domingo, 25 de julio de 2021

Santiago

          Hoy 25 de Julio se celebra Santiago Apóstol, patrón de España y de Galicia, y como no podía ser de otra forma O Día da Patria Galega.

          El cómo un pescador judío del siglo primero dio origen a todo esto es una de las historias más extraordinarias y curiosas de todos los anales de la humanidad.

          Quizá no haya otro santo en el mundo en torno al cual se hayan entretejido más leyendas, relatos y tradiciones.

          Y es que Jacobo el Mayor, el hijo del Zebedeo, llamado el hijo del trueno (parece ser que por su personalidad un tanto “vehemente” y “temperamental”), el hermano de Juan el Evangelista, apóstol de Cristo, y perteneciente junto con su hermano y Pedro al círculo de los más íntimos de Jesús, es uno de los personajes más profusos en mitos y en iconografía cristiana, ya no solo medieval e hispánica, sino universal.

          Su figura ha sido tan popular y venerada por todos los pueblos de Europa, e impregna tanto y de tal forma todas sus tradiciones que su nombre original hebreo, Jacob, se ha ido deformando y evolucionando dando lugar a múltiples variantes del mismo tales como Jacobo, Iago, Yago, Tiago, Thiago, Santiago, Diego, Jaume, Jaime, Chaime, James, Jim, Jimmy, Jackes, Jacques...  Y sumando todas sus variantes es uno de los nombres más comunes de España, y casi de Europa.

          Aquel pescador de Galilea que vivió en la primera mitad del siglo primero de nuestra Era se convirtió, con el transcurso de los años y de la historia, en evangelizador, constructor, fundador, peregrino, mártir, protector, guerrero, libertador, y hasta en ser mitológico. Y fue el primero en realizar muchas de estas actividades dentro de la tradición cristiana, posiblemente por el carácter impulsivo y exaltado que ya hemos referido.

          Pero gran parte de su fama y gloria se debe a su legendario enterramiento, a la ciudad que se creó en torno al mismo, a los múltiples caminos que llevaron y llevan a ella, y a los millones de peregrinos que los recorrieron.

          Dice la tradición que todo empezó tras la ascensión de Jesús a los cielos, y tras Pentecostés, sobre el año 33 de nuestra era, cuando los apóstoles se diseminaron por el mundo para predicar la palabra y el mensaje del Mesías. A Jacob, o Santiago, como era muy andarín e impulsivo, le correspondió dirigirse, literalmente, al fin del mundo, que por entonces estaba situado en Hispania, tierra de conejos y de unos habitantes tan tercos y testarudos que casi le hicieron perder la paciencia y la esperanza, aunque no la fe. Hasta tal punto fue así que se le tuvo que aparecer la propia madre del Salvador, (en la que fue la primera aparición Mariana de todos los tiempos), y que por entonces residía con su hermano Juan en la ciudad de Éfeso, al otro lado del Mediterráneo, para devolverle la confianza, asegurándole que esos tozudos habitantes se acabarían convirtiendo a la verdadera Fe.

          Respecto al lugar de la aparición, según unas tradiciones lo hizo sobre un pilar a la orilla del río de los Iberos, y según otras viajando en una barca de piedra cerca del confín del mundo. Como vemos, las piedras tienen gran importancia en esta historia. Fuera donde fuera, el caso es que en ambos lugares, tanto en torno al pilar de jaspe, como en torno a los restos de la barca de piedra, cuenta la tradición que Santiago, o sus discípulos, erigieron las primeras capillas marianas del mundo.

          Tras dejar a sus escasos discípulos a cargo de la misión evangelizadora, el Santo volvió a coger las maletas y regresó a Jerusalén, con el tiempo justo de asistir a la Dormición de María, y para ser ejecutado por el rey Herodes Agripa, alrededor del año 44 de nuestra Era. Siendo el primero de los apóstoles en ser martirizado.

          Como al bruto de Herodes no le bastara con torturarlo y decapitarlo, ordenó que su cadáver no recibiera sepultura. Así que dos de sus discípulos robaron el cuerpo y se fueron en busca de un lugar más propicio para depositar sus restos. Y qué mejor lugar para hacerlo que la que había sido la tierra en la que predicó.

          Así que Santiago, esta vez de cuerpo presente, cruzó una vez más el Mediterráneo camino del fin del mundo y de su nueva patria, Hispania, en busca de un lugar donde poder reposar hasta el fin de los tiempos. Y este viaje lo hizo nada más y nada menos que en una barca de piedra y sin timón. Aunque los más prosaicos, interpretan la leyenda diciendo que en realidad fue en un barco que transportaba bloques de piedra, pues al parecer en esa época esta era una ruta muy utilizada para el comercio de rocas y minerales.

          El caso es que, de una forma u otra, los discípulos, con el cuerpo del Apóstol, desembarcaron en Iria Flavia, en las tierras gobernadas por La Reina Lupa, una soberana maliciosa, legendaria, y de claras raíces célticas, que no hizo otra cosa que hacerles la puñeta a los pobres discípulos emigrantes para que no pudieran enterrar a su maestro. Primero los mandó ante el legado romano, con la sana intención de que este se deshiciera de ellos. Pero el romano no solo no lo consiguió sino que, tras ver como se le escapaban de forma milagrosa, pereció junto con sus tropas cuando los perseguía al derruirse el puente sobre río Tambre mientras lo cruzaban. Posteriormente Lupa les ofreció un carro con que trasladar al muerto, pero para tirar del mismo no se le ocurrió mejor idea que ordenarles que atraparan, como no podía ser menos en esta tierra nuestra, a dos toros bravos. A saber si con ello el Santo y sus abnegados discípulos no originaron la tradición tauromáquica. El caso es que milagrosamente los toros se transformaron en bueyes dando al traste con las aviesas intenciones de la malévola Reina. Pero esta, empeñada en obstaculizar la misión de aquellos hombres, los intentó engañar, una vez más, enviándolos al monte Ilicino, el actual Monte Sacro, sin contarles el pequeño detalle de que allí se encontraba una de las puertas del infierno custodiada por un dragón. Más de nuevo se hizo el milagro y merced a la señal de la cruz el dragón fue vencido y Lupa, arrepentida y derrotada, acabó convirtiéndose a la verdadera Fe y esta vez sí, les cedió un sepulcro para el Santo, dentro de un cementerio romano.

          Allí reposó por fin el cuerpo de Santiago, y con el tiempo también el de sus discípulos y el de la propia Reina Lupa. Y pasaron los años y los siglos y el sepulcro fue olvidado.

          Pero hete aquí que allá por el 825 un eremita de nombre Pelayo, que por allí se hallaba, vio unas extrañas luces o estrellas que salían de la tierra, y como por entonces todavía no estaba Iker Jiménez para asesorarle sobre ese clarísimo fenómeno ovni, pues se lo consultó al obispo Teodomiro de Iria Flavia, el cual, tras observar personalmente el fenómeno lumínico, se dirigió al lugar y acertó a descubrir la olvidada tumba del Apóstol en aquel campo estrellado, Campus Stellae o Compostela. El descubrimiento no tardó en ser comunicado al rey de aquellas tierras, a la sazón Alfonso II de Asturias, llamado el Casto, que viendo en aquel descubrimiento la oportunidad de fomentar el turismo, y de ganar prestigio y poder, se apresuró a comunicar a toda la cristiandad tan fasto acontecimiento, nombró a Santiago patrón del reino, y ordenó levantar la primera ermita en torno al sepulcro. Además negoció con el mismo Carlomagno pidiéndole que presionara al papado para que certificara la autenticidad del descubrimiento a cambio de uno de los huesos del Apóstol, que total tenía muchos.

          Muy pronto la noticia se extendió por toda Europa y con el paso del tiempo la afluencia de cristianos al sepulcro se convirtió en algo habitual. Y en torno a la tumba Jacobea fue surgiendo una población que acabó llamándose Santiago de Compostela.

          A los reyes de Asturias y León les vinieron muy bien aquellas peregrinaciones pues fomentaban el comercio, la repoblación de los territorios, y les ayudaban a defenderlos de los moros, que por aquel entonces vivían como quien dice “a carreriña de un can” del sepulcro.

          Y en todos los lugares a lo largo de los caminos que llevaban a la sepultura del Apóstol surgieron historias de apariciones, curaciones y demás milagros que aún le dieron mayor fama a la peregrinación y al sepulcro. Incluso el ataque a la ciudad por parte de los musulmanes al mando de Almanzor en el 997, que destruyeron y saquearon toda la población, iglesia incluida, y que solo respetaron la tumba de Santiago, no hizo otra cosa que darle notoriedad y prestigio a la sepultura y a la peregrinación a la misma. Y de todas partes de Europa se encaminaban peregrinos camino de Compostela con la intención de postrarse a los pies del Santo. Y al igual que en los siglos anteriores se decía que todos los caminos llevaban a Roma, por aquellos años bien se podía concluir que todos los caminos conducían a Santiago.

          En torno a la tumba se fue edificando una iglesia donde una vez más la piedra se hizo la protagonista de la historia. Porque con aquellas rocas graníticas, labradas y transformadas por las manos de múltiples canteros, escultores y artesanos, personificados en la figura del Maestro Mateo, se erigió una Catedral que es prodigio y compendio de arte, belleza y oración. Y en torno a la Catedral una ciudad construida con la misma roca, en la que la lluvia sobre la piedra emite reflejos que solo la poesía es capaz de describir.

          Hasta tal punto se hizo popular la peregrinación a Santiago que no tardó en escribirse una especie de Guía Michelin de la época que tanto te indicaba las mejores rutas, los mejores lugares donde yantar y los lugares imprescindibles que visitar en el camino, como te apercibía de aquellos otros de los que se debía recelar y evitar. Y a esa guía de viajes la llamaron Codex Calixtinus.

          Y por si esa campaña publicitaria no fuera suficiente, el mismo Santo se unió a la misma apareciéndose allí donde era necesario, tanto defendiendo y protegiendo a sus peregrinos por los caminos, como degollando moros a troche y moche, a lomos de un caballo blanco, apoyando a las tropas cristianas en diferentes batallas a todo lo largo y ancho de la piel de toro, desde Clavijo a las Navas de Tolosa. Hasta el punto que el Santo pasó a conocerse como Santiago Matamoros, y las tropas castellanas primero y las españolas después, utilizaban como grito de guerra aquello de ¡Santiago y cierra, España! E incluso se creó una orden de caballería con su nombre.

          Y ese grito de guerra, con el paso de los años, acabó extendiéndose por media Europa y hasta por toda América con los soldados españoles.

          Y es que Santiago, impetuoso y viajero como siempre, no contento con aparecerse en las batallas peninsulares, comenzó a presentarse ante las tropas españolas para apoyarlas también en la conquista del Nuevo Mundo. Hasta los mismísimos Cortés y Pizarro recibieron el apoyo del Santo sobre su caballo blanco en las batallas de Cintia y Cuzco respectivamente. Y bajo su advocación, multitud de nuevos asentamientos fueron levantados en su honor, y hasta 200 ciudades recibieron su nombre por todo el continente americano.

          Los neófitos cristianos indígenas, sobre todo en la zona andina, llegaron a venerarlo y a mitificarlo como Illapa, dios del Rayo, atribuyéndole la facultad de hacer llover, enviar granizo y producir tempestades, y llegaron a tenerle tal devoción y temor al Caballero Santiago que ponían tres velas ante las imágenes que lo representaban de esta forma, una para el Santo, otra para el caballo y otra para el moro situado a los pies, a fin de que ninguno de ellos se enojara y les atacara de nuevo.

          Pero como donde las dan las toman, esos mismos indígenas devotos de Santiago, le rezaban para que los defendiera de los conquistadores, y llegado el siglo XIX, el Santo a caballo, también denominado Illapa libertador, se convirtió en símbolo contra el dominio español e insignia de la independencia, y acabó llamándose y representándose como Santiago mataespañoles.

          Pero fue en torno al propio sepulcro, a la Catedral y a la ciudad que lo rodean y sobre todo en torno a todos los caminos que llevan a la tumba, donde el mito y la mística del Apóstol más se desarrollaron y multiplicaron. Y así tenemos leyendas que nos narran surgimientos de fuentes milagrosas, gallinas que resucitan, eremitas que pierden la noción del tiempo, transubstanciaciones sensibles en santos griales, y hasta fantasmas de peregrinos o peregrinos fantasmales. Y siempre omnipresente y protagonista de muchas de ellas el mismo Santiago o la Virgen María que se aparecen para defender, proteger y apoyar a los peregrinos.

          Y es que este camino, en sus múltiples trayectos, es un camino místico, cultural y mágico. Un camino que se inicia en los lugares más recónditos del continente y que termina a los pies de la tumba del Apóstol pescador, viajero y peregrino, o incluso un poco más allá, en el Fin de la Tierra, en el Finisterre. Un camino que es de ida y vuelta, y que ha sido, con diferentes altibajos históricos, lugar de encuentro, de concordia, de cultura y de fe, y sobre todo de transformación de todo aquel que lo emprende. Y merced a las peregrinaciones y a todas las gentes que lo recorrieron a lo largo de los siglos, ha sido uno de los lugares dónde se enraizó y al mismo tiempo se expandió la propia esencia cultural de Europa. Hasta tal punto que en 1986 la Unesco declaró Patrimonio de la Humanidad la ciudad de Santiago de Compostela y, dos años más tarde, al Camino de Santiago “primer itinerario cultural europeo”.

          Y como el Apóstol Santo, con toda su idiosincrasia, sus mitos y tradiciones, nunca había dejado de ser el patrón de Galicia, no es de extrañar que en torno al epicentro de Galicia que supone Santiago, Santo, Día, Ciudad y Universidad, se desarrollaran, ya en el siglo XX, el Día de Galicia, la reivindicación y la defensa del Galeguismo, y finalmente O Día da Patria Galega.

          Pero la historia no termina aquí, porque el camino sigue tremendamente vivo, y a pesar de pandemias, crisis y otras gaitas está más transitado que nunca. Y aun hoy en día, en pleno siglo XXI, alrededor de este recorrido y de la ciudad milenaria, se siguen mezclando leyenda y realidad, y siguen surgiendo historias en torno al Santo, a las peregrinaciones y a la Catedral. Historias de caminos, de mezquindades y de venganzas, de arte y de pasiones, y de robos de códices medievales.

          Porque Santiago es todo eso, historia, religiosidad, cuentos, mitos y folclores.

          Y aquí estamos, celebrando todo eso y mucho más, toda nuestra herencia de culturas, de leyendas y de tradiciones milenarias. Porque solo recordando lo que fuimos, comprenderemos lo que somos, y seremos conscientes de lo que podemos llegar a ser. Y porque como decía John Ford, “cuando la leyenda se convierte en hecho, imprime la leyenda”.


Publicado por Balder

2 comentarios:

  1. Fantástico relato Balder, donde realidad, mística, mitología y popurri de culturas no es que confundan, sino más bien se fusionan dando lugar a la magia del camino

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