domingo, 22 de septiembre de 2024

La menopausia y la teoría de la abuela

          La menopausia (del griego mens, que significa mensualmente y pausi que quiere decir cese) es, médicamente hablando, la fecha de la última regla en la vida de la mujer. Y se produce cuando los ovarios dejan de funcionar, de tener ovulaciones y de producir ciclos hormonales. 

          Y con la menopausia, las mujeres pierden, junto con las menstruaciones, la capacidad de tener hijos de forma natural.

          A pesar de que esté momento es deseado y casi anhelado por muchas mujeres porque supone el final de los engorros y de las molestias de la regla, así como de tener que utilizar precauciones de cara al embarazo, lo cierto es que muchas veces se acompaña de otros trastornos y riesgos, cuando menos peliagudos. 

          Porque, debido al descenso de la producción de hormonas sexuales en los ovarios, se produce múltiples cambios en el organismo femenino que, en muchas ocasiones, pueden llegar a comprometer su salud a medio y largo plazo. 

          Por un lado los huesos comienzan a perder calcio rápidamente, incrementando la probabilidad de que se produzcan fracturas en los años siguientes. Fracturas que se acompañan de un riesgo nada despreciable de incapacidad e incluso de muerte.

          Por otro lado, las alteraciones en las grasas de la sangre, como el colesterol, así como en el sistema circulatorio, agravadas por la menopausia, así como el aumento de la tensión arterial, favorecen la aparición de infartos de miocardio hasta hacerlos igual de frecuentes que en los varones. Porque las mujeres, durante su vida fértil, tienen una protección natural frente al infarto que pierden con la menopausia.

          Finalmente, la disminución de las hormonas sexuales produce otros múltiples cambios en el organismo que pueden ocasionar aumento de peso, variaciones en el estado de ánimo, dificultad o dolor en las relaciones sexuales y disminución de la libido. Y todo ello acompañado de sofocos, aumento de la sudoración, insomnio y toda una serie de sintomatologías añadidas que afectan a la calidad de vida de las mujeres y que, aunque en la mayoría de los casos suelen durar unos pocos años, en otros pueden persistir toda la vida.

          Y con el aumento de la esperanza de vida, las mujeres están condenadas a sufrir todos estos trastornos durante más de un tercio de su existencia. Puesto que la menopausia se produce alrededor de los 51 años, aunque con grandes variaciones, y la esperanza de vida de las mujeres supera, en los países desarrollados, ampliamente los 80 años.

          Así que, con todo eso, no parece que las mujeres salgan muy beneficiadas con el cambio. 

          Además, este proceso que supone tantos trastornos es casi una peculiaridad de la especie humana que no se produce ni en la mayoría de los mamíferos, ni en muchos de nuestros parientes más cercanos, los primates. (Recientemente se ha descubierto que las chimpancés también tienen la menopausia en etapas tardías de su vida). Pero, hasta donde sabemos, ni las hembras bonomos, ni las gorilas, ni las orangutanes sufren la menopausia ni los trastornos hormonales que la acompañan, y pueden seguir reproduciéndose, y sufriendo el engorro de las menstruaciones, hasta poco antes de morir. 

          Al parecer, aparte de las humanas y las chimpancés, tan solo las orcas (Orcinus orca), las orcas negras (Pseudorca crassidens), las calderones o ballenas piloto (Globicephala), las ballenas beluga (Delphinapterus leucas) y las narvales (Monodon monoceros) experimentan la menopausia. 

          Y, si la menopausia ocasiona todos esos importantes desórdenes, tan peligrosos y esa clínica tan molesta, durante tantos años, ¿qué ventajas o para qué se produce en especies tan alejadas? 

          ¿Por qué la Naturaleza, esa sabia madrastra, permite que las mujeres sufran ese déficit hormonal durante tanto tiempo?

          Porque todo tiene su razón de ser en la naturaleza. Aunque los motivos no sean los nuestros, ni en este caso el de las agraciadas con este don

          Porque aunque la madre Naturaleza no se preocupa ni por la salud, ni mucho menos por el bienestar individual de ninguno de sus hijos, sí que lo hace por las especies en su conjunto, intentando que sean cada vez más vigorosas y resistentes, y que se adapten mejor al medio.

          Entonces ¿qué sacan de beneficio las especies que soportan la menopausia? (Puesto que ya hemos visto que para las sufridoras hembras que la padecen casi todo son inconvenientes).

          Durante mucho tiempo la mayoría de los autores creían que la menopausia se producía porque nuestra especie había conseguido tener una esperanza de vida mucho más larga de lo que la Naturaleza tenía previsto y que, con ello, las mujeres habían conseguido vivir muchos más años que sus ovarios. Al fin y al cabo, las mejoras en la higiene y en la salud pública han conseguido aumentar la esperanza de vida de poco más de 30 años a principios del siglo XIX a más de 80 años, en los países desarrollados, en los albores del siglo XXI.

          Pero lo cierto es que hasta donde tenemos datos históricos, y aún prehistóricos, en todas las épocas ha habido mujeres que han alcanzado edades avanzadas y con ellas la menopausia. Mientras que las hembras de otras especies de mamíferos que, generalmente por ser criadas en cautividad, conseguían incluso duplicar la esperanza de vida que hubieran tenido en libertad, no manifestaban el menor síntoma de menopausia, ni de desfallecimiento de sus ovarios, (salvo determinadas cepas de ratones de laboratorio extremadamente longevos y alimentados con dietas hipocalóricas). 

          Así que parece que efectivamente la Naturaleza, de alguna forma, tenía prevista esta supuesta anomalía en las mujeres, al menos desde nuestra aparición como Homo sapiens. 

          Y fue en 1957 cuando al biólogo George C. Williams se le ocurrió que la menopausia podría ser una adaptación propia de determinadas especies, incluida la nuestra. Y que, desde el punto de vista evolutivo, podría resultar más conveniente para las mujeres dedicar sus esfuerzos a apoyar a sus descendientes en el cuidado de sus crías, que seguir teniendo ellas mismas más hijos. 

          Había surgido la teoría de la abuela.

          Conforme aumenta la edad de las mujeres, disminuyen sus posibilidades de tener embarazos saludables y aumentan las probabilidades de tener abortos o hijos malformados, (aunque es cierto que esto no sucede en todos los mamíferos); y por otra parte, aumentan sus probabilidades de morir por diferentes causas y por lo tanto de dejar huérfanos y desprotegidos a sus hijos más pequeños, (que por la larga duración de la infancia en los humanos, precisan protección y cuidados durante más años que en otras especies). Con lo que el esfuerzo que esa mujer hubiese dedicado a esos últimos hijos habría resultado baldío y no habría contribuido a trasmitir sus genes a las siguientes generaciones, que es lo que la Naturaleza quiere que hagamos.

          Eso le hizo pensar a Williams que las mujeres de mayor edad tienen más posibilidades de transmitir sus genes, (y por lo tanto de mejorar su propio éxito evolutivo), si ayudan a sus hijas en la crianza de sus nietos, que si “malgastan” esfuerzos en sacar adelante a los hijos que pudieran tener a una edad avanzada.

          Esto ha sido ratificado al comprobar que, en todas aquellas sociedades humanas preindustriales, e incluso en las cazadoras-recolectoras, la existencia de abuelas que no se reproducen aumenta la probabilidad de supervivencia de sus nietos.

          E incluso hay estudios que han demostrado que, en los grupos de animales, como los elefantes o las orcas, donde las abuelas ayudan a sus hijas en el cuidado de sus crías, mejoran las probabilidades de que están salgan adelante. Y los resultados de estos estudios no solo confirmaron ese efecto, sino que también demostraron que las abuelas que siguen procreando no prestan un apoyo similar al que brindan las menopaúsicas.

          Al parecer, y según esos estudios, tanto la menor mortalidad infantil, con respecto a otras especies de mamíferos, e incluso la longevidad que compartimos orcas y humanos, se debería en gran medida a los cuidados de las abuelas. 

          Y esta mayor supervivencia de los nietos habría compensado con creces, en términos evolutivos, (pero también afectivos), el cese de la procreación y todas las contrariedades que trae consigo la menopausia.

          En vista de todo eso, tendríamos que hacernos mirar, como sociedad, el ansia que tenemos hoy en día por llevarle la contraria a nuestra sabia madrastra, obligándoles socialmente a las mujeres a que intenten tener a sus hijos a edades en las que la Naturaleza lo que tenía previsto es que estuvieran malcriando a sus nietos.


Publicado por Balder

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