domingo, 18 de julio de 2021

Santa Mariña do Vilar

          Nací hace ya 56 años en un barrio obrero a las afueras de una ciudad en igual medida militar e industrial, un lugar un tanto peculiar donde para muchos nunca eres ni serás nadie por ti mismo, sino tan solo la secuela o la precuela de otros, un eslabón en la cadena irrompible de la continuidad; un lugar donde los demás son lo que realmente importa porque tú solo eres y existes a través de sus ojos. En esta ciudad absurda y obtusa yo tan solo soy una niña de aldea que jugaba entre terrones y escombros, un vástago de la nada, ya que no pertenezco a ningún referente importante de este lugar, ni al comercio, ni a la armada, ni a los astilleros; una niña enfermiza y solitaria que se atrevió a soñar.

          Soy como soy por todo eso y también a pesar de todo eso. Si hay algo bueno en mí, no me pertenece, me fue dado por los genes de mi familia, por sus ejemplos y cuidados y por los lugares a los que en mayor o menor medida he tenido la fortuna o a veces el infortunio de pertenecer.

          Soy de Santa Mariña do Vilar. Quizá hace falta ser así, una niña perdida entre el campo y la ciudad para poder comprender lo que una Iglesia y una Parroquia como la de Santa Mariña pueden llegar a significar.

          Hace poco más de un año, con la demolición de la mayor parte de la Iglesia Nueva, se cerró para mí un ciclo vital. Desde el mismo instante en que supe que caería supe también que tendría que escribirlo, que tendría que elaborar una despedida, porque aunque una Iglesia sea mucho más que las cuatro paredes que albergan el culto, me bauticé, hice mi primera comunión, me confirmé y me casé entre esos cuatro muros, y lo hice a la vez que iba construyendo la persona que ahora soy.

           Podría llenar miles de páginas con mis recuerdos, mis sensaciones, mis emociones… pero siguen siendo tan intensas que me resultan imposibles de ordenar.

          Santa Mariña, como tantos otros lugares de culto cristiano, se asienta en las inmediaciones de un castro celta.

          Probablemente la Iglesia Vieja, que muy pronto será milenaria, ocupe un lugar muy próximo, sino el mismo, que los antiguos lugares de culto de aquellos castreños, e incluso de pueblos anteriores. La Iglesia Nueva, se construyó muy cerca de allí, respirando el mismo aire, socavando la misma tierra abonada con los sueños y oraciones de muchas generaciones anteriores a la que lo hizo posible.   

          Son muchas las historias de esta parroquia que podrían contarse, y muchos los libros que podrían escribirse. En su momento fue tan importante que para su decoración se contó con artistas como González Collado, cuyo mosaico exterior desafortunadamente se ha perdido para siempre.


          Y Segura Torrella, autor de la imagen absidal que aún se puede visitar.


          Fue y será siempre en la memoria de los que tuvimos la fortuna de vivirla, La Iglesia del Pueblo, desde la imagen principal tallada con los rasgos de distintas mujeres de la parroquia, hasta las lámparas construidas por los feligreses. Sus locales siempre estuvieron disponibles para acoger a quien lo precisó, sindicalistas (curiosa memoria histórica la de muchos que ya lo han olvidado), personas sin hogar, viajeros, asociaciones vecinales, y en general todo aquel que lo necesitaba.

          Ocupó un lugar relevante en la historia inmediata de Ferrol, que ya muy pocos recuerdan o quieren recordar, tanto en la lucha por la libertad, antes y después de la muerte de Franco, como en la renovación eclesial de Galicia, siendo el primer lugar de nuestra comunidad autónoma en la que se celebró de cara a los fieles.  Sacerdotes como Don José (Chao Rego) o Don Vicente (Couce Ferreira) que sentaron los cimientos del camino que otros como Xaquín Campo o Xosé Francisco Delgado seguirían sin dudar. Legendarios con otros párrocos ferrolanos que en su momento fueron a la huelga con los trabajadores y se ocuparon de las familias de los detenidos, cedieron sus locales para asambleas democráticas cuando la democracia en España solo se soñaba, y eso si te atrevías a soñar; visitaron como inquilinos las “cárceles de los curas” y eran los primeros vigilados ante cualquier movimiento sospechoso en la ciudad.

          Para una niña como yo fue un privilegio crecer en lugar así. Con ellos aprendí que Dios habla idiomas y que podía dirigirme a él en Castellano, en  Gallego o en el lenguaje de mi corazón, sin palabras, solo con sentimientos que depositaba como ofrenda o petición ante el Altar, que baila, ríe y canta al mismo son de los pueblos que lo aman, que celebra con quienes celebran y que llora con los que lloran.  Me enseñaron que se puede y se debe soñar aunque no tengas nada y que una vez que consigas tus sueños no debes de olvidar que quedan muchos otros que aún no han cumplido los suyos y tu deber es ayudarles. Con ellos descubrí el mundo del galleguismo, las asambleas, la música… me senté a escuchar a personas, labradores, políticos, obreros, escritores, sindicalistas, a los que de otro modo jamás hubiese podido acceder. Mi formación cultural y personal está en gran medida ligada para siempre a esta parroquia y a sus párrocos, a todos ellos sin excepción. Pero aunque esta formación también la encontré afortunadamente en mi colegio y en mi instituto, lo que la diferencia es algo mucho más grande que todo esto y que todos nosotros. La Fe. Lo que me enseñaron como párrocos y lo que aprendí no habría sido posible de no estar profundamente sustentado en la Fe, con mayúsculas, en la firme creencia de un Dios que es ante todo y sobre todo Amor, en una relación cercana y profunda con Jesús. La gran fortuna de haber crecido al amparo de Santa Marina y sus sacerdotes fue sin lugar a dudas la formación religiosa, esa formación que se basó siempre en el respeto pero nunca en el miedo, en la Misericordia y el Perdón. En encontrar la Paz y la Esperanza en cada rincón de mi camino. Crecí en esta Iglesia con mayúsculas en la que las mujeres somos importantes, en las que el trabajo, la responsabilidad y la certeza de que lo correcto nos enfrentará muchas veces a los demás, a la gente y a las instituciones, que se fundamenta en el Amor a Dios, pero fundamentalmente en el Amor sin límites que Él nos profesa a nosotros. Aprendí que esté del lado que esté la Iglesia como institución, Dios está siempre del lado de los pobres, y aprendí que la pobreza no es un concepto que solo abarca lo material, sino que va mucho más allá abarcando lo social y lo espiritual, todo ese bagaje inmaterial que nos acompaña desde nuestro nacimiento hasta nuestra muerte y nos trasciende incluso más allá.

          Aquí me enseñaron a respetar a los demás, sus creencias o su ausencia de las mismas y que ecumenismo no es tan solo una palabra sino un modo de vida. A su lado y entre estos muros, algunos ya inexistentes, aprendí que la risa y la felicidad no son un pecado sino un deber para los que gozamos de tantos y tantos privilegios vitales.

          Seguramente aprendí muchas más cosas que desafortunadamente para mí y para los demás ya olvidé, queriendo o sin querer olvidar, por pereza, por desidia o porque me incomodaban y yo no me quería dejar incomodar.

          He tenido la fortuna, la gran fortuna de seguir en mi camino de la fe acompañada por otros muchos sacerdotes (algunos que también vivieron Santa Marina en tiempos diferentes a los míos) a los que debo el continuar aprendiendo cada día, fortaleciéndome cada día; pero no sería justa con ellos ni conmigo misma si olvidase lo que esta primera parroquia supuso en mi vida, en mi modo de entender el mundo y de seguir adelante cuando estoy a punto de caer. En mi sentido del compromiso personal y profesional.

          Hoy es 18 de Julio, día de Santa Marina. Así que, viajero, si tienes tiempo, te apetece hoy o cualquier otro día, o simplemente te coincide pasar por allí, detente un momento y además de admirar la fachada medieval de la Iglesia Vieja y disfrutar de la obra de Segura Torrella en lo que queda de la Iglesia Nueva, sea cual sea tu credo o tu religión, se fundamente en un dios, en la naturaleza o en los hombres, eleva una plegaria silenciosa desde lo más profundo de tu corazón, una plegaria de agradecimiento por todos aquellos que desde tiempos inmemoriales construyeron y oraron en este lugar. Por sus sueños, sus esperanzas y su lucha. No dudo de que serás escuchado y no lo dudes tú tampoco. Aunque todos los muros materiales se derrumben, este es y seguirá siendo, un lugar de culto, donde tu oración se sumará a las de tantos hombres que recorrieron el mismo camino antes que tú y a la de todos los que lo recorran después de ti y como todas las oraciones que nacen del corazón, vibrará en el aire por toda la eternidad.


 

Publicado por Farela

 

 


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