Tal vez fuera cierto que, como decía don Martín, el
presidente, eran más que un equipo, pero allí en la portería él siempre se
sentía solo.
Y en las últimas jornadas, con la presión de los
resultados, con la crisis, y con su eficacia cada vez más puesta en tela de
juicio, veía peligrar su puesto.
No importaban sus años de dedicación. Se había
incorporado siendo apenas un alevín y ya hacía tiempo que peinaba canas.
Tampoco su eficacia en los años anteriores, ni el que cada tarde se
partiera el alma por mantener la portería impoluta o por bloquear cualquier
intento de infiltración en su área.
Años atrás había sido experto en bloquear las incursiones
de aquellos jóvenes extranjeros, o la de cualquier otro individuo que
presentara intenciones sospechosas contra la integridad de su portal, rápidos
como liebres, siempre dispuestos a cazarlo con la defensa baja.
Pero últimamente, cada vez que lo pillaban en algún
renuncio, en algún despiste, o peor aún, en alguna salida inoportuna, don Martín
se apresuraba a recriminarle y a afearle su labor al final de la jornada.
A él no le habían bajado el sueldo un cinco por ciento,
pero estaba convencido que la crisis acabaría por pasarle factura.
Y finalmente aquella tarde de domingo fue la debacle. Hasta
en tres ocasiones le pillaron batido y se colaron por delante de su portería
con desastrosas consecuencias a pesar de sus esfuerzos. Por eso no le extrañó
que el lunes el presidente le convocara urgentemente a su despacho.
La conversación fue breve.
Toda una vida de trabajo y sudores quedó finiquitada con
aquella única frase:
- Como ya sabrá, en la última junta de la comunidad de
propietarios se decidió poner un portero automático en el portal del edificio,
así que vamos a tener que prescindir de sus servicios.
Publicado por Balder
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