domingo, 31 de mayo de 2020

Posibilidades del tratamiento de la infección COVID-19 en Atención Primaria con tomillo y equinacea. Observaciones clínicas en la comarca de La Litera, Huesca, (España)


Conforme avanza la pandemia por el COVID-19, las sensaciones y sentimientos se me van apaciguando; mientras escribo estas líneas ya han pasado los cuarenta días de la llamada cuarentena, que esta vez se prolongará algo más. Y en verdad, ha sido un arma clásica, pero efectiva: el número de casos disminuye, y la presión laboral y emocional se aquieta. Podemos respirar, por fin.
Tengo una sensación parecida al alivio que notaba cuando, en mis andanzas montañeras, iba dejando de lloverme encima, tras verme sorprendido en campo abierto por una tormenta de esas gordas, que parece que se va a acabar el mundo. Y aunque caminaba empapado y aturdido, si las gotas sonaban menos fuerte en mi cabeza, parecía que la cosa se estaba arreglando.
En estos días de abril, mojado y cansado por la pandemia, aun no sé bien dónde anda mi cabaña, no siento que ya esté llegando a ningún refugio, aunque sé que no debe estar muy lejos. Procuro no desfallecer. Me cuesta.
Y siguiendo con el símil, mi pobre cabeza, que ahora ya no tiene que calcular cada paso que doy, para no ser arrastrado por un torrente de COVID súbitamente crecido en mi consulta o en un domicilio aparentemente anodino, empieza a recapitular.
Pienso en las cosas que nos han pasado, sueño ya con el fuego en el que nos secaremos mis amigos y yo, en cambiarnos de ropa, pero... ¿Llegaremos a algún lado? Y adonde lleguemos, ¿habrá leña? ¿Podremos encender el fuego? ¿Cogeré una neumonía? Pensar en las cosas que vendrán es necesario, pero a la vez es un ejercicio peligroso para la salud mental. Conviene dosificárselo. Por lo menos en mi caso, que noto cómo se me acelera el pulso y la cabeza cuando entreveo mi nueva “normalidad”.
Soy médico de familia en medio rural. Atiendo pequeños pueblos con consultorios dignos pero sencillos, con su sala de espera, su radio para que no se escuche lo que dice el paciente que ya está dentro, y su despacho de farmacia en la puerta de al lado.
¿Qué haremos? ¿Cómo esperarán? ¿Los veré a todos vestido de romano? ¿Siempre, o sólo unas semanas o años? ¿Qué harán mis compañeros aislados en soporte de teletrabajo? ¿Volverán algún día a tocar a alguien, a estrechar una mano al acabar una consulta?
Si dejo a la mente que trabaje libremente me hace daño. Mejor no hacerlo. Me centro en intentar digerir lo ya ocurrido, en comprenderlo y aceptarlo. El futuro ya vendrá, y ya lo viviremos. No queda otra. Hay que seguir. Sereno y con un pizca de alegría, si es posible. En eso estamos.
Bueno, pues una de las cosas que me han pasado es que no me he resignado a asumir la ausencia de tratamiento en Atención Primaria para mis pacientes. O para mí mismo, si llegase el caso. Cosa bastante probable, estadísticamente hablando.
En el símil de la tormenta, busqué algo con lo que cubrirme, aunque solo fuera una triste bolsa de plástico, (vaya, el símil aquí es bastante real...) Busqué hidroxicloroquina, que por supuesto no pude conseguir, guiado por las informaciones que todos conocemos. Se me escapó por sólo una semana. En fin, tal vez era una pista falsa. O no. Todo es nuevo. En todo caso, yo no pude disponer de ella.
Sí había disponibilidad de un antibiótico conocido, la azitromicina. Se la di a todos los que tosían. Sí. A ver. Igual no hacía falta. Bueno. Me daba igual. No soy muy fino trabajando. Prefiero la sensibilidad alta y curarlos a todos que una buena especificidad, qué le vamos a hacer.
Y quiero contaros, anónimos lectores, que por una serie de casualidades y conocimientos previos, decidí darles a todos mis pacientes enfermos de COVID-19 infusiones de equinacea purpurea, tomillo y miel.
Y quiero comunicaros que en mi experiencia van bien. Es decir, mi opinión, mi observación clínica, es que el extracto seco de equinacea, y con menos seguridad, el extracto alcohólico, tomado tres veces al día en formas leves, y cuatro al día en formas moderadas (con afectación pulmonar radiológica), es efectivo en la enfermedad por coronavirus COVID-19.
Creo también que el tomillo, tomado en infusión conjunta las mismas veces al día, y endulzado todo con miel, coadyuva en la buena evolución del cuadro clínico leve o moderado, posiblemente por el mecanismo de disminuir sobreinfecciones bacterianas.
El efecto terapéutico de ambas sustancias consistiría en una reducción de la gravedad de los síntomas, y una disminución de la duración total de los días de enfermedad. No se evitaría la enfermedad ni su desarrollo.
Los signos y síntomas que vi mejorar y acortarse, en duración e intensidad, fueron: la tos, la fiebre, la coriza, la progresión y gravedad de la disnea, la saturación de oxigeno, la anorexia y el malestar general. No pareció tener influencia en la elevación del dímero D, que se trató hospitalariamente de forma estándar. Ningún paciente murió. Tenían entre 16 y 92 años. Sólo uno estuvo grave. Son casos pues, sencillos, clínicamente hablando.
La toma de estas hierbas en infusión no previno el contagio. Mi esquema era el siguiente: cuando aparecía un caso de COVID-19 con PCR positiva, además de todas las medidas estándar recomendadas, le daba azitromicina 500 mg. uno al día, 3-5 días, y le hacía tomar las infusiones, tanto al paciente como a todos los convivientes: los asintomáticos tomaban solamente una o dos veces al día, y a los enfermos les recomendaba la dosis antes indicada.
Creo que no evité ningún contagio, aunque tenía esa esperanza, que no se vio cumplida. El virus se extendió por las familias como el aceite caído en el suelo. Realmente el COVID-19 es una enfermedad familiar... y comunitaria.
Pero sí tengo la sensación, que os cuento, de efectividad real. Es sólo una observación clínica. Bueno, es una observación mía y de mis 11 pacientes, pertenecientes a cuatro núcleos familiares, 10 de los cuales opinaron que las infusiones les iban bien y les mejoraban. (¡Qué pocos...! ¡Que os estoy oyendo, compañeros positivistas... tranquilos! No quiero convenceros a vosotros de nada, por supuesto. Pero tampoco por eso voy a callarme...)
He intentado que facultativos de los hospitales cercanos estudiasen o probasen este esquema terapéutico en condiciones más adecuadas para intentar dar luz a esta posibilidad... Pero no ha sido posible. Es tan difícil vencer las inercias, incluso deseándolo... Tal vez lo consigan al final. Mi apoyo para ellos.
Mis amigos celtíberos y celtimoras sí me escucharon, y me abrieron su web para comunicar humildemente mi opinión al mundo de Internet. ¿Estoy equivocado, y simplemente las infusiones saben buenas? No voy a citar aquí ni un solo artículo de bibliografía, es un placer perverso y un antihomenaje a mis amigos de Elsevier... Solo doy mi opinión, mi observación clínica de médico de familia cascarrabias.
Ojalá algunos de vosotros seáis capaces de diseñar un ensayo a doble ciego clínico aleatorio etc. etc. que demuestre algo, a favor o en contra. En tal caso ya buscaréis toda la bibliografía que os convenga. Y si sale bien, todos los derechos para vosotros. Yo encantado.
Ojalá el saber ancestral de las madres, abuelas y pastores del Bajo Aragón y la Litera, en España, unido a las tradiciones terapéuticas de los indios de California, sean los depositarios de una de las llaves para disminuir el dolor y el sufrimiento de los enfermos de esta nueva plaga. Sería una bonita paradoja, y un acto poético de justicia histórica.
Que el COVID-19 se muriese con hierbetas, agua, lejía y jabón de casa. Qué bueno, qué simple y qué esperanzador sería.
Paz y bien, y hasta la próxima.

Agradecimientos: Si este escrito acaba aportando algo a alguien, se lo deberemos todos a mi hija Marisa Pérez, a Maite Aranzábal, organista de Torreciudad, y a Elena Javierre y Rocío Lamarca, pediatras, por descubrirme todas ellas, cada una a su manera, el uso y aplicaciones terapéuticas de la equinacea. Y a las gentes de Azanuy, Caspe, Calasanz y Peralta de la sal, por enseñarme a usar el tremoncillo/timó/tomillo para curar distintos problemas de salud.

José Luis Pérez Albiac. Médico rural, especialista en medicina familiar y comunitaria. Barfulaire conocido y confeso.

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