Estos días, a raíz de una serie de televisión, recordábamos en casa ese triste episodio de nuestra común historia, ocurrido en Filipinas, durante el sitio de Baler y al que comúnmente todos nos referimos como “Los últimos de Filipinas”.
Nosotros
somos gallegoneses, yo pongo la parte galle… y mi marido la aragonesa. No somos
muy cultos ni muy viajados, pero si curiosos y grandes entusiastas de la
historia, y sí, hemos leído y hemos viajado lo suficiente dentro de nuestra
humildad como para carcajearnos en las narices del hecho diferencial. Todavía
recuerdo la cara de pasmo que se le quedó a uno de nuestros compañeros de viaje
cuando en un museo ruso nos dimos de narices al girar una esquina, con una
estupenda máscara de Choqueiro, que naturalmente ni era de Choqueiro ni quien
en su momento la llevó sabía ni de lejos donde quedaba Ourense; o las caras de
pasmo que nuestra amiga Ana y yo poníamos según nos contábamos las idénticas
supersticiones que su pirenaica abuela y la muy ambroesa mía, nos dibujaron en
el alma desde muy pequeñas a las dos. Tampoco creo que les hiciera mucha gracia
ni siquiera que se les pasara por la cabeza tal historia a los paisanos de
distintos pueblos de España que dejaron su vida y su muerte en el sitio de
Baler.
Todo esto que parece que no tiene mucho sentido
aquí, viene a cuento porque mi marido en una de esas lúcidas miradas de
historiador amateur me dijo al acabar nuestra conversación:
“De los
peores daños que nos ha hecho el franquismo es dejarnos en herencia la
vergüenza de sentirnos españoles, parece que si te sientes orgulloso de nuestra
historia común eres un fascista. Cualquiera está orgulloso de su autonomía y
saldría a la calle sin pudor con la bandera de su Comunidad, pero ni de broma
con la de España no vaya a ser que te apliquen la ley de incompatibilidades.”
Y como
casi siempre, creo que tiene razón y me da mucha pena, pena de todo lo que nos
perdemos mirando hacia atrás con odio y resquemor y pena de todo lo que nos
vamos a perder por no mirar hacia delante con una mirada más limpia y carente de
egocentrismos paralelos. Nuestra historia es la que es y se gestó cuando se
gestó, no tiene más. Nuestros antepasados hicieron lo que hicieron en aquellos
momentos y en aquellos contextos porque era lo que tocaba y si la reencarnación
existe por allí andarían dando mal nuestras inmaduras almas.
El Sitio de Baler o la Defensa de Cartagena de
Indias por Blas de Lezo, nos retratan como lo que siempre hemos sido y somos,
soldados de la vida cotidiana dejándose la piel para políticos de tres al
cuarto, todos, de aquí a Punta Umbría. Yo me siento gallega, tan gallega como
el que más, pero también española, y me niego a regalarle el mérito, la lucha y
el orgullo de todos los gallegos que formaron parte de esa historia común, a
otros. Y se me cuece el alma cuando veo como nos emocionamos nosotros y muchos
otros con las gestas heroicas de sus ejércitos que continuamente nos venden
entre otros los americanos, y hoy porque sí, porque me da la gana, me voy a ver
la película (mala, muy mala a ratos, y patriotera, muy patriotera todo el
tiempo) de Antonio Román y me voy a emocionar como solo una gallega lo puede
hacer, y después sacaré del fondo de una estantería “Yo te diré… La verdadera
historia de los últimos de Filipinas” de Manuel Leguineche y lo leeré a ratos
perdidos entre otros libros, y me emocionaré también, porque me da la gana; y
lloraré por aquellos a los que la desesperación hizo desertar, y mucho más aun
por los supervivientes a los que el presidente de Filipinas mandó tratar como a
héroes (lo cual no impidió que les robaran todas sus pertenencias) y
especialmente por todos aquellos supervivientes del Sitio de Baler, a los que
el franquismo negó un merecido reconocimiento porque ellos mismos o sus
familiares directos habían resultado sediciosos para el régimen, mientras
premió a los que le resultaron afines (viva una vez más el hecho diferencial).
Y además voy y lo recomiendo, porque la
historia es cíclica y se repite, y es bueno conocerla. Porque la nuestra común
de encuentros y desencuentros es riquísima, a ratos triste, a ratos hermosa, y
también a ratos vergonzosa, pero es la nuestra, la que nos ha construido y nos
ha traído a donde estamos aquí y ahora. Y sobre todo porque los Españoles nunca
hemos sido enemigo pequeño.
Un día, un militar jubilado al que de pequeña
quería con locura me dijo que el pueblo que menosprecia a sus enemigos
considerándolos peores que él, empequeñece sus propias victorias. Lo nuestro,
lo de los españoles, es empequeñecer las victorias ajenas, porque
invariablemente nos consideramos peores que nadie.
Publicado por Farela en esta semana en que se cumplen 121 años de la capitulación honrosa del destacamento de Baler, de los últimos de Filipinas.
El que no abraza su pasado no será dueño de su futuro. El que no cae en la cuenta de que existe, no a pesar del pasado escrito en la historia, sino gracias a el, incluyendo lo bueno y lo malo, no solo no sabe quién es, sino que nunca sabrá hacia donde va su vida.
ResponderEliminarPrecioso artículo y merecido homenaje a los valientes de Filipinas. Besos. Tu primo