domingo, 1 de agosto de 2021

Solo

          Javi Solo creía que podría vivir solo sin más problema siempre. Lo había oído en la tele y lo creyó.

          Javi Solo cogió el COVID y se ahogó. Solo. Antes de morir, se extrañaba. Y no comprendía qué había fallado.

          Javier Aislado no conocía a Javi Solo. No eran ni familia ni amigos. Aunque coincidía en no tratarse con la gente, pero por otros motivos. Javier se había ido quedando aislado. Su mujer le dejó, sus amigos eran gente chunga, que le saludaban en el bar, su frutero le vendía fruta y poco más. Y Javier no quería molestar. Ni ser molestado. No se fiaba mucho de nadie. Nunca invitó a ningún amigo a comer o a cenar o a tomar café a casa. Nunca arregló mucho su morada. Para qué.

          Javier Aislado también cogió el COVID, y también murió. Uno de los amigos notó que llevaba 15 días sin venir al bar, fueron a buscarle. Estaba comatoso, apenas pudo abrir la puerta. Fue al hospital, pero el COVID ya había hecho mucho daño, demasiado. Y a las pocas semanas murió. Solo. En la cama de un hospital de media estancia. No sabemos qué pensó.

          Yo me llevaba mal con Javier Solo. Le odiaba. No mucho, pero algo sí. Creo que él a mí también. Si no le hubiese odiado, no estaría muerto. Me molestaba que a veces no pagase las consumiciones. Cuando pasó lo que pasó, e ingresó moribundo, no me extrañé. Sabía cosas. Y me dolieron. El mal siempre busca resquicios para hacer palanca y conseguir sus objetivos. El mal se ríe de nosotros. Con la COVID tiene mucho campo de acción. Mucho trabajo.

          ¿Qué hace vivir a los hombres? La ausencia de odio, el amor, los cuidados de los demás.

          ¿Qué cosa no les ha sido concedida a la humanidad? Saber lo que de verdad necesitan. Creen necesitar una cena, una cerveza o una tele, y necesitan en realidad un test rápido de antígenos, y una ambulancia.

          ¿Qué tenemos los seres humanos para afrontar la vida? El Amor y el odio. Los usamos, y con ellos construimos parte de la realidad que aparece ante nosotros.

          Y no lo sabemos, cuando la construimos.

          Esto no se atreverá nadie a ponerlo en ningún protocolo.

          Podemos aprender. Este mes de julio pregunto regularmente por Pedro el solitario y a Agustín el ermitaño. Y a veces, sólo a veces, paseo por delante del bloque de apartamentos de Javier, y siento algo extraño en el pecho, que no entiendo bien. Será pena. O culpa. O todo.


Publicado por José Luis Pérez Albiac, vigilante a sueldo. A partir de un cuento de Lev Tolstoi.

En Huesca, al peu dels Pirineus. Julio de 2021. Segundo verano de la COVID.

No hay comentarios:

Publicar un comentario