Sabe a ciencia cierta que también esta tormenta pasará. Que tras las lluvias torrenciales volverá la calma y el suelo volverá a secarse dejando al descubierto una tierra aparentemente árida y seca en la que un día, como por sorpresa, asomarán brotes nuevos.
Todas las tormentas, todas sus tormentas,
pasan y dejan en el aire el olor un poco ácido del último relámpago. Lo sabe
con certeza pero así y todo, mientras duran las contempla con una mezcla
extraña de sorpresa y miedo; con un respeto casi reverencial. Son hermosas
cuando las contempla en la distancia. Traducen una fuerza interior que no
siempre sabe ni puede ni quiere contener; una furia sobrecogedora arraigada en
su propia naturaleza, fuerte, vibrante y arcaica como la tierra misma.
Pero le producen también una ternura primitiva
y esencial, un miedo sobrecogedor a perderse en medio de su propia furia y su
luz. ¡Sería tan sencillo dejarse llevar por el viento y la lluvia! ¡Marcharse
para no regresar! Que la furia del temporal arrase para siempre su interior y
flotar en un mundo de calma y paz para toda la eternidad... La tentación es a
veces tan poderosa que la asusta más que la tormenta en sí. Se encoje sobre sí
misma y espera embriagada de su dolor y su soledad, y se hace fuerte se
atrinchera en el pequeño rescoldo de luz que dejó la última tormenta antes de
extinguirse, esperando el momento en el que sabe a ciencia cierta que todo
pasará...
Publicado por Farela.
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