domingo, 15 de diciembre de 2019

La niebla


          Hay algo extraño e inquietante en esta niebla envolvente que a la vez baja desde la sierra de la Faladoira y sube desde el mar.
          Te abraza casi sin darte cuenta y su frío contacto provoca en ti esa familiar sensación de desasosiego que precede al miedo.
          Sentada aquí, dentro del coche, la siento flotar a mi alrededor. Soy incapaz de moverme aunque sé que debo hacerlo porque en pocos minutos se hará tan espesa que apenas si veré lo suficiente para maniobrar con seguridad. Me parece oír cómo se va deslizando por el suelo entre las ruedas del coche. Como los brazos extendidos de un fantasma que reptando por los acantilados asciende desde las profundidades de la sima que une el Cantábrico y el Atlántico, al encuentro de esas otras manos fantasmales que susurran desde las montañas a mi espalda mientras se apresuran en una danza macabra bajo mis pies.
          La aldea del Picón ya casi indistinguible mientras escribo, evoca en mí imágenes de antiguas películas de terror, de personajes fantasmagóricos que saltan de las pantallas y de entre las páginas de los mil libros con los que tantas veces me he desvelado en mi juventud para recorrer las estrechas callejuelas que circundan las viejas casas de piedra y pizarra de mi memoria.
          Pienso en las imágenes en blanco y negro de un Bela Lugosi carente de sombra entre las sombras, y en los escritores que me han impresionado. Me pregunto si esta niebla es la misma niebla que envolvió con su manto pesado los hombros de Lovecraft o aquella que se enredaba y mordía con saña los pies descalzos de Poe. Pienso si se deslizó también por la memoria de Manel Loureiro mientras su barco fantasma recorría el mar.
          No puedo evitar recrearme en la idea de que, en efecto, esta es la misma niebla, que no se genera como un fenómeno atmosférico racional. Que siempre ha estado ahí. Vaga de un lugar a otro desde el principio de los tiempos y seguirá aquí cuando ninguno de nosotros lo haga ya.
          Por fin enciendo el coche de un modo precipitado y huyo de allí. Pero la niebla aun viene conmigo, su tacto helado, los susurros que habitan en su interior, me acompañaran un buen rato por la carretera, hasta que los primeros rayos de sol me hagan sentir la cálida ilusión de que se ha desvanecido para siempre, aunque se de sobra que no es verdad.
          Porque las voces de la niebla nunca callan.

         Lo que hace un poquito de bruma a primeros de junio en una mente calenturienta...

Publicado por Farela.

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