Ahora
que hablamos de cuarentenas, vacunas, estudios sobre las mismas y demás
parafernalia de forma cotidiana, y que todo el mundo tiene su opinión sobre las
mismas, no estaría de más rememorar un poco de historia médica.
El
término de vacuna viene de vaca. Y más exactamente de la viruela vacuna o
viruela bobina, una enfermedad similar a la viruela humana que padecen estos
animales pero que es mucho menos virulenta. Y es que la vacuna frente a la
viruela no fue nada más que la inoculación de esa otra enfermedad bobina, para
prevenir los estragos de la enfermedad humana.
Quizá convenga recordar que la viruela es una enfermedad infecciosa que acompañó a la humanidad a lo largo de miles de años, se calcula que desde el 10000 antes de Cristo hasta 1980. Y no era una enfermedad banal, pues ocasionaba la muerte de entre un 20 y un 30% de los que la padecían, sobre todo si eran niños, y entre los supervivientes, además de dejar cicatrices deformantes permanentes por todo el cuerpo, (de ahí la expresión “picado de viruelas”), ocasionaba ceguera hasta en un tercio de los supervivientes, entre otras secuelas. Y en el siglo XVIII se calcula que solo en Europa causaba la muerte de unas 400.000 personas cada año. (La enfermedad era tan agresiva que la palabra “virulencia” procede etimológicamente de “viruela”). Y se ha erradicado. Es la primera enfermedad que la humanidad ha conseguido eliminar. Y lo ha hecho gracias a un tratamiento tan “artificial”, y “nefasto” como es una vacuna, la primera vacuna usada por los seres humanos. Cosas de la “maléfica ciencia”. Qué le vamos a hacer.
La
cosa empezó cuando aún no sabíamos ni lo que era un virus ni lo que ocasionaba
las enfermedades. Fue un proceso largo que se inició con la observación, que se
continuó con el método científico, y que culminó con el altruismo y el esfuerzo
de múltiples personas.
En
el siglo XVIII la viruela no tenía tratamiento. La gente se contagiaba, y o la
curaban quedándose con las secuelas descritas, o se morían sin más. Solo
existía la variolización. Este procedimiento, que parece que inventaron los
chinos, y que llegó a Europa a través del imperio Otomano, consistía en la
inoculación en una herida hecha en la piel, del pus de la vesícula de un enfermo
de viruela. Esto ocasionaba la enfermedad, pero de una forma más leve, más
atenuada y con menos secuelas. No obstante el procedimiento podía desencadenar
la enfermedad en todo su esplendor, e incluso ocasionar la muerte, con lo que
era bastante peligroso. El sujeto, una vez infectado, debía permanecer aislado
durante días, en una cuarentena, pues podía contagiar la enfermedad.
Edwar
Jenner, un médico rural inglés, y un auténtico humanista en el más amplio
sentido de la expresión, y que había sufrido la variolización de niño,
descubrió y demostró en 1796 que los seres humanos podían adquirir inmunidad
frente a la viruela si previamente habían sido infectados de la viruela vacuna.
Y lo hizo al observar que las lecheras, las mujeres que ordeñaban a las vacas,
no padecían la viruela por haberse infectado de la viruela bobina. Posiblemente
esto había sido observado e incluso utilizado por otros médicos anteriormente,
pero fue Jenner el que demostró que tras inmunizar a una persona con el virus
de la viruela vacuna, de una forma análoga a la variolización, esa persona se
hacía inmune frente a la viruela humana. Y lo hizo infectando a sus pacientes,
previamente vacunados, con el virus de la viruela y comprobando que no
desarrollaban la enfermedad. Publicó los resultados basados en el estudio de 23
pacientes, no más. Y demostró que la vacuna funcionaba, sin más pruebas, sin
haber secuenciado ni identificado al virus, y sin tan siquiera saber lo que era
un virus.
Al
principio hubo reticencias a la nueva vacuna. Siempre las hay. Incluso hubo
quien dijo que si se aplicaba ese remedio a los seres humanos, se corría el
riesgo de que les crecieran apéndices vacunos… En fin…
El
descubrimiento pronto se extendió por toda Europa y se utilizó en masa en la
Corona Española, casi antes incluso que en la propia Inglaterra. El mismo
Napoleón hizo vacunar a todas sus tropas en 1805, años antes de que la nobleza
y la clase dirigente inglesa aceptaran la vacuna.
Pero
fue la Expedición Balmis, la que más difundió por todo el mundo la eficacia de
la vacuna y la vacuna misma.
Su
nombre oficial era Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, pero como Francisco
Javier Balmis y Berenguer fue uno de los que desarrolló la idea y el que la
dirigíó y realizó, es por lo que ha pasado a denominarse Expedición Balmis.
La
Vacuna había llegado a España en 1800, y poco a poco se había ido extendiendo
por todo el territorio peninsular. Pero el problema surgió cuando se planteó
llevarla a los territorios de Ultramar. Y es que la vacuna solo era eficaz
mientras sus virus permanecían vivos y activos. Y en aquella época, sin
refrigerantes de ningún tipo, el suero se mantenía activo muy poco tiempo, y
desde luego mucho menos de lo que tardaba un barco en llegar de Europa a los
puertos americanos. Además en América no había vacas que tuvieran la viruela bobina y de las que pudiera obtenerse suero para la vacuna.
Pero
el rey, Carlos IV, quería que la vacuna llegara a sus súbditos americanos.
Alguna idea buena tenía que tener. Y es que estaba especialmente sensibilizado
con el tema porque él mismo había perdido una hija por causa la viruela unos
años antes.
Y
aquí entra en escena nuestro hombre, el médico de la corte Francisco Javier de
Balmis, que conocía la vacuna merced a haber traducido el libro del francés
Jacques-Louis Moreau de la Sarthe, sobre el procedimiento de vacunación. A él
se debe la idea revolucionaria de transportar la vacuna de la viruela en
personas, cual recipientes vivos del remedio. Llevaría un grupo de personas no
vacunadas y que no hubieran padecido la enfermedad. A dos de ellas les
inocularía la vacuna y las aislaría. Cuando estuvieran a punto de curarse las
pústulas de la inoculación, a los nueve o diez días, se les extraería de ellas
líquido que destinaría para vacunar a las dos siguientes personas, y así
sucesivamente hasta llegar a los puertos de destino. Y como en la época era muy
complicado encontrar adultos que no hubieran padecido la viruela, se optó por
utilizar niños, en este caso veintidós huérfanos.
Y
en 1803 Carlos IV mandó organizar la expedición para extender la vacuna a todos
los territorios de Ultramar, es decir a América y Filipinas, con la intención, no solo de vacunar a la población local, sino de establecer en todas las
ciudades centros de vacunación que conservaran el suero de la vacuna, y que
garantizasen la vacunación de las generaciones futuras.
Para ello se fletó la corbeta María Pita, que partió el 30 de noviembre de 1803 de La Coruña con 37 personas a bordo, entre ellas el propio Balmis, el médico cirujano José Salvany y Lleopart, otros dos médicos asistentes, dos practicantes, tres enfermeros y la rectora del orfanato de La Coruña, Isabel Zendal Gómez, como cuidadora y enfermera de los 22 huérfanos encargados de transportar en sus cuerpos la preciada vacuna, (y que ha sido reconocida por la OMS como la primera enfermera de la historia en misión internacional). Además transportaban instrumental quirúrgico y copias traducidas del Tratado de Moreau de la Sarthe, para dejar en los centros de vacunación que fueran creando.
Tras
parar un mes en Santa Cruz de Tenerife, donde iniciaron las vacunaciones, la
expedición llegó a Puerto Rico en febrero de 1804, y de allí pasaron al
continente y se dividieron en dos grupos.
Por
un lado José Salvany, el segundo cirujano, se dirigió a Cartagena de Indias y
desde allí recorrió Nueva Granada (Colombia, Venezuela, Ecuador y Panamá), y el
Virreinato del Perú (Perú, Chile y Bolivia), y en todo el recorrido fue
vacunando y creando centros de vacunación a lo largo de siete años, al final de
los cuales falleció en Cochabamba en 1810 a los 34 años de edad, de malaria,
difteria y tuberculosis.
Mientras,
Balmis se dirigió a Nueva España, el actual México, y tras iniciar la
vacunación en todo el territorio, a pesar de las reticencias iniciales del Virrey, y de crear una subexpedición que siguió
vacunando por los territorios de Norteamérica, recogió a veinticinco nuevos
huérfanos para transportar la vacuna a través del Pacífico, a bordo del navío
Magallanes, desde Acapulco a Manila, en 1805. Una vez allí recorrieron las islas
organizando los centros médicos y las vacunaciones de los indígenas filipinos. Después de
aquello, el 14 de Agosto de 1809 la mayoría de la expedición regresó a
Acapulco, mientras Balmis, con otros nuevos catorce huérfanos del archipiélago,
prosigue hacia Macao en China desde donde continua vacunando hasta llegar a la
provincia de Cantón.
De
allí regresó a España, pero aun por el camino consigue convencer a las
autoridades británicas para vacunar a la población de Santa Elena. Finalmente
arribará a Lisboa el 14 de Agosto de 1807.
Se
calcula que, a pesar de las reticencias de algunas poblaciones y de muchas de
las autoridades locales, la expedición vacunó a unas 250.000 personas
directamente, y que creó las bases para que se mantuvieran las vacunaciones en
el futuro en todos los territorios por los que pasó.
Es
probable que los europeos en general y los españoles en particular llevaran la
viruela a América, junto con otras enfermedades infecciosas, que diezmaron a
las poblaciones indígenas. Pero eso lo hicieron de forma totalmente
involuntaria. Y lo que sí que es totalmente cierto es que España, por medio de
cuatro médicos, dos practicantes, tres enfermeros, una enfermera-cuidadora, y
un puñado de héroes, llevaron, en cuanto estuvo disponible, el que fue el
remedio para primero proteger y posteriormente erradicar esa pandemia de toda
América y de gran parte del resto del mundo. Y que esa primera misión sanitaria
internacional de la historia de la humanidad fue un acto totalmente altruista,
consciente y desinteresado, y para el propio Jenner, descubridor de la vacuna,
“el ejemplo de filantropía más noble y extenso en los anales de la Historia”.
Publicado por Balder
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