A
veces transitamos por sendas oscuras donde acechan el miedo y la desesperación.
A veces la noche oscura del alma también se asienta en el cuerpo y aunque
quieres rezar para que el Ángel de la Guarda disipe las tinieblas, te da la
sensación de que no sabes. Te aferras como a un clavo ardiendo a las palabras
de Santa Teresa pero no aportan la paz que te regalaron otras miles de veces.
¡El dolor de los que amas es tan difícil de soportar!
Pero
en los peores momentos, cuando cierras los ojos suplicando desvanecerte en el
gélido aire que te rodea, descubres que pequeñas luces parpadean en medio de la
nada. Destellos de esperanza construidos por las sonrisas y los brazos de tu
familia, de tus amigos, de tus compañeros. La luz de la vida que se abre
camino. El Ángel de la Guarda que vive escondido en todos y cada uno de ellos y
no necesita que le reces, siempre está ahí, dispuesto a protegerte y cuidarte
aunque tú no siempre le sepas o le quieras ver.
“Ángel
de la Guarda,
dulce
compañía,
no
me desampares ni de noche ni de día,
no
me dejes sola,
que
me perdería.”
Publicado por Farela.
Hace mucho tiempo que descubrí que los Ángeles no tienen alas, amadísima prima. Tienes razón, los Ángeles de la guarda están en el nuestro interior y en el interior de quien nos ama, y están ahí cuando la oscuridad nos envuelve.
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