A veces cuando te sientes más triste, más
cansado, más solo. Cuando te parece que nada de lo que suceda a tu alrededor va
a ser positivo; de pronto la vida te regala una sonrisa inesperada. Un recuerdo
que te asalta, que ni siquiera eras consciente de poseer y que de pronto tiene
la capacidad de devolverte la paz.
Cuando volvemos a los lugares donde fuimos
felices, a menudo nos acompaña una sensación extraña, difícil de definir. Una
mezcla de expectación y serenidad. De nerviosismo y paz. Una inquietud
anticipatoria que sin embargo resulta reconfortante para nuestro corazón. La
sensación de volver a casa. A tu hogar.
Yo percibo está sensación cada vez que me
acerco al río Lambre. Desde que veo Miño a lo lejos el calor familiar de “mis
casas” comienza a ocupar todos los espacios vacíos en mi interior. Es como si
de pronto fuese consciente de la sangre que circula por mis venas de una manera
inusitadamente familiar, puedo percibir el sonido del río desde la distancia,
el murmullo del viento entre las hojas de los árboles, las ramas quebradas por
el paso sigiloso de algún pequeño animal; a veces los sonidos del bosque son
tan intensos que casi me parece que puedo oír crecer a las plantas. Estas
sensaciones se mezclan de una manera extraña con mil voces del pasado que
susurran palabras hermosas en mi corazón. Canciones que me enseñaron cuando era
niña, historias de amor, burlas, dolor, miedo, heroísmo o redención.
Siento que todos esos sonidos se
transforman en voces que me llaman con firmeza y tengo que vencer la tentación
de abandonar la carretera y caminar río arriba, entrar en las casas de mis
abuelos sin preguntar, como si todo siguiera igual allí. La bolsa de cacao
Carmiña sobre la repisa de la lareira, el olor de la sopa, el queso a medio
elaborar, el sonido de las campanas que tocaba el bisabuelo… El abuelo Pedro
preparando el burro para el molino, el agua de la Fonte Maceira… Puedo sentir
con total nitidez el olor de la cera cuando la recogíamos en la Iglesia, el
respeto silencioso con que cubríamos las imágenes en Semana Santa, las risas en
la procesión de San Salvador…
Y cuando estás así, triste, cansado, a
punto de rendirte; esos recuerdos te hacen sentir afortunado, no te hacen
sentir nostalgia del pasado sino ser consciente de que has sido amado, de que
te han dado una base fuerte sobre la que tumbarte a descansar cuando estás
cansado. De que todos ellos siguen ahí, animándote en la carrera, abrazándote
cuando necesitas ser abrazado, susurrando a los oídos sordos de tu memoria
nanas para arrullar el alma.
Así que a veces cuando me siento perdida
conduzco hasta allí, solo para sentir su latido de nuevo en mi corazón, su
llamada misteriosa, ancestral, vinculada a la tierra de la que proviene mi
familia, desde lo más profundo de la memoria del bosque, de ese bosque lleno de
voces, memorias y leyendas, de ese bosque que llega a la orilla del mar, donde
otras voces me llamaron hace ya mucho tiempo…
Una vez alguien a quien quiero mucho me
dijo que esa sensación de llegar al hogar en determinados lugares, es tan solo
la llamada de las brujas… (no sé por qué me diría eso precisamente a mi), que
te reconocen cuando estás cerca y no pueden dejar de invitarte a recordar.
Bueno en mi familia los partos siempre han sido complicados, porque las mujeres
venimos todas de serie con escoba y gorro de capirote… Así que quien sabe…
Publicado por Farela
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