domingo, 7 de junio de 2020

Los últimos de Filipinas


          Estos días, a raíz de una serie de televisión, recordábamos en casa ese triste episodio de nuestra común historia, ocurrido en Filipinas, durante el sitio de Baler y al que comúnmente todos nos referimos como “Los últimos de Filipinas”. 
          Nosotros somos gallegoneses, yo pongo la parte galle… y mi marido la aragonesa. No somos muy cultos ni muy viajados, pero si curiosos y grandes entusiastas de la historia, y sí, hemos leído y hemos viajado lo suficiente dentro de nuestra humildad como para carcajearnos en las narices del hecho diferencial. Todavía recuerdo la cara de pasmo que se le quedó a uno de nuestros compañeros de viaje cuando en un museo ruso nos dimos de narices al girar una esquina, con una estupenda máscara de Choqueiro, que naturalmente ni era de Choqueiro ni quien en su momento la llevó sabía ni de lejos donde quedaba Ourense; o las caras de pasmo que nuestra amiga Ana y yo poníamos según nos contábamos las idénticas supersticiones que su pirenaica abuela y la muy ambroesa mía, nos dibujaron en el alma desde muy pequeñas a las dos. Tampoco creo que les hiciera mucha gracia ni siquiera que se les pasara por la cabeza tal historia a los paisanos de distintos pueblos de España que dejaron su vida y su muerte en el sitio de Baler.
          Todo esto que parece que no tiene mucho sentido aquí, viene a cuento porque mi marido en una de esas lúcidas miradas de historiador amateur me dijo al acabar nuestra conversación:
          “De los peores daños que nos ha hecho el franquismo es dejarnos en herencia la vergüenza de sentirnos españoles, parece que si te sientes orgulloso de nuestra historia común eres un fascista. Cualquiera está orgulloso de su autonomía y saldría a la calle sin pudor con la bandera de su Comunidad, pero ni de broma con la de España no vaya a ser que te apliquen la ley de incompatibilidades.”
          Y como casi siempre, creo que tiene razón y me da mucha pena, pena de todo lo que nos perdemos mirando hacia atrás con odio y resquemor y pena de todo lo que nos vamos a perder por no mirar hacia delante con una mirada más limpia y carente de egocentrismos paralelos. Nuestra historia es la que es y se gestó cuando se gestó, no tiene más. Nuestros antepasados hicieron lo que hicieron en aquellos momentos y en aquellos contextos porque era lo que tocaba y si la reencarnación existe por allí andarían dando mal nuestras inmaduras almas.
          El Sitio de Baler o la Defensa de Cartagena de Indias por Blas de Lezo, nos retratan como lo que siempre hemos sido y somos, soldados de la vida cotidiana dejándose la piel para políticos de tres al cuarto, todos, de aquí a Punta Umbría. Yo me siento gallega, tan gallega como el que más, pero también española, y me niego a regalarle el mérito, la lucha y el orgullo de todos los gallegos que formaron parte de esa historia común, a otros. Y se me cuece el alma cuando veo como nos emocionamos nosotros y muchos otros con las gestas heroicas de sus ejércitos que continuamente nos venden entre otros los americanos, y hoy porque sí, porque me da la gana, me voy a ver la película (mala, muy mala a ratos, y patriotera, muy patriotera todo el tiempo) de Antonio Román y me voy a emocionar como solo una gallega lo puede hacer, y después sacaré del fondo de una estantería “Yo te diré… La verdadera historia de los últimos de Filipinas” de Manuel Leguineche y lo leeré a ratos perdidos entre otros libros, y me emocionaré también, porque me da la gana; y lloraré por aquellos a los que la desesperación hizo desertar, y mucho más aun por los supervivientes a los que el presidente de Filipinas mandó tratar como a héroes (lo cual no impidió que les robaran todas sus pertenencias) y especialmente por todos aquellos supervivientes del Sitio de Baler, a los que el franquismo negó un merecido reconocimiento porque ellos mismos o sus familiares directos habían resultado sediciosos para el régimen, mientras premió a los que le resultaron afines (viva una vez más el hecho diferencial).
          Y además voy y lo recomiendo, porque la historia es cíclica y se repite, y es bueno conocerla. Porque la nuestra común de encuentros y desencuentros es riquísima, a ratos triste, a ratos hermosa, y también a ratos vergonzosa, pero es la nuestra, la que nos ha construido y nos ha traído a donde estamos aquí y ahora. Y sobre todo porque los Españoles nunca hemos sido enemigo pequeño.
          Un día, un militar jubilado al que de pequeña quería con locura me dijo que el pueblo que menosprecia a sus enemigos considerándolos peores que él, empequeñece sus propias victorias. Lo nuestro, lo de los españoles, es empequeñecer las victorias ajenas, porque invariablemente nos consideramos peores que nadie.

Publicado por Farela en esta semana en que se cumplen 121 años de la capitulación honrosa del destacamento de Baler, de los últimos de Filipinas. 

1 comentario:

  1. El que no abraza su pasado no será dueño de su futuro. El que no cae en la cuenta de que existe, no a pesar del pasado escrito en la historia, sino gracias a el, incluyendo lo bueno y lo malo, no solo no sabe quién es, sino que nunca sabrá hacia donde va su vida.
    Precioso artículo y merecido homenaje a los valientes de Filipinas. Besos. Tu primo

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