domingo, 16 de octubre de 2022

El Bien y el Mal

 

Soy creyente. O por mejor decir, creo en Dios. Y esta será para algunos de los que creen conocerme, o para muchos de los que solo conocen parte de mi trayectoria vital, una más de las múltiples contradicciones que envuelven mi personalidad y mi vida. Que le voy a hacer. Soy así.

El caso es que una de las cosas que más me han preocupado a nivel trascendental es el porqué de la existencia del mal en el mundo. Si existe un Dios, y si ese Dios es en esencia bueno, por qué permite la existencia del mal, tanto del mal absoluto como de las pequeñas desgracias cotidianas, esas que se transmutan en daño y sufrimiento. Por qué existen el egoísmo, la crueldad y el dolor innecesario. Por qué la naturaleza es tan insensible y tan indiferentemente cruel. Y nunca he encontrado una respuesta capaz de resolverme por completo estas incertidumbres. Supongo que cada uno buscará la suya. Y que cada cual se responderá, se consolará o se desesperará, con una u otra explicación.

Pero de lo que estoy absolutamente seguro es que, al igual que existe el mal, existe el bien. El bien generoso, amable y que nos reconcilia con el Universo y con la humanidad. El bien absoluto. Ese bien que podemos encontrar en un acto puntual, en una mirada, en un gesto, en una lista o en toda una vida.

Y si nos ponemos a pensar, todos lo hemos visto. Todos hemos sido testigos de gestos de generosidad aparentemente innecesarios, de gestos de amor, de reconciliación, de perdón… Grandes gestos de vidas enteras dedicadas a los demás o a causas nobles, pero también pequeños gestos en nuestra cotidianidad que, en ocasiones, surgen de donde nunca te hubieras imaginado. Como esas flores que crecen entre los cardos o entre la maleza más áspera. Siempre, y sobre todo cuanto más dura es la adversidad, cuanto más profundo es el dolor, cuanto más monstruoso es el afloramiento del mal, mayores y más numerosos son también los gestos de altruismo, de bondad, de bien absoluto que surgen por doquier. Y si nos fijamos objetivamente, esos momentos de bondad y generosidad no son menores ni menos frecuentes que los actos de maldad. Lo que sucede es que el mal se vende mejor, tiene mejores asesores de imagen y mejores publicistas. Y a los seres humanos nos gusta regocijarnos con ellos.

Las noticias que envuelven nuestras vidas, con las que nos desayunamos y que nos acompañan diariamente son las de catástrofes, las de tragedias, las de desdichas y las de maldades en general. El mal vende y se vende muy bien. Y las buenas noticias son relegadas a notas a pie de página, a anécdotas “entrañables”, o a apartados del tipo “noticias curiosas”, “noticias que no interesan a nadie” u “otras noticias”, que de todas esas maneras las hemos visto llamar en los informativos. Como si las alegrías, la felicidad y el bien en general no nos atrajeran ni nos llamaran la atención. Y esto es así hasta tal punto que el periodismo ha creado el aforismo “Good news isn´t news” (“Una buena noticia no es noticia”)que cierto periódico que intentó dedicarse a contar tan solo buenas noticias tuvo que cerrar por quiebra, y no porque no tuviera información que dar, sino porque esos reportajes no le interesaban a nadie y nadie los compraba. Es como si no nos preocupara el conocer todas las cosas buenas que suceden a diario y que no son pocas. O lo que es más triste, como si no les diéramos importancia porque las consideramos insípidas, banales, “normales”.

Pero el caso es que el mal existe y no solo en acontecimientos tan abrumadoramente catastróficos como las guerras o los genocidios. No, el mal se halla mucho más a menudo en cosas pequeñas, en los mezquinos o absurdos rencores, en los errores que no intentamos corregir, en la indiferencia ante el dolor ajeno, en las palabras crueles e hirientes que nos lanzamos entre conocidos, amigos, familiares o amantes. Y se halla en todas esas acciones de nuestra vida que a la postre la hacen más triste y desdichada, y que, de alguna forma, hacen que nos sintamos indignos. Porque, parafraseando al padre Lankester Merrin, el objetivo del Mal, si es que el Mal tiene consciencia, su meta final para reproducirse y para enquistarse en nuestras vidas, es que nos desesperemos, que rechacemos nuestra propia humanidad, que nos veamos como bestias viles e inmundas, sin nobleza, sin dignidad. Y ahí está el auténtico propósito del Mal, en la indignidad. Porque cuando aceptamos que no somos dignos del bien, cuando nos creemos “malos”, cuando nos sentimos indignos del Cosmos, de la Providencia, o del amor de Dios, es cuando el Mal nos habrá vencido y se habrá metido en nuestra vida. Así pues y como una vez más decía el padre Merrin, “el creer en Dios no tiene nada que ver con la razón, sino que, en última instancia, es una cuestión de amor, de aceptar la posibilidad de que Dios puede amarnos tal como somos.

Pero no, no pretendo demostrar, ni tan siquiera justificar, la existencia de Dios. Eso es un sentimiento y una creencia personal, o como decimos los católicos un don del propio Dios.

Ahora bien, de lo que si estoy absolutamente seguro, porque lo he sentido, porque lo he percibido y porque lo he visto, es que aunque exista el mal en este triste mundo nuestro, el bien también existe. Y aunque sea más discreto, esté más escondido y tenga peores agentes publicitarios, nos envuelve, nos rodea y, aunque no evite la existencia ni las terribles consecuencias del mismo mal, es, al menos para la mayoría de nosotros, el único antídoto eficaz que tiene nuestra mente y nuestro espíritu contra el mal, ya sea el Mal absoluto, o el mal mezquino y cotidiano de cada día, y es el arma más eficaz de que disponemos para combatirlo. Porque como decía Tolkien: “Son las pequeñas acciones cotidianas de la gente corriente las que mantienen a raya la oscuridad. Pequeños actos de bondad y amor”. Y así, el intentar practicar el bien y llevarlo a cabo en nuestra vida diaria nos ayuda a luchar contra el mal, nos consuela del dolor, nos alegra, nos reconforta y, a fin de cuentas, nos hace ser más humanos.


Publicado por Balder

1 comentario:

  1. El hecho de no creer en dios pone en evidencia que en algo creemos
    Yo me conformo con las palabras de Pascal Blesse. Si Dios no existe y yo creo en no pierdo nada
    Para mi creer es no hacer daño a nadie ayudar al necesitado y amar y proteger mi familia

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