La muerte de su
padre le obligó a dejar los estudios y a ponerse a trabajar. Como a tantos otros.
Y entre las diferentes posibilidades de trabajo, la vida acabó llevándolo por los caminos del periodismo y la escritura. Tuvo éxito como cronista parlamentario en esa España convulsa de principios del siglo XX. Y hasta se lanzó a escribir sus primeras novelas. Pero la fama nunca es buena en estas tierras, pues siempre va acompañada de envidias y maledicencias. Y cuando estalló el conflicto y todo se fue al garete, fueron a por él. Como a por tantos otros. Pesó más su ideología conservadora que las acerbas críticas sociales que trasmitían sus escritos, o el que hubiera atacado a todos los pilares básicos del Movimiento. Pero lo que le señaló sobre manera fue el no haberse mostrado suficientemente partidario del gobierno del Frente Popular.
Así que huyendo de las Milicias de Vigilancia tuvo que refugiarse en una embajada extranjera. Desde allí, y después de lo vivido en carne propia, escribiría:
“La vida humana ya no merece el menor respeto, la justicia se condiciona a la política, la autoridad toma partido por el grupo, los transeúntes se juzgan por sus vestiduras y se cruzan miradas de desafío, el odio se expande y se infiltra como un gas en toda la vida española.”
Pero siempre hay justos en Sodoma, y la ayuda de un inesperado amigo, a la sazón ministro de la República, también periodista y escritor, y hombre de bien, le permitió salir de España y ponerse definitivamente a salvo.
Tras el final de la guerra regresó a su maltrecha patria e intentó reanudar su vida de periodista y escritor.
Y en ello estaba, cuando se enteró de que su antiguo amigo y salvador había sido capturado en Francia por la Gestapo y entregado a España.
De nada sirvió el que se apresurara a testificar a su favor, ni que explicara su caso o el de tantos otros que le debían la vida, ni que el exministro fuera reconocido como valedor del buen trato hacia los prisioneros de guerra de la Republica que estuvieron a su cargo. Ni que fuera, en definitiva, una buena persona. Eran malos tiempos para los hombres de bien, aunque dudo que alguna vez hayan sido buenos.
El caso es que el exministro fue fusilado por el Nuevo Régimen. Como tantos otros.
Y el escritor, triste y desilusionado de la política, y sobre todo de los hombres, se refugió en el mundo mágico, lírico y melancólico de su tierra. En las fragas de Cecebre. Y se dedicó a escribir la que sería su novela más tiernamente humana: El bosque animado.
Y entre las diferentes posibilidades de trabajo, la vida acabó llevándolo por los caminos del periodismo y la escritura. Tuvo éxito como cronista parlamentario en esa España convulsa de principios del siglo XX. Y hasta se lanzó a escribir sus primeras novelas. Pero la fama nunca es buena en estas tierras, pues siempre va acompañada de envidias y maledicencias. Y cuando estalló el conflicto y todo se fue al garete, fueron a por él. Como a por tantos otros. Pesó más su ideología conservadora que las acerbas críticas sociales que trasmitían sus escritos, o el que hubiera atacado a todos los pilares básicos del Movimiento. Pero lo que le señaló sobre manera fue el no haberse mostrado suficientemente partidario del gobierno del Frente Popular.
Así que huyendo de las Milicias de Vigilancia tuvo que refugiarse en una embajada extranjera. Desde allí, y después de lo vivido en carne propia, escribiría:
“La vida humana ya no merece el menor respeto, la justicia se condiciona a la política, la autoridad toma partido por el grupo, los transeúntes se juzgan por sus vestiduras y se cruzan miradas de desafío, el odio se expande y se infiltra como un gas en toda la vida española.”
Pero siempre hay justos en Sodoma, y la ayuda de un inesperado amigo, a la sazón ministro de la República, también periodista y escritor, y hombre de bien, le permitió salir de España y ponerse definitivamente a salvo.
Tras el final de la guerra regresó a su maltrecha patria e intentó reanudar su vida de periodista y escritor.
Y en ello estaba, cuando se enteró de que su antiguo amigo y salvador había sido capturado en Francia por la Gestapo y entregado a España.
De nada sirvió el que se apresurara a testificar a su favor, ni que explicara su caso o el de tantos otros que le debían la vida, ni que el exministro fuera reconocido como valedor del buen trato hacia los prisioneros de guerra de la Republica que estuvieron a su cargo. Ni que fuera, en definitiva, una buena persona. Eran malos tiempos para los hombres de bien, aunque dudo que alguna vez hayan sido buenos.
El caso es que el exministro fue fusilado por el Nuevo Régimen. Como tantos otros.
Y el escritor, triste y desilusionado de la política, y sobre todo de los hombres, se refugió en el mundo mágico, lírico y melancólico de su tierra. En las fragas de Cecebre. Y se dedicó a escribir la que sería su novela más tiernamente humana: El bosque animado.
A la memoria del
escritor Wenceslao Fernández Flórez y del ministro y escritor socialista Julián
Zugazagoitia Mendieta.
Publicado por Balder
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