Y creo
que cada coche tiene su personalidad. Aunque algunos de sus propietarios se
empeñen en aplastársela a golpe de acelerador y cafradas múltiples al volante.
Porque como decían los antiguos, “la vida es una deuda con los dioses”, y hay
personas a las que no les gusta tener deudas.
Pero
bueno, a lo que iba, cada coche tiene su personalidad, o la que le transfieren
sus propietarios en la medida de las actividades para las que los dedican. Así,
aquel 850, viejo y decrepito, con su chapa oxidada y perforada, pero que nos transportaba
diariamente a un grupo de compañeros hasta la universidad, era callado, un poco
perezoso, pero valiente y leal hasta su fin, de puro viejo. El Ford Escort que
tuve años después era alegre, temerario y un tanto atolondrado. El volvo S40
era serio y responsable, discreto y seguro, tanto en su línea como en su
conducción… En fin, que cada uno de los coches que a lo largo de los años han
pasado por mis manos tuvo su momento, su estilo y, como digo, su personalidad.
Incluido el volvo S60 que recientemente nos ha dejado, el Mati-móvil. O por
mejor decir, sobre todo la tenía él. Un automóvil negro como la sangre de los héroes, firme
cual acero sueco y, sobre todo, sumamente formal.
Quizá
lo vea así porque, si bien no ha sido el vehículo que más tiempo ha estado
conmigo, si que ha sido, con diferencia, al que más kilómetros le hemos hecho.
Y el que más lealtad nos ha demostrado.
En su
primera etapa, de montura de médico rural, demostró que era capaz de
enfrentarse, a lo largo de interminables jornadas laborales, a toda clase de
carreteras, caminos y hasta pistas forestales, amenizadas con todo tipo de
ocupantes y obstáculos, arbóreos, rocosos o faunísticos, bajo las más variadas condiciones
climatológicas, más o menos extremas. Desde nieblas cerradas a bochornos de
estío, pasando por cielos que se desplomaban sobre las cabezas de los
descendientes de los celtas, rebosantes de rayos, truenos, centellas y demás
efectos especiales. Pero también de acompañarte en momentos de soledad, de
tristeza o de alegría. De coloridos amaneceres o de húmedos cielos surcados por
arcoíris esperanzadores.
Luego, nos acompañó en toda clase de recorridos laborales y sobre todo vacacionales.
Hasta el punto de conseguir que sentarse a sus mandos fuera sinónimo de
alegría, descanso y hasta libertad.
A lo
largo de estos más de diez años, y de las casi siete vueltas a la tierra, en
número de kilómetros realizados que hemos recorrido juntos, siempre nos
demostró su robustez, su seguridad y su fidelidad. Y que, a pesar de su tamaño, era amable y suave, agradable de conducir y acogedor.
Así que
por todo eso, por su camaradería, por su fortaleza y por su lealtad, no nos
quedaba menos que dedicarle este pequeño homenaje. Y sobre todo porque, como me
hizo ver un buen amigo, fue capaz de dar su vida para salvar las nuestras.
Publicado por Balder
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