Leer antes el capitulo primero "Ella" en https://celtiberosyceltimoras.blogspot.com/2018/05/ella.html
2.- ÉL
2.- ÉL
Tiene
casi setenta años, pero nadie lo diría al verlo pasear por el pueblo. La
primera vez que vino a mi consulta hace ya casi siete años, me pareció un
hombre guapo y elegante a la antigua usanza.
Invariablemente
vestido con una camisa, una americana y un pantalón de corte muy clásico. La
piel morena de quien está acostumbrado a pasar muchas horas al aire libre, el
pelo muy corto y unos hermosísimos y transparentes ojos azules, ahogados en un
gesto de infinita tristeza. En medio de su aspecto impecablemente cuidado,
llaman la atención las manos de largos dedos y uñas cuidadosamente recortadas y
limadas, pero teñidas del intenso color amarillo que solo un gran fumador puede
poseer.
Recuerdo
que cuando se marchó la enfermera me susurró “Cary Grant ha entrado en nuestro
cupo”, y esa ha sido en efecto mi percepción a lo largo de todos estos años.
Sus
padres se conocieron en Madrid, en casa de doña Merceditas, la tía del por
entonces alcalde de este pueblo. En casa
de doña Merceditas solían recalar muchos gallegos en tránsito por la capital, y
a la hora del té se fraguaban alianzas económicas y sociales que muchas veces
se hicieron indisolubles, en torno a la mesa camilla de su salón. El matrimonio
se instaló en la ciudad al pie de la conservera que la familia paterna poseía
algo más al sur. Pronto fueron llegando los cinco hijos, de los cuales él es el
mayor. Sus recuerdos de infancia y adolescencia son felices, tres chicos y dos
chicas que crecían sin trabas en un
ambiente sencillo y familiar.
Después
de algún pequeño disgusto por no querer continuar con el negocio familiar y
habida cuenta de que quedaban otros dos hermanos más, comenzó sus estudios de
Medicina en Santiago con una gran ilusión, pero en cuarto, un golpe de mar se
llevó a su padre y no tuvo más remedio
que hacerse cargo de la empresa que constituía el sustento de su familia.
Fueron
años de lucha duros, en soledad, intentó proporcionarles a sus hermanos
estudios con los que labrarse un futuro mejor, defendió la conservera con tanto
empeño y entrega que en poco tiempo se hizo con algunas naves más y comenzó a
expandirse por el norte peninsular.
Sus sueños
de ser médico, de viajar a lugares remotos y novedosos, de conocer otros mundos
donde las rejas de su interior se fueran rompiendo quedaron aparcados en esa
búsqueda de un futuro mejor. Le habría gustado tener hijos y a veces aún se
pregunta porque no se casó como todos le recomendaban. Hubo algún intento de su
madre y de sus tías respaldados por alguna familia bien que lo veía como el
perfecto partido; pero la cosa no llegó a cuajar, nunca supo muy bien si por su
desinterés personal o porque ninguna mujer se atrevió finalmente a dar ese paso
a su lado. Fue la única transgresión que se permitió durante todos esos largos
años de entrega a su familia y su empresa.
Y como a
quién Dios no le da hijos el demonio le da sobrinos, él centró en los hijos de
sus hermanos todos sus esfuerzos. Todo le parecía poco para ellos. Se entregó
con más ahínco si cabe a sacar adelante lo que ya había pasado de ser una
empresa familiar a un pequeño emporio conservero con representación a nivel
mundial. Los viajes soñados se transformaron en mundos que apenas acertaba a
atisbar desde la ventana de un coche con chófer que lo trasladaba a toda prisa
de reunión en reunión, de un hotel de lujo a otro gran hotel. A veces al
alcance de su mano se presentaban pequeñas tentaciones que nunca se atrevió a
tomar. Demasiada responsabilidad sobre sus hombros cansados como para ponerse
en evidencia de un modo peligroso ante los demás.
Y a los
sesenta, de repente y por sorpresa llegó de repente la verdad. Esos sobrinos a
quienes pagó las mejores universidades, esos cachorros de empresario a los que colocó
en los mejores puestos, a los que dio voz y voto en el mundo al que no eran más
que recién llegados, se mostraron rebosantes de nuevas ideas y ganas de cambiar
y le asestaron el golpe definitivo y mortal. Era un viejo anclado en viejos
conceptos de lo que es una empresa en expansión, alguien totalmente
prescindible, alguien a quien arrinconar con el voto unánime de una junta
general en la que sus propios hermanos, a los que sacó adelante dejando varados
sus propios sueños, dieron la espalda.
Volvió al
pueblo de su madre y se instaló en la vieja casa de piedra que comenzó a rehabilitar
más por necesidad que por ilusión. Permanece un poco alejado del resto de los
vecinos, aunque sale a diario a pasear y cuando el tiempo se lo permite a
navegar en su pequeño velero, comparte inquietudes con los viejos pescadores
del puerto que aún recuerdan a sus abuelos y a aquella jovencita que se casó
con uno del sur que conoció por Madrid, pero que apenas saben nada de él, no
les interesa eso de la internet ni los cotilleos de su vida que pueda contar,
no quieren saber que toma tres tipos diferentes de antidepresivos y que aun
así, su aspecto cuidado, el de su casa y el de su barco son solo fruto de la
misma férrea fuerza de voluntad que le llevo a lo más alto en el mundo
empresarial subiendo cada vez un peldaño más construido sobre los escombros de
sus sueños y su rica e inimaginable vida interior.
Le costó
mucho tiempo confiar en mí, solo venía a verme cuando necesitaba medicación.
Nos unió un libro medio abierto sobre mi mesa un día que vino en una cita
urgente. Ahora acude siempre a última hora, hace su consulta y charlamos un
rato de música, de literatura, de sueños y de esperanzas. Una vez me dijo “No
creas doctora que tengo ganas de morir. Lo que no tengo es ganas de vivir” y
salió dejando la puerta de la consulta algo entreabierta, como es su costumbre.
Su frase me conmovió, por la carga de tristeza real que encierra y por las
miles de veces que en algún momento de desoladora desesperación yo también he
pensado que sería grato morir aquí y ahora, pero que sería infinitamente mejor
que la vida me concediera el don de amarme lo suficiente como para que yo
también desee volver a amarla a ella.
Publicado por Farela
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