sábado, 12 de mayo de 2018

Los dos.


Leer antes el capítulo primero: "Ella" en: https://celtiberosyceltimoras.blogspot.com/2018/05/ella.HTML
y después el Capítulo segundo: "El" en: https://celtiberosyceltimoras.blogspot.com/2018/05/el.HTML


3.- LOS DOS

En honor a la verdad nunca me han gustado especialmente los grupos de trabajo antitabaco, no me considero cualificada para manejarlos adecuadamente, ni por formación ni por ilusión; quizá tan solo se deba a que me obligan a enfrentarme a mis propias dudas y dependencias y eso es algo que yo, como muchos otros, siempre he tolerado muy mal. Por eso, Quique, mi incondicional compañero de centro de salud, no podía contener las carcajadas  cuando le dije que me iba a embarcar en la aventura de deshabituar a un pueblo, cuyos habitantes son mayoritariamente pescadores de avanzada edad a los que les importa un bledo lo que la OMS, la SEMFYC, o yo opinemos de lo perjudicial que resulta para su salud fumar.

Ellos se apuntaron al grupo más por hacerme un favor que porque pensasen en realidad dejar de fumar, o al menos eso creo yo.

Supongo que se conocerían de antes, en un pueblo de apenas dos mil habitantes es difícil no coincidir en alguna ocasión. A lo mejor se recordaban vagamente de aquellos veranos en los que ella se sentaba en la orilla a ver como sus hijos jugaban en el agua y él acompañaba a su madre paseando por la línea de la rompiente de uno a otro lado de la playa. Quizá no, quizá se recuerdan de años después cuando los dos volvieron al pueblo casi a la vez, despertando curiosidades paralelas en todos los demás, o tal vez se han cruzado miles de veces pero ninguno se fijó en el otro, sumidos como van cada uno de ellos en su propio mundo interior.

Aquel primer día de reunión, todos se miraban con recelo en la sala de espera, intentando hacer un apresurado juicio de valor sobre los otros participantes en el grupo. Ella bajó rápidamente los ojos hacía sus manos de uñas muy cortas, cuando se encontró con la mirada de él. Él también ocultó apresuradamente su mirada de curiosidad para no incomodarla. Dentro apenas miraban hacia el otro cuando le tocaba de hablar o de expresar su opinión, pero me di cuenta enseguida de que como por instinto, se habían fijado el uno en el otro creyendo descubrir que algo común, más allá del hábito compulsivo de fumar que delataban sus manos, los unía.

Las primeras reuniones transcurrieron con total normalidad, el grupo se fue consolidando poco a poco y los participantes fueron soltando el lastre de su recelo inicial. Ellos seguían mirándose un poco a hurtadillas, como dos adolescentes curiosos, pero los primeros cambios no tardaron en llegar. Las uñas pintadas y el pelo cortado y teñido, la americana y la camisa que dan pasó a un polo algo más juvenil e informal. Ella ahora se maquilla, primero eran solo los días de reunión grupal, pero después ya lo hacía cada vez que tenía que venir al centro de salud. Él ha comenzado a sonreír a los demás participantes del grupo,  se demora unos segundos con el administrativo al salir y ha comenzado a descender su medicación.

Nunca preguntaban directamente el uno por el otro en la consulta, pero curiosamente sus citas comenzaron a coincidir. Sus miradas ya no se evitan, se buscan, sin descaro pero sin recelo. Existe entre ellos una extraña complicidad que sin embargo no parece haber trascendido a los demás.

Con el paso de los meses, los he ido encontrando en mis paseos por el pueblo, o cuando salgo a caminar o en bicicleta. Se sientan en mesas separadas escasos metros en la terraza de la taberna del Tío Antón, invariablemente una bebida, un cigarrillo y con frecuencia el mismo libro entre las manos, siempre un poco más adelantada ella, como la lectora compulsiva que siempre ha sido. Caminando por el paseo de la playa, cada uno en una dirección diferente, él solo y ella con su enorme perro Pastor del Pirineo, saludándose con la cortesía un poco indiferente de dos conocidos circunstanciales, pero demorando sus miradas un poco más de lo normal.

Procuran tocarse como sin querer, al entrar o salir de las sesiones de grupo, se gastan pequeñas bromas cargadas de intención y coquetean con la sutileza y la discreción de dos personas que sobre el papel ya no tienen edad para coquetear.

El mes pasado, una tarde de desolador temporal, de esas en las que solo un médico rural con una ineludible responsabilidad se atreve a acercarse a la costa, los vi silenciosos en la garita del mirador de la Viqueira, arropándose el uno al otro vestidos ambos con recios trajes de pescador, disfrutando de una tormenta escandalosamente hermosa.

En ella comienza a descubrirse de nuevo una belleza intemporal y un poco decadente, que sin embargo poco tiene que ver con  las uñas pintadas o el maquillaje, nace más adentro, en el brillo ilusionado de sus ojos. Nace del interior de una mujer que solo necesitaba descubrir que aún es capaz de gustar a un hombre, que de haberlo querido, de haberlo deseado de verdad no habría perdido al suyo propio. Ahora tiene la certeza absoluta de que podría haberlo hecho y por fin se ha reconciliado con la idea inasumible para una mujer como ella, de que lo que más anhelaba en el mundo era dejarlo marchar y escapar ella a su vez.

En él asoma tímidamente la sonrisa que una vez le iluminó por dentro y por fuera cuando era niño. Ha vuelto a sentirse útil, deseado, necesitado. Le satisface descubrir que existen mujeres con las que se puede entender, que también entonces de haberlo querido habría podido enamorar a una, habría podido construir la vida que todos esperaban y deseaban menos él. Y en ese encuentro se reconcilia con todo y con todos, lentamente, pero sobre todo se reconcilia consigo mismo y con la sensación de que dejó su propia utilidad demasiado al servicio de los demás.

La suya no es una historia de amor al uso, es probable que ya nunca, ninguno de los dos encuentre ese amor trascendente y trascendental con el que soñaron desde muy jóvenes y que la vida no les regaló jamás. Les quedan muchas verdades por descubrir al uno del otro, pero estoy segura de que no les harán daño. Porque la vida, esa vida que tanto les arrastró, les hirió y les dolió, les ha regalado algo tanto o más hermoso que un amor de ensueño. Les ha regalo a otra persona capaz de comprender el inmenso dolor de la mentira, de la soledad, de la humillación y del abandono. Capaz de entender la fuerza desmesurada que es capaz de nacer de la absoluta desesperación. Capaz de disfrutar de la silenciosa calma de una puesta de sol y de la abrumadora belleza de una desoladora tormenta.

Y es curioso que se hayan encontrado, que obtengan su refuerzo, su seguridad, su armonía de aquello de lo que toda la vida intentaron huir. Ninguno de los dos sabe aún que el otro también es homosexual.

Publicado por Farela

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