domingo, 8 de diciembre de 2019

La llamada de las Brujas


          A veces cuando te sientes más triste, más cansado, más solo. Cuando te parece que nada de lo que suceda a tu alrededor va a ser positivo; de pronto la vida te regala una sonrisa inesperada. Un recuerdo que te asalta, que ni siquiera eras consciente de poseer y que de pronto tiene la capacidad de devolverte la paz.

          Cuando volvemos a los lugares donde fuimos felices, a menudo nos acompaña una sensación extraña, difícil de definir. Una mezcla de expectación y serenidad. De nerviosismo y paz. Una inquietud anticipatoria que sin embargo resulta reconfortante para nuestro corazón. La sensación de volver a casa. A tu hogar.

          Yo percibo está sensación cada vez que me acerco al río Lambre. Desde que veo Miño a lo lejos el calor familiar de “mis casas” comienza a ocupar todos los espacios vacíos en mi interior. Es como si de pronto fuese consciente de la sangre que circula por mis venas de una manera inusitadamente familiar, puedo percibir el sonido del río desde la distancia, el murmullo del viento entre las hojas de los árboles, las ramas quebradas por el paso sigiloso de algún pequeño animal; a veces los sonidos del bosque son tan intensos que casi me parece que puedo oír crecer a las plantas. Estas sensaciones se mezclan de una manera extraña con mil voces del pasado que susurran palabras hermosas en mi corazón. Canciones que me enseñaron cuando era niña, historias de amor, burlas, dolor, miedo, heroísmo o redención.

          Siento que todos esos sonidos se transforman en voces que me llaman con firmeza y tengo que vencer la tentación de abandonar la carretera y caminar río arriba, entrar en las casas de mis abuelos sin preguntar, como si todo siguiera igual allí. La bolsa de cacao Carmiña sobre la repisa de la lareira, el olor de la sopa, el queso a medio elaborar, el sonido de las campanas que tocaba el bisabuelo… El abuelo Pedro preparando el burro para el molino, el agua de la Fonte Maceira… Puedo sentir con total nitidez el olor de la cera cuando la recogíamos en la Iglesia, el respeto silencioso con que cubríamos las imágenes en Semana Santa, las risas en la procesión de San Salvador…


         Y cuando estás así, triste, cansado, a punto de rendirte; esos recuerdos te hacen sentir afortunado, no te hacen sentir nostalgia del pasado sino ser consciente de que has sido amado, de que te han dado una base fuerte sobre la que tumbarte a descansar cuando estás cansado. De que todos ellos siguen ahí, animándote en la carrera, abrazándote cuando necesitas ser abrazado, susurrando a los oídos sordos de tu memoria nanas para arrullar el alma.


          Así que a veces cuando me siento perdida conduzco hasta allí, solo para sentir su latido de nuevo en mi corazón, su llamada misteriosa, ancestral, vinculada a la tierra de la que proviene mi familia, desde lo más profundo de la memoria del bosque, de ese bosque lleno de voces, memorias y leyendas, de ese bosque que llega a la orilla del mar, donde otras voces me llamaron hace ya mucho tiempo…

          Una vez alguien a quien quiero mucho me dijo que esa sensación de llegar al hogar en determinados lugares, es tan solo la llamada de las brujas… (no sé por qué me diría eso precisamente a mi), que te reconocen cuando estás cerca y no pueden dejar de invitarte a recordar. Bueno en mi familia los partos siempre han sido complicados, porque las mujeres venimos todas de serie con escoba y gorro de capirote… Así que quien sabe…

Publicado por Farela





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