domingo, 29 de enero de 2023

Entre la añoranza y el orgullo o "Para mí su hija"

 

Qué canción tan hermosa
sobre tu cuna 
cantaban las estrellas,
el sol, la luna.
Pero no hay en el mundo
como tu risa
canción alguna.
(Farela)

Añoro el tiempo en que podía sostenerla entre mis brazos. Cuando resguardándola en mi regazo parecía que podía protegerla de todo mal. Cuando me miraba con sus ojos azules, tranquila y confiada, mientras se iba quedando plácidamente dormida sintiéndose totalmente segura.

Añoro esos paseos durante aquellas agradables tardes otoñales y esas paradas en las terrazas, cada uno con nuestro vaso, de los que sistemáticamente teníamos que beber a la vez, para no romperle sus esquemas.

Añoro esos cuentos que creábamos entre los dos. Esas historias repletas de fantasía e imaginación, pobladas por personajes intrépidos en países fabulosos en los que los malos acababan llamándose “franceses”.

Añoro poder consolarle su dignidad herida por haber sido llamada “animal” y “de compañía”

Añoro sus razonamientos infantiles, tan profundos de tan inocentes, que dejaban ojipláticas a sus abuelas y sonrientes a sus abuelos y que solían concluir con sentencias inapelables del tipo “¡tremendo milagro!”

Añoro ir caminando con ella de la mano mientras respondía a sus preguntas infinitas o le contaba “misericordioso” cualquier relato histórico o mitológico.

Añoro aquellas luchas interminables por la “mantita” y aquellos juegos infinitos en la piscina en los que yo acababa rendido y agotado mientras ella gritaba exultante “¡otra vez, otra vez, otra vez!”

Añoro comer con ella en cualquier restaurante de carretera, mientras me complacía al contemplar su saber estar, su tímida educación y su cortesía azorada para con los camareros.

Añoro todos esos momentos y muchos otros. Al fin y al cabo han sido unos cuantos años de emociones compartidas, de sonrisas y lágrimas, de acuerdos y desacuerdos, de relatos y de música, de vida y de calipedia al fin. Y cuando lo hago sonrío melancólico y siento que daría cualquier cosa por volverlos a vivir, aunque solo fuera unos minutos. Un minuto de arrullarla, de sostenerla entre mis brazos, de volver a sentir y a creer que puedo protegerla de cualquier cosa, de regresar a ese tiempo en el que los lobos aún estaban lejos y la vida no se había regodeado con las crueles infamias de cada día.

Pero luego la veo delante de mí y observo la maravillosa persona en la que se ha convertido, su extraordinaria valentía, sus firmes convicciones, su formidable resiliencia, su tremenda empatía y también, por qué no, su inmensa cabezonería, y siento que me embarga la ternura y un orgullo tan profundo que ya no quiero volver al pasado. Porque sé con toda la seguridad de mi ser que no hay nada tan satisfactorio ni que pueda resultarme tan dichoso como es el acompañar al esplendido ser humano que contemplo ante mis ojos.

Muchas Felicidades.


Publicado por Balder

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