Cuanto más viajo
más similares me parecen los paisajes, las historias y las gentes.
En ocasiones, cuando nos encontramos en sitios distantes de nuestro lugar de origen, de pronto, encontramos una tradición, una comida, una costumbre, que nos recuerda o que es totalmente idéntica a alguna de nuestra tierra. Y decimos en broma: “esto debe de ser el hecho diferencial”. Y es que al final apenas nos diferenciamos unos seres humanos de otros.
He subido a los Balcanes, he escalado los Pirineos y he paseado por el Cáucaso, y todas esas montañas me han parecido igualmente imponentes, en todas he encontrado las mismas agrestes crestas y los mismos valles apacibles. He paseado por los Monegros, he estado en las afueras de Qayrawán y he dirigido mis pasos de Jericó a Jerusalén, y he sido azotado por el mismo sol inmisericorde, he respirado el mismo polvo ardiente y he visto el mismo paisaje desoladoramente estepario. He navegado por el Atlántico, el Mediterráneo, el Negro y el Báltico, y en todos ellos las olas eran sobrecogedoramente hermosas y el sabor de su espuma era igualmente salado. Mi curiosidad y mi ansia de viajar me han llevado de Portugal a Georgia, de Túnez a Bergen y del Támesis al Neva, y siempre he creído ver a las mismas gentes atareadas en las mismas faenas, celebrando alegres las mismas fiestas y contando en el fondo las mismas historias. Esas que hablan de unos individuos que luchan por su familia frente a la adversidad.
El resto es colorido local. Y si raspas el barniz externo, las esencias son las mismas. Igual que cuando se interviene quirúrgicamente a una persona, una vez abierta la carcasa de la piel y el envoltorio, los órganos internos son iguales proceda su propietario de Namibia, Tailandia o Utah. En cuanto retiras los matices, la esencia de los pueblos es siempre la misma. Somos Humanidad.
Luego están los sentimientos, el ansia de pertenecer a un colectivo, y para ello buscamos la diversidad y el enfrentamiento con el resto. Es tan solo el cerebro arcano y primitivo que nos posee. Pero en cuanto logramos trascender y pensar con el neocórtex, con el cerebro superior y con la razón, descubrimos que nuestra tribu, nuestro grupo, nuestro colectivo, es toda la humanidad. Y nuestro paisaje, nuestro país, nuestra única nación y nuestro único hogar es esa pequeña esfera, ese hermoso y frágil planeta azul que hemos dado en llamar Tierra.
En ocasiones, cuando nos encontramos en sitios distantes de nuestro lugar de origen, de pronto, encontramos una tradición, una comida, una costumbre, que nos recuerda o que es totalmente idéntica a alguna de nuestra tierra. Y decimos en broma: “esto debe de ser el hecho diferencial”. Y es que al final apenas nos diferenciamos unos seres humanos de otros.
He subido a los Balcanes, he escalado los Pirineos y he paseado por el Cáucaso, y todas esas montañas me han parecido igualmente imponentes, en todas he encontrado las mismas agrestes crestas y los mismos valles apacibles. He paseado por los Monegros, he estado en las afueras de Qayrawán y he dirigido mis pasos de Jericó a Jerusalén, y he sido azotado por el mismo sol inmisericorde, he respirado el mismo polvo ardiente y he visto el mismo paisaje desoladoramente estepario. He navegado por el Atlántico, el Mediterráneo, el Negro y el Báltico, y en todos ellos las olas eran sobrecogedoramente hermosas y el sabor de su espuma era igualmente salado. Mi curiosidad y mi ansia de viajar me han llevado de Portugal a Georgia, de Túnez a Bergen y del Támesis al Neva, y siempre he creído ver a las mismas gentes atareadas en las mismas faenas, celebrando alegres las mismas fiestas y contando en el fondo las mismas historias. Esas que hablan de unos individuos que luchan por su familia frente a la adversidad.
El resto es colorido local. Y si raspas el barniz externo, las esencias son las mismas. Igual que cuando se interviene quirúrgicamente a una persona, una vez abierta la carcasa de la piel y el envoltorio, los órganos internos son iguales proceda su propietario de Namibia, Tailandia o Utah. En cuanto retiras los matices, la esencia de los pueblos es siempre la misma. Somos Humanidad.
Luego están los sentimientos, el ansia de pertenecer a un colectivo, y para ello buscamos la diversidad y el enfrentamiento con el resto. Es tan solo el cerebro arcano y primitivo que nos posee. Pero en cuanto logramos trascender y pensar con el neocórtex, con el cerebro superior y con la razón, descubrimos que nuestra tribu, nuestro grupo, nuestro colectivo, es toda la humanidad. Y nuestro paisaje, nuestro país, nuestra única nación y nuestro único hogar es esa pequeña esfera, ese hermoso y frágil planeta azul que hemos dado en llamar Tierra.
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