miércoles, 9 de mayo de 2018

Él


Leer antes el capitulo primero "Ella" en  https://celtiberosyceltimoras.blogspot.com/2018/05/ella.html


2.- ÉL

Tiene casi setenta años, pero nadie lo diría al verlo pasear por el pueblo. La primera vez que vino a mi consulta hace ya casi siete años, me pareció un hombre guapo y elegante a la antigua usanza.

Invariablemente vestido con una camisa, una americana y un pantalón de corte muy clásico. La piel morena de quien está acostumbrado a pasar muchas horas al aire libre, el pelo muy corto y unos hermosísimos y transparentes ojos azules, ahogados en un gesto de infinita tristeza. En medio de su aspecto impecablemente cuidado, llaman la atención las manos de largos dedos y uñas cuidadosamente recortadas y limadas, pero teñidas del intenso color amarillo que solo un gran fumador puede poseer.

Recuerdo que cuando se marchó la enfermera me susurró “Cary Grant ha entrado en nuestro cupo”, y esa ha sido en efecto mi percepción a lo largo de todos estos años.

Sus padres se conocieron en Madrid, en casa de doña Merceditas, la tía del por entonces alcalde de este pueblo.  En casa de doña Merceditas solían recalar muchos gallegos en tránsito por la capital, y a la hora del té se fraguaban alianzas económicas y sociales que muchas veces se hicieron indisolubles, en torno a la mesa camilla de su salón. El matrimonio se instaló en la ciudad al pie de la conservera que la familia paterna poseía algo más al sur. Pronto fueron llegando los cinco hijos, de los cuales él es el mayor. Sus recuerdos de infancia y adolescencia son felices, tres chicos y dos chicas  que crecían sin trabas en un ambiente sencillo y familiar.

Después de algún pequeño disgusto por no querer continuar con el negocio familiar y habida cuenta de que quedaban otros dos hermanos más, comenzó sus estudios de Medicina en Santiago con una gran ilusión, pero en cuarto, un golpe de mar se llevó a su padre  y no tuvo más remedio que hacerse cargo de la empresa que constituía el sustento de su familia.

Fueron años de lucha duros, en soledad, intentó proporcionarles a sus hermanos estudios con los que labrarse un futuro mejor, defendió la conservera con tanto empeño y entrega que en poco tiempo se hizo con algunas naves más y comenzó a expandirse por el norte peninsular.

Sus sueños de ser médico, de viajar a lugares remotos y novedosos, de conocer otros mundos donde las rejas de su interior se fueran rompiendo quedaron aparcados en esa búsqueda de un futuro mejor. Le habría gustado tener hijos y a veces aún se pregunta porque no se casó como todos le recomendaban. Hubo algún intento de su madre y de sus tías respaldados por alguna familia bien que lo veía como el perfecto partido; pero la cosa no llegó a cuajar, nunca supo muy bien si por su desinterés personal o porque ninguna mujer se atrevió finalmente a dar ese paso a su lado. Fue la única transgresión que se permitió durante todos esos largos años de entrega a su familia y su empresa.

Y como a quién Dios no le da hijos el demonio le da sobrinos, él centró en los hijos de sus hermanos todos sus esfuerzos. Todo le parecía poco para ellos. Se entregó con más ahínco si cabe a sacar adelante lo que ya había pasado de ser una empresa familiar a un pequeño emporio conservero con representación a nivel mundial. Los viajes soñados se transformaron en mundos que apenas acertaba a atisbar desde la ventana de un coche con chófer que lo trasladaba a toda prisa de reunión en reunión, de un hotel de lujo a otro gran hotel. A veces al alcance de su mano se presentaban pequeñas tentaciones que nunca se atrevió a tomar. Demasiada responsabilidad sobre sus hombros cansados como para ponerse en evidencia de un modo peligroso ante los demás.

Y a los sesenta, de repente y por sorpresa llegó de repente la verdad. Esos sobrinos a quienes pagó las mejores universidades, esos cachorros de empresario a los que colocó en los mejores puestos, a los que dio voz y voto en el mundo al que no eran más que recién llegados, se mostraron rebosantes de nuevas ideas y ganas de cambiar y le asestaron el golpe definitivo y mortal. Era un viejo anclado en viejos conceptos de lo que es una empresa en expansión, alguien totalmente prescindible, alguien a quien arrinconar con el voto unánime de una junta general en la que sus propios hermanos, a los que sacó adelante dejando varados sus propios sueños, dieron la espalda.

Volvió al pueblo de su madre y se instaló en la vieja casa de piedra que comenzó a rehabilitar más por necesidad que por ilusión. Permanece un poco alejado del resto de los vecinos, aunque sale a diario a pasear y cuando el tiempo se lo permite a navegar en su pequeño velero, comparte inquietudes con los viejos pescadores del puerto que aún recuerdan a sus abuelos y a aquella jovencita que se casó con uno del sur que conoció por Madrid, pero que apenas saben nada de él, no les interesa eso de la internet ni los cotilleos de su vida que pueda contar, no quieren saber que toma tres tipos diferentes de antidepresivos y que aun así, su aspecto cuidado, el de su casa y el de su barco son solo fruto de la misma férrea fuerza de voluntad que le llevo a lo más alto en el mundo empresarial subiendo cada vez un peldaño más construido sobre los escombros de sus sueños y su rica e inimaginable vida interior.

Le costó mucho tiempo confiar en mí, solo venía a verme cuando necesitaba medicación. Nos unió un libro medio abierto sobre mi mesa un día que vino en una cita urgente. Ahora acude siempre a última hora, hace su consulta y charlamos un rato de música, de literatura, de sueños y de esperanzas. Una vez me dijo “No creas doctora que tengo ganas de morir. Lo que no tengo es ganas de vivir” y salió dejando la puerta de la consulta algo entreabierta, como es su costumbre. Su frase me conmovió, por la carga de tristeza real que encierra y por las miles de veces que en algún momento de desoladora desesperación yo también he pensado que sería grato morir aquí y ahora, pero que sería infinitamente mejor que la vida me concediera el don de amarme lo suficiente como para que yo también desee volver a amarla a ella.

Continua en https://celtiberosyceltimoras.blogspot.com/2018/05/los-dos.html


Publicado por Farela

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