domingo, 20 de octubre de 2019

El bocata


Cuando era niña, en el patio de mi colegio, como en todos los patios de colegio que en el mundo son, había tres o cuatro macarrillas que se dedicaban a robarnos los bocadillos, pegarnos collejas, ponernos zancadillas, etc, etc, etc… a todos los que destacábamos por ser más tímidos, o más bajos, o más altos, o más estudiosos, o más enfermizos… o más que se yo.
Como siempre he sido un poco tonta, volvía a mi casa llorosa y dándole vueltas a la cabeza pensando si aquellos abusones lo serían porque eran malas personas sin más o por qué en su casa no había dinero para mandarles un bocadillo al recreo; así que me pasaba buena parte de la tarde intentando decidir si al día siguiente me defendería pegándoles una buena patada en los h… o si esa noche antes de acostarme le pediría a mi madre que para mañana preparará un bocadillo para mí y otro para el pobre y traumatizado acosador escolar.
Ya sé que estas reflexiones que suelo poner aquí no son personales, los sentimientos no nos engañemos, carecen de originalidad, son universales. Así que sé que me creeréis si os digo que este sentimiento y este modo de analizar la vida me han dado muchos quebraderos de cabeza a lo largo de los últimos 50 años. Uno nunca sabe muy bien si es mejor dejarse llevar por la ira o recapacitar ante las collejas que tu propia conciencia te mete para que aprendas a ponerte en el lugar de los demás.
Hoy ha sido una tarde de esas… me cuenta una compañera y además amiga una situación que le ha tocado vivir hoy, y yo no he podido parar de darle vueltas a la cabeza.
Siempre me ha preocupado que pasa por la cabeza de un psicópata para necesitar hacer daño a los demás. No de un psicópata a lo grande, de esos que acaban en las páginas de los periódicos o en una película o serie de televisión, porque esos pertenecen a un perfil psiquiátrico que a todas luces se escapa de mis capacidades. Me refiero más bien a esos cutri psicópatas de andar por casa con los que todos hemos tenido el dudoso placer de coincidir en un vecindario, en el trabajo, en el cole de los niños o en la cola del super.
¿Son solo personas inconscientes de su problema? Me pregunto si es solo eso, que existen seres humanos que no estaban en la cola de la empatía cuando se repartió y mecidos en su propia egolatría y autocomplacencia son incapaces de comprender que sus bromas, sus comentarios “bien intencionados” o sus consejos no pedidos ni necesitados, pueden hacer mucho daño a los demás. ¿O quizá son conscientes de ese daño pero no les importan? O lo que es aún peor: ¿Buscan provocarlo de un modo voluntario?
Como todos los seres humanos algo mermados de autoestima, cuando el ataque va dirigido hacía mi de modo personal, me causa cierto grado de sorpresa y admiración que alguien me considere tan importante como para dedicarle un solo segundo de su vida a fastidiarme, pero cuando va dirigido, como hoy, a una persona a la que quiero y respeto personal y profesionalmente, sigo sintiendo una mezcla de ira y pena. Ira porque mi primer instinto sería preparar las botas de punta de metal para repartir patadas en los h…. y pena porque siempre me he preguntado qué clase de miserable vida tienen que vivir algunas personas para dedicar una parte importante de su tiempo y sus energías a hacer daño a los demás. ¿No tienen hijos a los que cuidar?, ¿maridos o mujeres, padres o madres con los que dar un paseo y a los que abrazar?; ¿sus amigos no hablan con ellos? ¿No tienen inquietudes o intereses en los que distraerse?
Cuando esas actitudes son en determinados contextos, tipo “el marco de la huerta estaba más para aquí”, nos retrotraen a una España negra que todos quisiéramos olvidar. Pero cuando se dan en contextos, como la educación o la sanidad, donde se presupone la formación, la educación y un cierto grado de estabilidad mental a los profesionales… me da miedo, que queréis que os diga. ¿Hacia dónde vamos si los formadores y los cuidadores son incapaces de ayudar en vez de hundir? ¿Qué clase de trepa miserable no es capaz de ensalzar sus méritos sin denostar los de los demás? ¿Cómo puedes ser un buen médico si te preocupa más fastidiar a un compañero que beneficiar a un paciente?
Y aquí estaba yo con mi mal cuerpo, cuando se me vino a la cabeza una frase que hace muchos años, hablando de un tema similar, me dijo mi amigo Ton Garrote. “Todos somos para siempre el niño que éramos en el patio del colegio a los 10 años”. Y aunque parezca mentira me ha reconciliado un poco conmigo misma y con los demás. Seré entonces siempre la tonta tímida y estudiosa a la que le robaban el bocadillo, pero no dejaré de entender que el que te lo roba, sea mala persona o tenga hambre, es solo alguien que lo necesita más que tú, así que mañana saldré, pa porsi, con dos bocadillos en la mente y en el corazón, como hacía entonces. Me ayudó a sobrevivir cuando solo era una niña asustada que ya quería ser médico y espero que me ayude también ahora.
A mi compañera y amiga, tan admirada personal y profesionalmente, solo decirle que ella lleva la mochila vital petada de bocatas… sé que no tengo que decirte que repongas a diario, porque sé que lo haces y siempre lo harás. Las brujas buenas son así.

Publicado por Farela

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