domingo, 3 de enero de 2021

La expedición Balmis

 

Ahora que hablamos de cuarentenas, vacunas, estudios sobre las mismas y demás parafernalia de forma cotidiana, y que todo el mundo tiene su opinión sobre las mismas, no estaría de más rememorar un poco de historia médica.

El término de vacuna viene de vaca. Y más exactamente de la viruela vacuna o viruela bobina, una enfermedad similar a la viruela humana que padecen estos animales pero que es mucho menos virulenta. Y es que la vacuna frente a la viruela no fue nada más que la inoculación de esa otra enfermedad bobina, para prevenir los estragos de la enfermedad humana.

Quizá convenga recordar que la viruela es una enfermedad infecciosa que acompañó a la humanidad a lo largo de miles de años, se calcula que desde el 10000 antes de Cristo hasta 1980. Y no era una enfermedad banal, pues ocasionaba la muerte de entre un 20 y un 30% de los que la padecían, sobre todo si eran niños, y entre los supervivientes, además de dejar cicatrices deformantes permanentes por todo el cuerpo, (de ahí la expresión “picado de viruelas”), ocasionaba ceguera hasta en un tercio de los supervivientes, entre otras secuelas. Y en el siglo XVIII se calcula que solo en Europa causaba la muerte de  unas 400.000 personas cada año. (La enfermedad era tan agresiva que la palabra virulencia procede etimológicamente de viruela). Y se ha erradicado. Es la primera enfermedad que la humanidad ha conseguido eliminar. Y lo ha hecho gracias a un tratamiento tan “artificial”, y “nefasto” como es una vacuna, la primera vacuna usada por los seres humanos. Cosas de la “maléfica ciencia”. Qué le vamos a hacer.

La cosa empezó cuando aún no sabíamos ni lo que era un virus ni lo que ocasionaba las enfermedades. Fue un proceso largo que se inició con la observación, que se continuó con el método científico, y que culminó con el altruismo y el esfuerzo de múltiples personas.

En el siglo XVIII la viruela no tenía tratamiento. La gente se contagiaba, y o la curaban quedándose con las secuelas descritas, o se morían sin más. Solo existía la variolización. Este procedimiento, que parece que inventaron los chinos, y que llegó a Europa a través del imperio Otomano, consistía en la inoculación en una herida hecha en la piel, del pus de la vesícula de un enfermo de viruela. Esto ocasionaba la enfermedad, pero de una forma más leve, más atenuada y con menos secuelas. No obstante el procedimiento podía desencadenar la enfermedad en todo su esplendor, e incluso ocasionar la muerte, con lo que era bastante peligroso. El sujeto, una vez infectado, debía permanecer aislado durante días, en una cuarentena, pues podía contagiar la enfermedad.

Edwar Jenner, un médico rural inglés, y un auténtico humanista en el más amplio sentido de la expresión, y que había sufrido la variolización de niño, descubrió y demostró en 1796 que los seres humanos podían adquirir inmunidad frente a la viruela si previamente habían sido infectados de la viruela vacuna. Y lo hizo al observar que las lecheras, las mujeres que ordeñaban a las vacas, no padecían la viruela por haberse infectado de la viruela bobina. Posiblemente esto había sido observado e incluso utilizado por otros médicos anteriormente, pero fue Jenner el que demostró que tras inmunizar a una persona con el virus de la viruela vacuna, de una forma análoga a la variolización, esa persona se hacía inmune frente a la viruela humana. Y lo hizo infectando a sus pacientes, previamente vacunados, con el virus de la viruela y comprobando que no desarrollaban la enfermedad. Publicó los resultados basados en el estudio de 23 pacientes, no más. Y demostró que la vacuna funcionaba, sin más pruebas, sin haber secuenciado ni identificado al virus, y sin tan siquiera saber lo que era un virus.

Al principio hubo reticencias a la nueva vacuna. Siempre las hay. Incluso hubo quien dijo que si se aplicaba ese remedio a los seres humanos, se corría el riesgo de que les crecieran apéndices vacunos… En fin…

El descubrimiento pronto se extendió por toda Europa y se utilizó en masa en la Corona Española, casi antes incluso que en la propia Inglaterra. El mismo Napoleón hizo vacunar a todas sus tropas en 1805, años antes de que la nobleza y la clase dirigente inglesa aceptaran la vacuna.

Pero fue la Expedición Balmis, la que más difundió por todo el mundo la eficacia de la vacuna y la vacuna misma.

Su nombre oficial era Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, pero como Francisco Javier Balmis y Berenguer fue uno de los que desarrolló la idea y el que la dirigíó y realizó, es por lo que ha pasado a denominarse Expedición Balmis.

La Vacuna había llegado a España en 1800, y poco a poco se había ido extendiendo por todo el territorio peninsular. Pero el problema surgió cuando se planteó llevarla a los territorios de Ultramar. Y es que la vacuna solo era eficaz mientras sus virus permanecían vivos y activos. Y en aquella época, sin refrigerantes de ningún tipo, el suero se mantenía activo muy poco tiempo, y desde luego mucho menos de lo que tardaba un barco en llegar de Europa a los puertos americanos. Además en América no había vacas que tuvieran la viruela bobina y de las que pudiera obtenerse suero para la vacuna.

Pero el rey, Carlos IV, quería que la vacuna llegara a sus súbditos americanos. Alguna idea buena tenía que tener. Y es que estaba especialmente sensibilizado con el tema porque él mismo había perdido una hija por causa la viruela unos años antes.

Y aquí entra en escena nuestro hombre, el médico de la corte Francisco Javier de Balmis, que conocía la vacuna merced a haber traducido el libro del francés Jacques-Louis Moreau de la Sarthe, sobre el procedimiento de vacunación. A él se debe la idea revolucionaria de transportar la vacuna de la viruela en personas, cual recipientes vivos del remedio. Llevaría un grupo de personas no vacunadas y que no hubieran padecido la enfermedad. A dos de ellas les inocularía la vacuna y las aislaría. Cuando estuvieran a punto de curarse las pústulas de la inoculación, a los nueve o diez días, se les extraería de ellas líquido que destinaría para vacunar a las dos siguientes personas, y así sucesivamente hasta llegar a los puertos de destino. Y como en la época era muy complicado encontrar adultos que no hubieran padecido la viruela, se optó por utilizar niños, en este caso veintidós huérfanos.

Y en 1803 Carlos IV mandó organizar la expedición para extender la vacuna a todos los territorios de Ultramar, es decir a América y Filipinas, con la intención, no solo de vacunar a la población local, sino de establecer en todas las ciudades centros de vacunación que conservaran el suero de la vacuna, y que garantizasen la vacunación de las generaciones futuras.

Para ello se fletó la corbeta María Pita, que partió el 30 de noviembre de 1803 de La Coruña con 37 personas a bordo, entre ellas el propio Balmis, el médico cirujano José Salvany y Lleopart, otros dos médicos asistentes, dos practicantes, tres enfermeros y la rectora del orfanato de La Coruña, Isabel Zendal Gómez, como cuidadora y enfermera de los 22 huérfanos encargados de transportar en sus cuerpos la preciada vacuna, (y que ha sido reconocida por la OMS como la primera enfermera de la historia en misión internacional). Además transportaban instrumental quirúrgico y copias traducidas del Tratado de Moreau de la Sarthe, para dejar en los centros de vacunación que fueran creando.

Tras parar un mes en Santa Cruz de Tenerife, donde iniciaron las vacunaciones, la expedición llegó a Puerto Rico en febrero de 1804, y de allí pasaron al continente y se dividieron en dos grupos.

Por un lado José Salvany, el segundo cirujano, se dirigió a Cartagena de Indias y desde allí recorrió Nueva Granada (Colombia, Venezuela, Ecuador y Panamá), y el Virreinato del Perú (Perú, Chile y Bolivia), y en todo el recorrido fue vacunando y creando centros de vacunación a lo largo de siete años, al final de los cuales falleció en Cochabamba en 1810 a los 34 años de edad, de malaria, difteria y tuberculosis.

Mientras, Balmis se dirigió a Nueva España, el actual México, y tras iniciar la vacunación en todo el territorio, a pesar de las reticencias iniciales del Virrey, y de crear una subexpedición que siguió vacunando por los territorios de Norteamérica, recogió a veinticinco nuevos huérfanos para transportar la vacuna a través del Pacífico, a bordo del navío Magallanes, desde Acapulco a Manila, en 1805. Una vez allí recorrieron las islas organizando los centros médicos y las vacunaciones de los indígenas filipinos. Después de aquello, el 14 de Agosto de 1809 la mayoría de la expedición regresó a Acapulco, mientras Balmis, con otros nuevos catorce huérfanos del archipiélago, prosigue hacia Macao en China desde donde continua vacunando hasta llegar a la provincia de Cantón.

De allí regresó a España, pero aun por el camino consigue convencer a las autoridades británicas para vacunar a la población de Santa Elena. Finalmente arribará a Lisboa el 14 de Agosto de 1807.

Se calcula que, a pesar de las reticencias de algunas poblaciones y de muchas de las autoridades locales, la expedición vacunó a unas 250.000 personas directamente, y que creó las bases para que se mantuvieran las vacunaciones en el futuro en todos los territorios por los que pasó.

Es probable que los europeos en general y los españoles en particular llevaran la viruela a América, junto con otras enfermedades infecciosas, que diezmaron a las poblaciones indígenas. Pero eso lo hicieron de forma totalmente involuntaria. Y lo que sí que es totalmente cierto es que España, por medio de cuatro médicos, dos practicantes, tres enfermeros, una enfermera-cuidadora, y un puñado de héroes, llevaron, en cuanto estuvo disponible, el que fue el remedio para primero proteger y posteriormente erradicar esa pandemia de toda América y de gran parte del resto del mundo. Y que esa primera misión sanitaria internacional de la historia de la humanidad fue un acto totalmente altruista, consciente y desinteresado, y para el propio Jenner, descubridor de la vacuna, “el ejemplo de filantropía más noble y extenso en los anales de la Historia”.


Publicado por Balder

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