Me pregunta una amiga, que si mañana que es el Día Internacional de la Mujer, yo que soy tan así??? con las cosas de
las mujeres, no voy a escribir nada al respecto.
La verdad es que yo con esto de los
días internacionales, nacionales o municipales de las cosas y las personas,
vivo un sin vivir en mí. Un debate interior que me trae un poco confusa y
confundida a la vez.
Por una parte pienso que todos los
días del año deberían ser día internacional de algo o de alguien, días en los
que recordar y no dejar que muera nuestra propia memoria personal y social.
Como dijo, no recuerdo ahora quién, olvidar nuestra historia solo nos condena a
repetirla una y otra vez. Deberíamos de ser conscientes de que nuestra vida no
siempre fue así, de que llegar a donde estamos ha tenido un precio, aunque solo
sea para frenar tantas y tantas regresiones a un pasado que muchos consideran
mejor, quizá porque lo desconocen; niñas que no solo consienten sino que
fomentan conductas machistas en su entorno, partos en situaciones domésticas
extremas porque ya no recordamos la tasa de mortalidad materno infantil de hace
unos pocos años, renacer de grupos sociales radicales que condujeron en otros momentos
a guerras sin sentido…
Por otro lado, siempre pienso que
cuando se instaura un día internacional de algo es porque todavía queda mucho
por lograr, que en el fondo es darle a la persona, a la situación o al grupo
social, un caramelo con el que contentarle y entretenerle; como un “síííí, ya
lo sé, estás ahí, sigues estando ahí, sigues luchando… Y te voy a reconocer que
lo haces y te voy a ayudar”, pero la ayuda nunca llega más allá de una cinta de inauguración.
Sé que no es del todo cierto,
porque existen asociaciones, días y fechas que nos estremecen a todos y nos dan
en las narices y durante unos días consiguen que despertemos y colaboremos
aunque luego hasta el año próximo todo vuelva a la normalidad.
Pero los días “excepcionales” se
transforman también con demasiada frecuencia en una trampa, la trampa de tantos
y tantas políticos y políticas que siguen sacando rentabilidad de que existan,
de todos y todas esas y esos que consideran que han descubierto el chapapote
porque ven una mancha en las rocas, pero olvidan que solo son los restos que
quedan después del esfuerzo sobrehumano de tantas y tantos otros y otras que se dejaron la vida
y el alma en llegar a donde estamos. La
trampa de una juventud como todas las
juventudes que han sido, son y serán: la
de creer que ellos han sacado a la luz un problema que no existía antes de que
fueran capaces de verlo y contárnoslo.
Y yo este año más que nunca me
niego a ser cómplice de la trampa. En este año de pandemias, que tampoco son
nuevas bajo el sol, de dolor, sufrimiento y muerte para tantas personas no voy
a ser cómplice de un feminismo de oportunidad y ocasión, no voy a entrar al
trapo de las salvadoras de la maquinaria represora y le voy a dedicar el día a
dar gracias por tantas mujeres y tantos hombres que desde que el tiempo es
tiempo han creído de verdad en la igualdad entre seres humanos, desnudos,
despojados de sexo, ideologías y parcialidad. Seres humanos que creen y sueñan
que existe un mundo de igualdad que se puede alcanzar sin gritos, alharacas,
insultos y descalificaciones.
Y voy a recordar especialmente a
hombres como mi padre, que acaba de cumplir 87 años y hace más de 50 años firmó
sin temblar el primer contrato laboral de mi madre, dejándola integrarse en una
empresa en la que solo existían hombres, permitiendo que creciera
profesionalmente y celebrando con orgullo cada uno de sus logros, asumiendo el
trabajo de casa y de fuera con ella, sin que de él saliera nunca otro
sentimiento distinto que el de orgullo. A un hombre que me obligaba a cambiarle las ruedas
al coche matemáticamente cada tres meses, porque a su hija nadie iba a decirle
que no sabía y podía hacer lo que cualquier hombre sobre la faz de la tierra
hiciera y mucho mejor. A mi marido, que se suma a todas mis locuras con
auténtico entusiasmo y me invita a participar de todas las suyas; y que como no
le gusta planchar no deja de repetirme que a él la arruga le resulta
indiferente, que lo que eligió fue compartir su vida con una mujer feliz y
sonriente, no con una camisa bien planchada.
A todos esos amigos con los que he
compartido copas, viajes, horas de diversión, de estudio y de trabajo, sin que nunca me hayan hecho sentir molesta,
juzgada, observada, menoscabada o menospreciada.
A los demás, a esos machos alfa que
todas nos hemos tropezado al menos una vez en la vida, como dirían los
aragoneses, “a cascala”. Vuestras horas se extinguen desde el principio de los
tiempos.
Quizá de un modo inconsciente elegí
hoy las fotos de las magnolias, porque me recuerdan a una película de mujeres,
Magnolias de Acero, una de esas películas que nunca conseguirán todos los
premios de las academias de cine, una película “de mucho padecer y llorar”, de
esas que puedes ver un día gris con una taza de algo caliente entre las manos y
un buen paquete de pañuelos de papel delante, y al acabar, después de hartarte
de llorar, tendrás una sensación de calor en el corazón.
Porque es verdad que las magnolias
son como las mujeres, hermosas, frágiles, fuertes y quebradizas a la vez.
Florecen, como las mimosas, antes de que llegue la primavera y llenan de luz y
calor un tronco y unas ramas que crecen fuertes y recios hacía el cielo
pudiendo alcanzar un tamaño considerable.
Que vuestros días, todos los días
del año sean muy felices, y por si además sirve de algo: Feliz Día Internacional
de la Mujer a todas las mujeres y, como no, a todos los hombres que tenéis a
vuestro lado a una mujer excepcional… con toda seguridad a los hombres de la
vida de mis amigas.
Publicado por Farela
Que bonito,que bien expresado ,esa dualidad que poseemos las mujeres de verdad.
ResponderEliminarHas sido tan generosa que nos has regalado una parte de ti ,muy intima.Se te puede conocer más por este articulo, que en toda una vida de trato social.
Y me ha gustado ver como eres .
Me pareces un ser humano excepcional.Me alegro de conocerte.Mucho.
Gracias
ResponderEliminar