domingo, 9 de junio de 2024

El himno de Europa

 

Recientemente se han cumplido doscientos años del estreno de la novena sinfonía de Beethoven. Doscientos años de una obra revolucionaria para su tiempo, tanto desde el punto de vista musical, como del mensaje que pretende trasmitir. Una obra que además supone un milagro de las artes, de la música y de una mente genial. Entre otras cosas, porque cuando el compositor la imaginó y la creó estaba completamente sordo. A pesar de ello fue capaz de componer una obra maestra de la música clásica y una de las melodías más maravillosas que pueda concebir la mente humana.

No me cabe en la cabeza el drama que debió de suponer para el joven Beethoven el ver que perdía el sentido del oído. El sentido del que dependía su trabajo, su arte y su vida. No es de extrañar que cuando supo que iba a quedarse sordo se planteara incluso el suicidio. Y todos nosotros no podemos hacer otra cosa que agradecer eternamente que no lo hiciera.

Además, la novena de Beethoven, es la primera sinfonía que introduce un coro y partes vocales en este tipo de composición. Y el poema que se canta en el cuarto movimiento es una oda a la alegría, a la unión de todos los seres humanos y a la libertad. (Pues dice la leyenda que cuando Friedrich Schillern compuso ese poema, quería que fuera una loa a la libertad, pero que debido a la censura tuvo que cambiar la palabra libertad por la de alegría).

Por otra parte, alguien dijo alguna vez que la tristeza es dictatorial, y la alegría revolucionaria. Aunque la libertad lo sea mucho más, sobre todo en un mundo donde más de dos terceras partes de sus habitantes carecen de ella.

Con esto, y como digo, la novena sinfonía pretende trasmitir un mensaje de alegría, de libertad y de hermandad a toda la humanidad.

Así que, con todo ello, no es de extrañar que desde 1985 una adaptación de su cuarto movimiento sea el himno de Europa. Y uno de los cuatro símbolos que permanecen y que son los fundamentos de la Unión Europea, junto con la bandera, la moneda y la celebración del Día de Europa (el 9 de mayo). Al menos desde que fracasó el intento de tener una constitución común y por lo tanto una mayor unidad en 2005.

Pero a pesar del mensaje optimista de nuestro himno, y de las buenas intenciones de muchos de los estadistas que lucharon por la creación de la Unión Europea, con la que pretendían terminar con los eternos conflictos del viejo continente y conseguir que camináramos todos juntos hacia un futuro común, parece que la unidad de los estados de Europa se halla cada vez más lejana.

Decía Mark Twain que la historia no se repite, pero rima. Y tras la segunda guerra púnica, Roma, con su enemigo íntimo derrotado, aunque no totalmente vencido, y a pesar de la amenaza lejana pero real del imperio parto de oriente, y de la de los bárbaros de más allá del limes, sedientos de sangre y de territorios fértiles, dirigió su mirada a las polis griegas. A esas polis en las que veía sus orígenes y sus raíces, y a las que secretamente envidiaba, por ser el germen y el resguardo de la cultura clásica. Y tras una serie de casus belli más o menos dudosos y de campañas más o menos sangrientas, se las acabó merendando con patatas o, por mejor decir, con garum, convirtiéndolas en apenas una provincia de su imperio. En parte porque los griegos se consideraban muy cultos y propietarios del saber, y miraban a esos palurdos bárbaros latinos por encima de las lorigas, pero en el fondo no eran más que un conjunto de estados divididos y desavenidos, con cierto prestigio, pero poco peso político en el mundo mediterráneo de la época. Y sobre todo porque, como digo, cada uno iba a su bola y fueron incapaces de unirse ni tan siquiera para defenderse de aquel adversario advenedizo.

Así que hoy en día Europa, dividida tal cual estaban las polis griegas, y supuestamente mantenedora de un saber y de una cultura más que milenaria, debería hacérselo mirar, y ver si no está reflejando o rimando la historia de la Grecia del siglo II a. de C. Y, si no queremos seguir su mismo camino, no nos queda otra que ponernos las pilas, obviar los intereses de otros, por muy grandes potencias que sean, y buscar nuestro propio objetivo y nuestros intereses comunes, alzarnos como una entidad unida, potente, y que vuelva a conseguir ser respetada en el mundo, tanto por su fuerza, como por su prestigio y por ser portadora de unos ideales dignos de ser defendidos y mantenidos. 

A los europeos nos ha costado demasiados siglos, demasiada sangre y demasiado dolor llegar hasta donde estamos y conseguir lo que hemos conseguido, como para dejar que ahora decidan otros por nosotros.

Puede que, como decía Eduardo Galeano, “si votar sirviera para cambiar algo, ya estaría prohibido”, pero ahora es lo que toca hacer, y llevarlo a cabo con la cabeza, con el alma y con el corazón, (intentando evitar hacerlo con otras partes de la anatomía que no pueden traer nada bueno). Sólo con nuestros votos, y con el parlamento que emane de ellos, podemos intentar mantener todo lo conseguido a través de los siglos y caminar hacia la utopía de lo que queremos que sea Europa y los europeos. Quizá aun no sea demasiado tarde.

Y un himno no es mucho, aunque este sea nada menos que la novena de Beethoven. Pero deberíamos de tomarlo como ejemplo y luchar por ese día en que “los hombres volverán a ser hermanos,” unidos y libres, al menos en Europa.


https://www.youtube.com/watch?v=ra1g6EKLAtQ


Publicado por Balder

No hay comentarios:

Publicar un comentario