domingo, 10 de enero de 2021

La nueva conjura de Catilina

 

A ver si les suena la historia. Corría el año 63 antes de Cristo. La República Romana se hallaba en su máximo esplendor. Gran parte de las costas mediterráneas estaban bajo su control y las riquezas llegaban a sus puertos desde todo el mundo conocido, pagando los aranceles correspondientes. Sus ciudadanos gozaban de prosperidad y, si poseían la ciudadanía romana, de derechos y libertades muy notables para la época. La mayoría de los enemigos de antaño estaban sometidos, en decadencia, o se hallaban razonablemente alejados. Así que el único auténtico rival que tenía Roma era la propia Roma.

Y aquí aparece Lucio Sergio Catilina, patricio y senador romano, dispuesto a conseguir como sea el poder en Roma y por lo tanto en el mundo entero.

Es cierto que, a diferencia de otros personajes más o menos similares en cuanto a ambición y catadura moral, Catilina no había conseguido ser elegido Cónsul, la más alta dignidad Romana y equivalente a Presidente de la República actual, pero eso no iba a ser óbice para detener sus aspiraciones ni su hambre de poder. Así que planificó obtener el cargo de una forma “alternativa”, aunque no totalmente “legítima”. Y como no disponía de los apoyos políticos y legales necesarios, se encaminó a un populismo exacerbado para conseguirse el favor de la plebe, no sé si les va sonando la historia. El caso es que apoyándose en todos los descontentos que encontró, (siempre se encuentran descontentos tanto en épocas de crisis como de bonanza), se dispuso a preparar una conjura para conseguir el poder. Organizó revueltas en diferentes lugares del estado, azuzando el malestar de la población y enardeciendo a los exaltados, e intentó que la revolución alcanzara la capital, donde pretendía deponer y ejecutar al Cónsul legalmente elegido, Cicerón, y proclamarse a sí mismo Cónsul o Dictador. Hasta se puso de acuerdo con parte del ejército para llevar a cabo la conjura. Sus planes incluían incendios y matanzas de los senadores no afines a su causa.

Por suerte Cicerón tuvo conocimiento de lo que se tramaba y, poniendo en marcha los mecanismos legales y el ejército de la República Romana, pudo detener la rebelión y escapar de una muerte segura.

Cicerón denunció a Catilina ante el senado en el primero de los discursos de las llamadas Catilinarias, entre los que encontramos una de sus más famosas frases:

Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra? (¿Hasta cuándo abusarás de nuestra paciencia, Catilina?)

Se dice que Catilina, fiel a su carácter despótico y arrogante, reaccionó de forma airada asegurando que, si él se quemaba, lo haría en medio de la destrucción general”. Y después de esto huyó y aun intentó levantar un ejército contra la propia Roma. Finalmente acabaría muriendo al frente de sus tropas. Eran otros tiempos, y hasta los conspiradores más furibundos tenían cierto sentido del honor y preferían morir antes que autoconseguirse indultos, cargándoles el muerto a otros.

Y la República Romana se mantuvo dentro de la legalidad, al menos por un tiempo. Porque lo cierto es que las libertades romanas, heridas de muerte por este y por otros acontecimientos similares, y sobre todo por la desidia y la indiferencia de sus ciudadanos, acabarían muriendo, y la República Romana se transformaría en un Imperio con todo el poder aferrado en las manos de un único individuo apenas treinta y seis años después. Y es que si no luchamos diariamente por nuestras libertades, las acabamos perdiendo.

Solo soy un pobre bárbaro que contempla asombrado, desde el fin del mundo, las preocupantes noticias que llegan de la capital del imperio, pero mi memoria, mis conocimientos, mis estudios y mi biblioteca me incitan a preguntar, como tantos años atrás a Cicerón:

Quousque tandem abutere, Trump, patientia nostra? 

Porque como decía Mark Twain, la historia no se repite, pero rima.


Publicado por Balder

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