad. Con una única
condición. Y es que ninguna religión puede hacer proselitismo de su fe. Así que
Israel es el único lugar en el mundo donde puedes pasear por delante de un
templo de los Santos de los Últimos días (alias mormones), teniendo la absoluta
certeza de que no te pararán los hermanos misioneros Warren y John para
explicarte la palabra del profeta John Smith.
Y es que, por otra
parte, los judíos llevan mucho tiempo buscando resquicios en las normas, y en
sus estrictas leyes, que les permitan saltárselas y cumplirlas a un tiempo. Al
fin y al cabo, Jacob (Israel), su antepasado común, el padre de las doce
tribus, consiguió su primogenitura comprándola con un plato de lentejas y
engañando a su padre, aprovechándose de su ancianidad, de su ceguera y de sus
debilidades humanas. Y así por ejemplo han conseguido que Israel, donde por ley
los cerdos no pueden pisar la sagrada Tierra del estado, sea el mayor productor
de carne porcina de todo oriente medio. Pero eso sí, los cerdos nunca pisan la
tierra, básicamente porque las granjas están construidas sobre planchas de
cemento, que por lo visto son aislante de la inmundicia del animal impuro.
Continúa en:
Publicado por Balder
No hay comentarios:
Publicar un comentario