De
niño me encantaban las historietas de Asterix y Obelix. Desde que me regalaron
el álbum “el Escudo Arverno” me enamoré de los personajes y de sus aventuras. A
partir de entonces, poco a poco, fui adquiriendo toda la colección. Y aun hoy
en día me compro cada nuevo cómic de ellos que sale al mercado. Aunque lo cierto es que desde que falleció
Goscinny y sobre todo tras la muerte de Uderzo, los argumentos y el humor ya no
son lo mismo.
También
leí algunas de las aventuras de Tintín, de Bob y Bobette, de Lucky Luke… y más
adelante descubrí los cómics de Marvel. Aunque los que siempre estaban allí, en
segundo plano, pero llenando la mayoría de los momentos de lectura de mi infancia
fueron los tebeos: Pulgarcito, TBO, DDT, Pumby… Y dentro de ellos, aunque
todavía no las identificaba como tales, las que más me gustaban eran las
aventuras y los personajes de Ibáñez. La Familia Trapisonda, el botones Sacarino,
Rompetechos, 13 rue del percebe, Pepe Gotera y Otilio. Y por encima de todos
Mortadelo y Filemón.
Reconozco
que llegué tarde a sus álbumes encuadernados en tapa dura, a los Super Mortadelo y a las colecciones de Ases y Magos del Humor,
pero cuando los descubrí, Tutatis me perdone, superaron en mis aprecios a mis queridos galos de Armórica.
Con Mortadelo
y Filemón, con sus disfraces, con sus equívocos y desaguisados, con las desastrosas misiones de la T.I.A., con
las delirantes contraseñas para las peculiares entradas secretas, con los inventos
catastróficos del profesor Bacterio, con Ofelia que estaba
más que oronda, con los cabreos del superintendente Vicente, con las berenjenas
que surgían de cualquier parte, con esas viñetas repletas de detalles
hilarantes en cada rincón y con toda la retahíla de explosiones, caídas y
aplastamientos que sufrían todos ellos, he pasado algunos de los momentos más divertidos
y gratificantes de mi infancia, de mi juventud y de toda mi vida. Porque la
vida sin humor, ni es vida, ni tiene sentido. Y porque sería un humor absurdo y
absolutamente incorrecto, pero que nos ha hecho reír a carcajadas, por mucho que
le pese a más de uno.
Supongo
que los personajes de las historietas reflejan de alguna manera la sociedad de
donde proceden. Y así mis queridos Asterix y Obelix, como buenos chovinistas
franceses, tenían que demostrar que eran los más listos, y que no solo eran
capaces de derrotar y de mantener a raya a los romanos, sino que incluso todos
los demás pueblos que resistían o que soportaban al Imperio Romano, desde iberos
a bretones, pasando por los milenarios egipcios, les debían en gran medida su
resistencia o sus victorias a la poción mágica y, sobre todo, a la astucia de
los galos. Así que solo en España podían surgir unos personajes como Mortadelo
y Filemón. Unos entrañables antihéroes, ineptos, egoístas e incompetentes a los
que todo les sale mal, pero que nos hacían desternillarnos de risa, al ver
reflejadas muchas veces en sus aventuras, nuestra triste cotidianidad.
Puede
que algunos de los chistes hoy sean políticamente incorrectos, que otros hayan
envejecido mal, que se basen en estereotipos y que hasta algunos rocen el racismo y el machismo. Pero en el fondo es un humor inocente que se basa en saber reírse
de nuestra propia imagen reflejada en el espejo de una historieta. Y es que lo
mejor que tenemos los españoles, a parte de la solidaridad que generamos en
momentos críticos, es la capacidad que tenemos de reírnos de nosotros mismos,
de nuestros defectos, de nuestras desgracias y hasta de nuestras miserias. No
hay nada tan español como regodearnos con nuestros propios infortunios. Es nuestra identidad, y ya la llamemos retranca, somarda, sorna, socarronería o guasa, es la forma en la que nos enfrentamos a la vida, a
la adversidad y a las desdichas sin perder la sonrisa.
Así que
por favor, no permitamos que los “ofendiditos” pretendan llevar al ostracismo a
Mortadelo y a Filemón porque su humor no encaje con el buenismo actual. No nos
los dejemos arrebatar por los tiempos de lo políticamente correcto y sigamos siendo capaces de reírnos con ellos de nuestros propios defectos y de
nuestras propias desventuras reflejadas en sus aventuras.
Y por todo eso, o a pesar de ello, por los buenos momentos pasados, por la crítica mordaz y por reflejar tan bien nuestra idiosincrasia, en la semana en que el maestro ha cumplido los 87 años, que ya es cumplir, solo puedo exclamar:
¡Sapristi! ¿Para cuándo el Princesa de Asturias para Francisco Ibáñez?
Publicado por Balder
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