domingo, 10 de septiembre de 2023

Aventura de verano

   Dicen que pasar unos días de vacaciones en el pueblo de los padres es una experiencia agradable y muy relajante. Supongo que depende de para quien.
          Mi padre lleva unos días con problemas de salud y, aunque no tiene fiebre, cada día está más dolorido. Y como hoy ha amanecido algo peor, y teniendo en cuenta todas sus enfermedades añadidas, decidimos ir a urgencias, al centro de salud.
          Y empieza el primer trabajo digno de Hércules.
          ¡Ni se pueden hacer idea de lo que cuesta movilizar a mi familia!
          Primero hay que convencer al interesado, aunque eso ha sido lo menos conflictivo, porque es buen paciente y se deja aconsejar. Pero luego llega la intendencia, en forma de mi madre. Y aquí empiezan a complicarse las cosas. Que si mejor que te cambies de muda para ir al médico, (lo que seguro que nos agradece el facultativo); que si mejor desayunamos primero, y nada de un café rápido, desayuno aragonés con primero, segundo, postre y sobremesa, que de casa hay que salir bien alimentadico por lo que pueda pasar; que si “te voy a limpiar los cristales del coche que no ves nada..., y yo mama, déjalos ahora..., y nada, como quien oye llover, y los cristales limpios y listos para revista.
          Y luego hay que esperar a que el interesado se lave, se afeite y se vista, que al médico hay que ir arregladico y con la ropa de los domingos, lo que seguramente también nos agradecerán en el centro de salud...
          Menos mal que no nos ven los responsables de la atención de urgencias, porque vistos todos esos preparativos, y la pachorra que los acompaña, nadie se creería que el motivo de asistencia era urgente, ni hartos de vino.
          El caso es que hora y media después estamos en el coche camino del pueblo.
          Y aquí empieza el segundo trabajo herculino: Llegar al centro de salud siguiendo las indicaciones de mis padres...
          La cosa empieza con mi madre diciendo:
          - Félix, dile tu por donde... Te tienes que meter por ahí...-
          A lo que salta mi padre:
          - ¡Sabina! ¡Pero calla! Tú ve despacio. Sigue recto...
          - ¿Pero recto por la rotonda?
          - En la misma carretera, sigue recto, - me contesta mi padre.
          Y mi madre:
          - A la derecha.
          Al final, después de hacer un par de cafradas automovilísticas, siguiendo las indicaciones contradictorias, y tras un volantazo que respondía a una información en el último segundo, entramos recto por una vía auxiliar y milagrosamente llegamos a la puerta del centro de salud.
          Aparco y, tras encomendarme por enésima vez al santo Job, timbramos en la puerta.
          Enseguida nos abre un médico de rasgos quechuas o incas en pijama azul, con pinta el pobre de acabar de pasar una noche toledana y con cara de querer meterse en la cama en cuanto le dejemos, y no precisamente por ir en pijama.
          Nos hace pasar educadamente a un despacho, con esa cortesía propia de los sudamericanos que ya es difícil de encontrar en la Madre Patria. E inmediatamente, si Sheldon Cooper estuviera allí me habría espetado: ¡Zas en toda la boca!” Porque el individuo del altiplano, en contra de mis irracionales temores xenófobos, demuestra ser muy competente, bastante atento y, sobre todo, extremadamente paciente.
          Tras escuchar, con resignada paciencia, las respuestas de mi madre a todas las cuestiones planteadas a mi padre y a otras muchas no realizadas. Y tras leer, o al menos ojear, todos los informes con los que ella le ha empapelado la mesa, literalmente, y tras explorar meticulosamente al paciente, mientras mi madre sigue informándole de datos tan peregrinos como las pastillas que dejó de tomar mi padre hace más de veinte años, les explica con estoicismo que el cuadro parece ser un proceso digestivo veraniego, sin mayores complicaciones. Y lo más admirable, es que consigue hacerlo, al tiempo que contesta y atiende a todas las peregrinas cuestiones e interpelaciones de mi madre sin modificar ni su buen temple ni su gesto amable.
          Finalmente, con la corrección y la paciencia demostradas, y que ya están casi extintas en los aborígenes peninsulares, nos acompaña a la puerta y hasta nos indica, tras consultarlo en un tablón de anuncios, la farmacia de guardia más cercana. Mis máximos respetos y mi más humilde disculpa por mis dudas injustificadas a todos los descendientes de Atahualpa.
          Nos despedimos más tranquilos, al menos mi padre y yo, y nos dirigimos a la captura de los medicamentos... Pero eso, es otra historia…



Publicado por Balder

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