Cuando leyó la
Ilíada por primera vez hubo dos pasajes que le estremecieron sobremanera. Dos
pasajes que le seguían emocionando cada vez que los volvía a repasar. Quizá
porque veía en ellos reflejada la historia de su propia familia.
Él era muy niño,
apenas un bebé, cuando su padre se marchó a la guerra. Por eso no podía
recordarlo. Pero su hermana mayor se lo había contado mil veces, recriminándole el hecho de que les hubiera importunado la despedida a sus padres, al no parar de llorar,
mientras ellos se miraban en silencio. Y que no había dejado de hacerlo hasta
que su padre se quitó el casco, que al parecer era la causa de su llantina, y
le dio un beso. Nunca más lo volvieron a ver.
Tiempo después su
tío fue en busca del cadáver de su hermano caído en combate. Mucho se habló en la familia de
aquella empresa, pero sólo él sabía el trabajo y los afanes que le había
costado encontrarlo y traerlo para poder enterrarlo dignamente en el cementerio del
pueblo. Porque nunca más quiso volver a tratar el tema.
Así que cuando
leyó la despedida de Héctor de Andrómaca, y poco después la escena de Príamo y
Aquiles, sintió que Homero estaba recitando la historia de su familia. Pero con los años, con las experiencias de su propia vida y de otras vidas
presenciadas, leídas o escuchadas, supo que el poeta ciego sólo contaba un
relato que se había repetido innumerables veces a lo largo de la triste
historia de Europa, y del Mundo.
Por eso, al llegar
el gran día, se puso el traje de los domingos, cogió a su hija de la mano y,
mientras se dirigían caminando al colegio electoral, le fue contando lo que
ella llamaba “historias de la familia”. Y le explicó que esa era la historia de muchas familias, pero quizá, con un poco de suerte, no tuviera que volver a repetirse.
Había visto mucho
mundo y conocía bastante bien la naturaleza humana como para hacerse demasiadas
ilusiones. Y sabía que sólo era un primer paso. Uno de tantos de los que ya se
habían dado y uno de los innumerables que todavía faltaban por darse. Pero sentía,
o mejor dicho, quería creer que ese pequeño acto al que estaban convocados
millones de europeos podía ser el camino para que, al menos en el viejo
continente, no se tuvieran que repetir las escenas de los cantos VI y XXIV de
la Ilíada. Para que ninguna persona tuviera que volver a despedirse de su
familia por tener que ir a la guerra. Para que nunca más ningún anciano tuviera que
rescatar ni enterrar el cadáver de su hijo, o de su hermano, caído en combate.
Todo eso intentaba
contarle a su hija mientras se dirigía a votar ilusionado. A participar en la
elección del primer parlamento de la Unión Europea.
Publicado por Balder
Una utopía, desafortunadamente.
ResponderEliminarCreo que La Vieja Europa , no ha evolucionado como debería. Se ha dormido.Su siesta de senectud se ha ido prolongando y es casi eterna
ResponderEliminarDesgraciadamente. Somos como la Grecia decadente que esperaba ser conquistada por el Imperio Romano. Pero tal vez aún estemos a tiempo de despertar. Tal vez...
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