domingo, 9 de agosto de 2020

Polvo de estrellas


Hace miles de millones de años, en el corazón de las estrellas, se fueron formando los átomos de todos los elementos que constituyen nuestro mundo y nuestro propio cuerpo. El carbono, el oxígeno, el hierro, el calcio, todos se formaron en el horno alquímico de las estrellas. Posteriormente, las explosiones de supernovas los distribuyeron y repartieron alegremente por todo el universo hasta que llegaron a nuestro sistema solar y formaron nuestro mundo, y en definitiva lo que hoy somos. Realmente somos polvo de estrellas.
Luego, en una noche de hace miles de años, un homínido, antepasado de todos nosotros, se quedó embelesado mirando al cielo nocturno y a todos aquellos puntitos luminosos que cubrían la cúpula celeste y de los que, sin él saberlo, procedía. Fue el primer ser humano.
La noche en que aquel lejano antepasado nuestro descubrió la belleza del cielo estrellado, y se preguntó, por primera vez, qué eran esas hermosas y diminutas luces del firmamento demostró que su inteligencia y su espíritu habían cruzado el umbral de la humanidad.
Como especie somos animales diurnos. Vivimos a la luz del sol y tenemos el sentimiento atávico de que con la noche y las tinieblas llegan los peligros, los depredadores y la muerte. “La noche es oscura y alberga horrores”. Por eso, cuando nos sobrepusimos a nuestros instintos y encontramos en la noche, más allá de sus amenazas y de nuestros temores, el hermoso encanto de los cielos y, sobre todo, los enigmas y las preguntas trascendentes sobre el Universo y sobre nosotros mismos, es cuando nos convertimos en humanos. Y de esa curiosidad e inquietud humana surgió el anhelo por encontrar respuestas y con ello descubrimos la religión, la filosofía y la ciencia.
Del corazón de las estrellas obtuvimos los elementos, el barro, que formaron nuestros cuerpos, y contemplándolas recibimos el soplo divino que nos hizo humanos. Por eso somos hijos de las estrellas, en lo material y en lo espiritual.
Pero actualmente y a pesar de su hermosura ya no contemplamos las estrellas. En parte es por la contaminación de las ciudades, tanto la lumínica como la atmosférica, que difuminan su visión. Pero sobre todo es porque ya no miramos a los cielos. Apenas despegamos los ojos del suelo, de nuestros ombligos, o de nuestras pantallas electrónicas, hasta el punto de que ya no vemos nada si no es a través de ellas. Y si ya ni ojeamos lo que nos rodea, cómo vamos a “perder el tiempo” observando algo tan alejado de nuestra cotidianidad y de nuestro mundo como es el firmamento. Y al dejar de mirar a las estrellas hemos dejado de plantearnos las auténticas cuestiones importantes de la vida. Ya solo nos preocupamos por cuestiones banales, cicateras y mezquinas que amargan nuestras tristes vidas, en lugar de dejar que nuestra existencia sea iluminada por una delicada luz titilante. Y cada vez más nos hemos ido encerrando en nosotros mismos y estamos perdiendo la empatía, la compasión, la sensibilidad y la solidaridad con los demás. Estamos dejando de ser humanos.
Nos hicimos seres racionales contemplando las estrellas. Al dejar de hacerlo estamos perdiendo la esencia misma de humanidad.



Publicado por Balder


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