A veces me resulta
muy difícil escribir, ya sea porque soy una de esas personas que lo hace a
impulsos de motivación, o porque a veces el impulso es tan intenso que
sobrepasa con mucho mi capacidad de expresión.
Esta es una de
esas veces.
Hace ya semanas
que intento darle forma a lo que pienso, desde el principio de la pandemia,
pero aun con mayor intensidad desde que comenzó la continua campaña de
desprestigio de la Atención Primaria; bueno, en honor a la verdad eso no es del todo cierto porque supondría
haber estado intensamente indignada de modo continuo desde hace muchos,
muchísimos años, desde antes incluso de nacer. Pero sí, al menos desde que esta
campaña se recrudeció hace unos meses.
Yo creo que soy
una persona profundamente autocrítica, así que no voy a cometer el error de
decir que todo en la Atención Primaria es fantástico y que todos somos estupendísimos
profesionales que nunca jamás nos equivocamos y que la culpa de todos nuestros
males es responsabilidad única y exclusivamente de todos los demás.
Si bien es cierto
que hace muchos años que desde distintos foros de Atención Primaria venimos alertando de la
situación que se nos viene encima, también lo es que nuestra propia desidia ha
contribuido en parte a la gran crisis que supimos anunciar pero que no tuvimos
lo que se necesita para frenar a tiempo, quizá por desidia, nuestra y de las
instituciones, quizá por cansancio crónico, quizá porque en el fondo
manteníamos intacta la esperanza de que en algún momento la situación se
tornaría tan insostenible que no habría más remedio que ponerle fin. Lo que
nunca pudimos prever es que este fin nos llegaría impuesto en medio de una
catástrofe sanitaria global.
Los médicos de
familia caminamos siempre por el larguero, en un territorio de nadie del que se
nutren muchos, pero que como el cauce de
un río se ha quedado vacío debido a la sequía, mostrándonos el desolador
paisaje de sus cantos rodados y un complejo de seres vivos boqueando por
sobrevivir mientras unos cuantos esforzados escupen desde las orillas
intentando salvar lo insalvable, otros cuantos tiran cubos de agua, (a veces
incluso salada), que lo único que consiguen es arrastrarnos a la muerte unos
metros más abajo, y otros, afortunadamente los menos, arrojan piedras
descomunales sobre los supervivientes intentando acabar cuanto antes con la
agonía y con cualquier esperanza de un futuro mejor, y estos, tócate las
narices, aun se atreven a disfrazar su actitud de piedad. Y como en toda
catástrofe natural, proliferan los pirómanos, los morbosos que aplauden
mientras todo esto se derrumba porque nunca han pensado en nosotros como en
nada más que meras secretarias de sus designios desde las alturas y los
jaleadores, que como en el circo romano, intentan transformar la Atención Primaria y el
Hospital en gladiadores enfrentados para que a poder ser nos matemos entre
nosotros mismos exculpando así a todos los demás. Juego en el que yo, desde aquí y ahora, me niego a
participar.
Siempre hemos sido
una especialidad denostada, ignorados desde las propias facultades de medicina,
los colegios profesionales, y como no, la población. No importa que nosotros
también seamos ESPECIALISTAS (no existe una atención primaria y una atención
especializada, existe una atención PRIMARIA y una atención HOSPITALARIA). Cajón
de sastre donde acaban todos aquellos problemas a los que ya nadie sabe qué
solución dar y depositarios de toda cuanta queja y culpa es capaz de generar
este sistema sanitario incapaz y agotado. Una especialidad que nadie ha sabido
hacer atractiva a los profesionales jóvenes (empezando por nosotros mismos) y
que es la cantera de la que se nutren las Urgencias Hospitalarias, a las que
sistemática y erróneamente se les ha denegado el derecho a su propia
especialidad.
No voy a abundar
más en lo que ya he dicho muchas veces, porque realmente esto que estamos
viviendo es la crónica de una muerte, no por tantas veces anunciada, tan
prontamente esperada. Lo que sí es a todas luces inesperado es la maldita
puntilla que este gobierno, que tan solo es uno más entre la caterva de
inútiles que ha jalonado la política sanitaria de este país, nos ha dado con su
precioso y lucido Real Decreto Ley 29/2020, del 29 de septiembre.
Yo formo parte de
esa generación maldita que inició sus estudios en los años 80, los que vivimos
las interminables bolsas históricas, el coger Medicina de Familia porque no
quedaba nada más y la creación de aquel MIR específico para Licenciados con
posterioridad a 1995 que nos negó a muchos durante unos años el derecho de
acceso a cientos de plazas de formación como Médico de Familia que deseábamos
con todo nuestro corazón y se reservaron para compensar de alguna manera a los
nuevos licenciados a los que la U.E. obligaba a tener una especialidad para poder
acceder al sistema público de salud. Una obligación que este Real Decreto tira a la
basura sin más, amparándose en que es una situación excepcional y todo vale, dando
pie a la creación de la figura del R0, el médico que no ha conseguido acceder a
una plaza de formación reglada pero que va a verse obligado a tirarse al monte
para aprender a sopapos lo que otros compañeros aprenderán con un programa de
formación adecuado pero que no cuenta con plazas suficientes para todos ellos, (y
se lo digo yo que he vivido en mis carnes las dos situaciones como médico pre
95), y cuyo trabajo veremos como se valora con posterioridad para no perjudicar
a los residentes que lleven a cabo dicha formación. Como también vale una situación repetitiva, la
de abrir las compuertas para que pase el agua de los cientos de licenciados de
otros países (bienvenidos sean si traen toda su documentación en orden y poseen
una especialidad), a los que espero que no se les homologuen los títulos estilo
“me cago en tal”, como desafortunadamente ya hemos visto en otras ocasiones. Y
de martillo por si les tiembla la mano al clavar la puntilla, tenemos el
fantástico punto 2 donde dice que “cada
comunidad autónoma podrá acordar que el PERSONAL DE ENFERMERÍA y médico
especialista estatutario que preste su servicios en centros hospitalarios pase
a prestar servicios en los centros de atención primaria de su área de
influencia para realizar las FUNCIONES PROPIAS del personal MÉDICO DE ATENCIÓN
PRIMARIA”
Así que visto lo
visto, además de ser una burla para la jovencísima especialidad de Enfermería
Familiar y Comunitaria, (por lo que se ve ellos sirven menos para entender la
primaria que sus compañeros de hospital), me temo que esto es el final de la
especialidad de Medicina de Familia, que se consiguió con mucha lucha, esfuerzo
e ilusión por parte de miles de profesionales que conocían a la perfección el
salto al vacío sin paracaídas. Se nutrió de personas que creímos en ella, y
también de muchos descreídos que llegaron aquí porque no les quedó otra y
acabaron enamorándose de todo cuanto significa y aporta si aprendes a amarla y
ejercerla con lo que supone de esfuerzo por su profunda y desconocida
complejidad.
Pero que nadie se
equivoque, la dignidad no nos la confiere nuestra profesión ni por supuesto
nuestra especialidad. Somos nosotros los que la llenamos de dignidad con
nuestra actitud, nuestra lucha y nuestra entrega. Y eso haremos. Igual somos los últimos de
Filipinas y como a ellos, si hay supervivientes que resistan más allá de que el
estado nos venda y nos entregue, los honores llegarán de
parte de los enemigos antes que los “amigos”.
Pero no dudéis, ni
por un momento, de que si, Dios no lo quiera, hay un final llegaremos a él
luchando por lo que creemos y con la
cabeza bien alta.
Queridos políticos
desde estas nuestras Termópilas los MÉDICOS DE FAMILIA os saludamos: “¡AU! ¡AU!
¡AU!”
Publicado por
Farela
Magnifica descripción de los profesionales que dignifican una especialidad esencial, básica, imprescindible para que nuestro denostado SNS responda con calidad y eficiencia a las necesidades de pacientes y ciudadanos.
ResponderEliminarMe quedo con la frase de "somos nosotros los que la llenamos de dignidad con nuestra actitud, nuestra lucha y nuestra entrega"