Hacía
años que se venían utilizado los hologramas para traer artistas fallecidos de
nuevo a la vida.
Bien
fuera para actuaciones puntuales o incluso para giras mundiales, hacía tiempo
que cantantes o actores fallecidos tiempo atrás eran llevados de nuevo a los
escenarios para deleite de sus fans o, por mejor decir, de sus nostálgicos,
mediante hologramas que recreaban antiguas representaciones aparentando que el
artista estaba de nuevo sobre las tablas.
Y
aunque antaño había habido compañías productoras que casi habían quebrado por
los costes tecnológicos, el descubrimiento de nuevas técnicas holográficas habían abaratado los gastos y los espectáculos
con personajes fallecidos se habían multiplicado.
La
tecnología era tan realista y eficaz que solo a ojos de auténticos expertos se
podía distinguir una actuación real de una holográfica. Lo que suponía una fuente
de ingresos nada despreciable para productores y herederos.
Incluso
cantantes modernos, que veían como sus carreras musicales languidecían, o que
incluso sucumbían, conseguían revitalizarlas al actuar junto a los hologramas de
antiguas estrellas de la canción desaparecidas hacía tiempo.
Además,
como los fallecidos no solían protestar, se les podía obligar a actuar junto a
individuos con los que nunca habrían cruzado una palabra, o en espectáculos de
los que habrían salido espantados. Sólo bastaba con encontrar un heredero legal
de los derechos de imagen del finado, suficientemente escaso de capital y de
escrúpulos, o directamente la ausencia de herederos vivos, para conseguir el
prodigio.
Por
otra parte, como los artistas de los hologramas no se quejaban por nimiedades, ni demandaban caprichos excéntricos ni onerosos, el negocio estaba más que asegurado.
Así
que a nadie le extrañó que se anunciara a bombo y platillo la próxima gira
mundial de la cantante, recientemente fallecida, Dear Grapehome. Y a pesar de
que ella nunca hubiera actuado en aquel lugar, tanto por razones éticas como ideológicas, a nadie
le sorprendió tampoco que el primer concierto se fuera a efectuar nada menos que en
Azkanashtán, donde, por esas paradojas de la vida, residía su mayor número de
fans.
Su
padre, con el que hacía años que no se hablaba, sino era a través de abogados y de demandas judiciales, había concedido una emotiva y muy
rentable entrevista en la que confesaba, entre lágrimas, que no podía privar de
la presencia holográfica de su hija a los cientos de miles de fans que tenían
la desgracia de residir en aquella autocracia que, por atentar contra los derechos
humanos en general y de las mujeres en particular, siempre había sido repudiada
por la cantante. Y, aunque no lo dijo en la entrevista, si ello le reportaba a
él pingues beneficios, pues miel sobre hojuelas.
Pero
no había nadie en el mundo, incluidos los fans que iban a disfrutar de la
ansiada actuación, que no supiera que Dear se revolvería en la tumba tan solo
con imaginar lo que su “querido” progenitor pensaba hacer con su imagen, con
sus canciones y con sus principios.
El
padre hasta llegó a bromear entre sus más íntimos afirmando que, si su hija le
mostraba la más mínima señal de que repudiaba aquella gira mundial, estaba dispuesto
a cancelarla aunque aquello le supusiera dejar de ganar
una fortuna e incluso tener que afrontar demandas millonarias.
Y
claro, como la señal no llegó, o si lo hizo nadie la percibió, la preparación
del espectáculo siguió en marcha.
Y
llegó el ansiado día del estreno. Se habían vendido todas las entradas y
decenas de miles de personas ansiosas abarrotaban el estadio y aún los
alrededores del mismo.
Como
además los ensayos se habían efectuado con la más absoluta discreción y con el
mínimo personal necesario, la expectación era mayúscula, no solo en la ciudad
anfitriona, sino en todo el mundo.
Varias
televisiones de diferentes países habían adquirido, a precios astronómicos, los
derechos para retrasmitir la gala, bien en directo o bien en diferido, y todas
esperaban recuperar con creces lo invertido.
Todo
estaba dispuesto y se rumoreaba que los efectos especiales preparados para
acompañar el evento iban a ser apoteósicos. Aunque lo cierto es que se quedaron
cortos.
Todo
comenzó con un inesperado descenso de las temperaturas y con la llegada de un
frente de nubes negras que amenazaban tormenta. A pesar de ello y de que el
recinto donde se iba a celebrar el evento estaba sólo parcialmente cubierto, el
padre y promotor del espectáculo se negó a suspenderlo manifestando que sería
una decepción y una contrariedad para todos los que lo esperaban anhelantes y, aunque no lo dijo, también para su bolsillo.
Y
comenzó la actuación.
Al
publicó le sorprendió y en general le pareció una idea muy original el hecho
de que sobre el escenario no apareciera una sola imagen de la cantante muerta,
sino dos. Y los hologramas eran tan realistas y los efectos especiales tan
extraordinarios que mientras una de las proyecciones de la intérprete entonaba
las canciones de la forma tradicional, la otra le hacía los coros y hasta
parecía improvisar sobre la melodía y la letra original. Nadie percibió que los
miembros del equipo técnico estaban tan sorprendidos como el resto del
público. Ni que el padre de la artista contemplara la actuación primero con
asombro, posteriormente con estupor y finalmente con auténtico horror.
Conforme se iban desarrollando los temas musicales, se iba incrementando el
entusiasmo de los espectadores, al tiempo que comenzaba a desencadenarse una
tormenta eléctrica como no recordaban ni los más viejos del lugar.
Tal
llegó a ser la perturbación atmosférica que los innumerables rayos parecían
formar parte de la iluminación y de la pirotecnia del espectáculo. Y los
truenos subsiguientes hasta parecían complementar los efectos sonoros y el
acompañamiento rítmico de las canciones.
Algunos
de los técnicos buscaron ansiosos al señor Grapehome para requerirle que
detuviera la representación, pero este, presa de un pánico desatado, abandonó
el palco para encerrarse en el camerino que tenía asignado.
Cuentan
los asistentes que, más o menos en ese instante, una de las proyecciones
holográficas de la cantante, lanzando una carcajada escalofriante, abandonó el
escenario. Aunque a nadie le sorprendió demasiado puesto que en sus
actuaciones en vida la artista lo hacía habitualmente para reponerse en el
camerino con diferentes variedades de alcohol o de otras sustancias estimulantes. Y
supusieron que formaba parte del guion.
Lo
que sí que sorprendió a los que se hallaban más cerca fue el ver como el holograma
avanzaba entre bastidores hasta desaparecer atravesando la puerta del camerino
donde se encontraba encerrado, a cal y canto, el padre de la artista, así como
el escuchar los gritos estremecedores que a continuación salieron del
habitáculo.
Aunque como en ese instante un rayo alcanzó el equipo electrógeno del escenario,
dejándolo todo a oscuras y generando una ola de pánico entre los asistentes que se apresuraron a abandonar aterrados el recinto, a nadie le preocupó lo que
pasaba entre bambalinas, ni mucho menos en los camerinos.
Además que la huida incontrolada del público, o los rayos que no dejaban de caer,
demolieron por completo el escenario y con él los focos, los proyectores y todo
el equipo tecnológico de imagen y sonido. A pesar de ello los asistentes no
dejaron de oír en ningún momento la voz de la artista entonando a
capela y con una voz angustiosamente desgarrada su mítica canción “Back from
black death”.
Y
con aquel caos desatado concluyó irremediablemente la función.
Al
parecer los fenómenos electromagnéticos atmosféricos afectaron en mayor o menor
medida a todas las grabaciones, tanto a las profesionales de las cadenas televisivas como a las de los móviles de los espectadores, con lo que no se pudo recuperar ni un minuto de
la extraordinaria actuación, ni de los hechos luctuosos que acontecieron. E
incluso el propio vídeo original se magnetizó de tal forma que quedó totalmente
inutilizado y nunca más pudo volver a reproducirse.
Eso
convirtió a los supervivientes del concierto en unos privilegiados, pues habían
contemplado una gala que ya nunca más podría repetirse. Y a pesar de toda aquella catástrofe, de las
avalanchas de pánico que sobrevinieron y en las que muchos de los asistentes
fueron literalmente aplastados y del incendio subsiguiente que ocasionó la
muerte de decenas de personas, entre ellas de todo el equipo técnico, de los
organizadores de la gala y del propio padre de Dear, lo que nadie pudo negar es
que el espectáculo fue estremecedor, extraordinario y todo un éxito.
Publicado por Balder
Fantástica imaginación
ResponderEliminarMuchas gracias
ResponderEliminarEsta historia me atrapó. Se veía el final. Espero que al padre de Amy Winehouse no se le ocurra meter mano en el negocio.
ResponderEliminarMuchas gracias.
ResponderEliminarYo también lo espero, pero ya sabe, "la avaricia rompe el saco".