Qué canción tan hermosa sobre tu cuna cantaban las estrellas, el sol, la luna. Pero no hay en el mundo como tu risa canción alguna. (Farela) |
Añoro el tiempo
en que podía sostenerla entre mis brazos. Cuando resguardándola en mi regazo
parecía que podía protegerla de todo mal. Cuando me miraba con sus ojos azules, tranquila
y confiada, mientras se iba quedando plácidamente dormida sintiéndose
totalmente segura.
Añoro esos
paseos durante aquellas agradables tardes otoñales y esas paradas en las
terrazas, cada uno con nuestro vaso, de los que sistemáticamente teníamos que
beber a la vez, para no romperle sus esquemas.
Añoro esos
cuentos que creábamos entre los dos. Esas historias repletas de fantasía e
imaginación, pobladas por personajes intrépidos en países fabulosos en los que
los malos acababan llamándose “franceses”.
Añoro poder
consolarle su dignidad herida por haber sido llamada “animal” y “de compañía”
Añoro sus
razonamientos infantiles, tan profundos de tan inocentes, que dejaban
ojipláticas a sus abuelas y sonrientes a sus abuelos y que solían concluir con
sentencias inapelables del tipo “¡tremendo milagro!”
Añoro ir
caminando con ella de la mano mientras respondía a sus preguntas infinitas o le
contaba “misericordioso” cualquier relato histórico o mitológico.
Añoro aquellas
luchas interminables por la “mantita” y aquellos juegos infinitos en la piscina
en los que yo acababa rendido y agotado mientras ella gritaba exultante “¡otra
vez, otra vez, otra vez!”
Añoro comer con
ella en cualquier restaurante de carretera, mientras me complacía al contemplar
su saber estar, su tímida educación y su cortesía azorada para con los camareros.
Añoro todos
esos momentos y muchos otros. Al fin y al cabo han sido unos cuantos años de
emociones compartidas, de sonrisas y lágrimas, de acuerdos y desacuerdos, de
relatos y de música, de vida y de calipedia al fin. Y cuando lo hago sonrío
melancólico y siento que daría cualquier cosa por volverlos a vivir, aunque
solo fuera unos minutos. Un minuto de arrullarla, de sostenerla entre mis
brazos, de volver a sentir y a creer que puedo protegerla de cualquier cosa, de
regresar a ese tiempo en el que los lobos aún estaban lejos y la vida no se
había regodeado con las crueles infamias de cada día.
Pero luego la
veo delante de mí y observo la maravillosa persona en la que se ha convertido, su
extraordinaria valentía, sus firmes convicciones, su formidable resiliencia, su
tremenda empatía y también, por qué no, su inmensa cabezonería, y siento que me
embarga la ternura y un orgullo tan profundo que ya no quiero volver al pasado.
Porque sé con toda la seguridad de mi ser que no hay nada tan satisfactorio ni
que pueda resultarme tan dichoso como es el acompañar al esplendido ser
humano que contemplo ante mis ojos.
Muchas
Felicidades.
Publicado por Balder
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