Tú
vas con toda la ilusión del mundo a comprar un libro, uno de esos que
disfrutaste mucho leyendo y vas a disfrutar aún más compartiendo. Sabes que la
edición del año 2009 se agotó hace tiempo en la editorial, pero aun así te
calzas las botas de 7 leguas dispuesta a husmear hasta en el último rincón de
la última librería que conoces. Al final no te queda más remedio que entrar en
esa que hace tanto tiempo que no frecuentas que ya ni recuerdas el por qué.
En
la caja te recibe una dependienta adusta (el termino librera le queda ancho)
que con absoluta parsimonia teclea el título en el ordenador. Levanta las cejas
con estupor y te mira entre ojiplática y traspuesta. "ES MUY ANTIGUO"
exclama con un tono incrédulo (como esas dependientas a las que les pides unos
zapatos azules en plena temporada de marrón) y en ese momento sabes, a ciencia
cierta, que vas a pecar. Notas como en tu interior el golem cobra vida, tu otro
yo se apropia de tu lengua antes de que puedas reaccionar y le espetas un
"Pues anda que El Quijote" antes de abandonar altiva ese lugar que ya
recuerdas por qué dejaste de frecuentar.
¿No
hay un psicotécnico para libreros o algo así? Quizá soy un poco radical en mi
amor por los libros pero no puedo soportar que los traten como a una fruta de
temporada, un bolso o un abrigo que se pasan de moda y ya está. Los libros
encierran en su interior la esencia y la historia de la humanidad, desde las
primeras piedras grabadas por el hombre hasta nuestra rutilante era digital,
nos permiten compartir, trascender más allá de uno mismo desde la más absoluta
intimidad. No puedes ser un buen librero si no te pone coger entre tus manos un
libro, nuevo o viejo y aspirar profundamente su aroma, evocando y anticipando
todo lo que va a venir después. Si no amas y respetas los libros solo eres un
vendedor.
Publicado por Farela
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