Hoy
hace veinticinco años que conozco a la persona, no sé si más importante de mi vida, pero sí que más ha influido en ella.
Si
bien, para ser exactos, la conozco desde un poco antes, y aunque no la había
visto en persona, ya me había demostrado su carácter, su fortaleza y su
determinación.
Pero
desde el primer momento en que la vi, hace veinticinco años, me quedé prendado
de su mirada curiosa ante el mundo, y comprendí que estaba viendo lo más
hermoso que contemplaría en toda mi vida.
He
tenido la suerte de ser testigo del desarrollo de una de las personalidades más
fuertes, limpias, testarudas y valientes que pudiera imaginarse. Y puedo
sentirme orgulloso de haber participado, al menos parcialmente, en su
formación.
He
reído, he sufrido, he meditado, he aprendido y sobre todo he disfrutado, y todo
con ella. Y me ha cautivado con frases tan míticas como: “Que raros son los que
no somos nosotros”, “tremendo milagro”, o “no toco, no toco”.
Han
sido veinticinco años plenos de emociones, de risas y de lágrimas, de acuerdos
y desacuerdos, de historias y de músicas, de acontecimientos y de vida.
Dicen
que el “hiperelogio” es perjudicial para el encomiado. Personalmente lo dudo en
algunos casos pero, aunque lo fuera, hoy me daría igual. Hoy tengo ganas de
decirle que estoy muy orgulloso de ella, y que, parafraseando a Carl Sagan, en
la vastedad del espacio y en la inmensidad del tiempo, es un honor y un
privilegio haber podido compartir un planeta y una época contigo, Candela.
La
calipedia es el arte de procrear hijos hermosos. Pues yo llevo veinticinco años
practicándola, porque no hay nada más hermoso que esta persona llamada Candela,
en el más amplio sentido de la palabra.
Publicado por Balder
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