domingo, 20 de marzo de 2022

Ota Benga

          Corría el año 1904 cuando, con unos 20 o 22 años, fue comprado como esclavo en África por el explorador estadounidense Samuel Phillips Verner por encargo de la Exposición Universal de San Luis. Daba igual que cuarenta años antes se hubiera abolido oficialmente la esclavitud en los Estados Unidos de Norteamérica. El progreso lo necesitaba, y no era cuestión de hacer remilgos.

          La vida no había sido precisamente fácil hasta entonces para él joven pigmeo de la etnia Batwa, pues su mujer, sus hijos y prácticamente toda su tribu habían sido masacrados y su poblado arrasado por la “Force Publique”.

          La tal Force Publique era una fuerza colonial formada por una banda de matones al servicio del Rey Leopoldo de la civilizada Bélgica, que oficialmente se dedicaban a controlar el orden y a cobrar impuestos en el entonces llamado Congo Belga. Aunque lo que realmente hacían era saquear poblados, torturar, asesinar y capturar esclavos para la industria del caucho o para vender en el lucrativo mercado centroafricano.

          Y así, el joven Ota Benga se vio arrancado de su tierra saqueada y de su tribu prácticamente exterminada, y fue trasladado a América para formar parte de la Exposición Universal de San Luis en Missouri, en 1904, junto con otros ocho pigmeos, igualmente secuestrados, y con otros numerosos aborígenes de diferentes partes del mundo. Todos ellos fueron exhibidos en burdas chozas y villas que remedaban sus lugares de origen, donde representaban sus costumbres, ritos y tradiciones, para así mostrar a los visitantes las teóricas etapas de la evolución humana, la superioridad de la civilización occidental, y como malvivían los “pueblos primitivos”, los “salvajes” y los “hombres monos”, que era como llamaban a los pigmeos los periódicos locales de la época.

          Cuando terminó la exposición, Verner intentó devolver a los pigmeos a África, pero Ota Benga ya no tenía ni tribu ni hogar al que regresar porque los suyos, o estaban muertos, o habían sido vendidos como esclavos, y los otros pigmeos no querían acogerlo, porque, al haber vivido con los blancos, consideraban que estaba maldito. Así que Verner lo volvió a llevar de vuelta a América y al no poder mantenerlo, acabó cediéndolo, o vendiéndolo, al Zoológico del Bronx de Nueva York para que fuera exhibido como una especie de eslabón perdido entre el hombre y el mono. Y de hecho acabó viviendo en una jaula en la casa de los monos junto a un orangután, un gorila y varios chimpancés. Allí soportaba a los miles de visitantes que cada día se agolpaban ante su jaula, riendo, acosándolo y gritándole. Eso hizo que se volviera agresivo, lo que junto con las protestas de diferentes Iglesias, sobre todo de las Afroamericanas Baptistas, forzó que fuera sacado del zoológico en contra de los deseos del director del mismo, William Hornaday, que lo veía como una sustanciosa fuente de ingresos y que declaró: “Estamos cuidando excelentemente al chiquito. Tiene uno de los mejores cuartos en la casa de los primates”.

          Así que en 1906 lo llevaron a un orfanato para negros en Brooklyn donde le enseñaron “modales y educación”.

          Posteriormente lo trasladaron a Virginia, lo vistieron a la europea, repararon sus dientes, poniéndoles coronas en todos ellos, pues los tenía afilados según la tradición ritual de su tribu, y le dieron clases en el seminario teológico.

          Al concluir su educación acabó trabajando en una fábrica de tabaco. Allí, aunque estaba bien considerado por sus compañeros, que le llamaban Bingo, se sentía preso y huérfano entre dos mundos, pues por un lado no podía regresar a África, y por otro, en América, era poco más que una atracción de feria.

          Así que una noche de tal día como hoy, el 20 de marzo de 1916, Ota Benga encendió una hoguera ritual, se arrancó una a una las coronas de sus dientes, bailó una danza tradicional y, con un revolver que había sustraído, se disparó al corazón. A ese corazón que ya estaba roto y destrozado desde hacía años por la civilización, por la codicia y por la pseudociencia del hombre blanco.

 

Publicado por Balder

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