domingo, 21 de julio de 2019

50 años del primer viaje a la Luna


El 20 de julio se han cumplido 50 años de la llegada del hombre a la luna. Y hoy se cumplen 50 años de aquella frase ya mítica: “Este es un pequeño paso para un hombre, pero un gran salto para la humanidad”.
El día 16 de julio de 1969 despegó de la tierra el Apolo 11, que alunizaría el día 20. Y el día 21 Armstrong y Aldrin descendieron de la nave y caminaron sobre la superficie de la Luna. Era la primera vez que unos seres humanos abandonaban nuestro pequeño planeta y caminaban sobre la superficie de otro cuerpo celeste. Aunque este no fuera más que el satélite de la Tierra.

          Todo había comenzado con el lanzamiento del primer satélite artificial, el Sputnik 1 en 1957, lo que supuso el inicio de la llamada carrera espacial.

          Y esa carrera culminó con hasta 6 misiones Apolo que llegaron a la Luna y que lograron que 12 hombres consiguieran caminar por su superficie. Realmente fue un gran salto para la humanidad.

          Había habido otros logros antes que inmortalizaron nombres como Laika, Yuri Gagarin o Valentina Tereshkova y hubo otros después que se plasmaron en nuevas esperanzas y nuevos programas como Venera, Soho, Ulysses, Mariner, Viking, Galileo… o como el Voyager, que por primera vez lanzó un objeto terrestre, fabricado por el hombre, con un amago de intento de comunicación con otras inteligencias extraterrestres, fuera de los confines del sistema solar. Parecía que la humanidad era capaz de todo, de descubrir nuevos retos y nuevos mundos, de saltar al espacio, a la “última frontera”, y tan solo por la curiosidad y el ansia de conocimiento. Nuestros sueños de infancia se estaban haciendo realidad.

          Recuerdo de niño a mi bisabuelo reírse de nosotros, y decirnos que nos habían engañado, que “como iba a caminar un hombre por la Luna”. Y aun hoy en día los hay, fanáticos de las conspiraciones, que creen que todo fue un montaje. No merece la pena molestarse en entrar en discusiones absurdas, pues algunos no creerán ni querrán creer nunca, por muchas pruebas científicas que se les aporte y “tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos” para confirmárselo. Lo cierto es que el viaje fue real. Y lo curioso es que a pesar de ser una consecuencia de la guerra fría y de la carrera armamentística, a basarse en la investigación y en los conocimientos de científicos y cohetes alemanes de la segunda guerra mundial, a pesar de los escasos medios de la época, y a pesar de los enormes problemas técnicos, y contra todo pronóstico, el esfuerzo de un grupo de hombres y de mujeres (en muchos casos ninguneadas y ocultadas), consiguió el enorme logro.

          Y eso nos dio nuevas esperanzas e ilusiones a la humanidad. Nos veíamos capaces de dominar el espacio.

          Pero con la ilusión además vinieron múltiples avances técnicos que de otra forma no se hubieran descubierto, o que hubieran tardado mucho más tiempo en descubrirse. Desde células de energía solar o la telemedicina, a los pañales desechables, pasando por los aspiradores y los taladros inalámbricos, la fruta deshidratada o los detectores de humos. Todos ellos se inventaron para solventar problemas del viaje espacial.

          Luego, por diferentes causas, por dramáticos accidentes y fracasos, por motivos económicos y políticos, la carrera espacial se ralentizó y casi se detuvo. Y los que creíamos ver pronto nuevos logros como la llegada del hombre a Marte, la colonización de nuevos planetas, o incluso el salto fuera del sistema solar, tuvimos que recortar nuestras expectativas, y esperar a que más tarde o más temprano, se vuelva a retomar en serio el proyecto del viaje espacial, aunque quizá ya no lo podamos contemplar personalmente, y nuestro sueño infantil de viajar en una nave fuera de la órbita de la Tierra deberá ser cumplido por otra generación de seres humanos.

          Por otra parte, desde  el punto de vista cósmico, la llegada a la luna apenas es nada. Se podría comparar con el primer paso de un bebé , o con abrir el portal de nuestro hogar y quedarnos mirando al exterior desde el umbral de nuestra casa. Pero la ilusión, la ingente cantidad de posibilidades que se abrieron para la humanidad en ese momento, es indescriptible e incuantificable. Por supuesto que desde el punto de vista material e histórico, pero también y sobre todo desde la esperanza de un futuro para la humanidad.

          Nuestro planeta es frágil, extraordinariamente débil, y no está exento de sufrir múltiples catástrofes, tanto externas como internas, cósmicas o planetarias, que pueden acabar con nuestra civilización, con nuestra especie o incluso con la vida misma; y de las que, por desgracia, el ser humano no es ajeno en muchos de los casos. Si queremos tener la certeza de que nuestros descendientes tienen posibilidades de sobrevivir y de seguir creciendo y progresando, algún día, más pronto que tarde, deberemos dar el salto a otros planetas, y si es posible a otros sistemas solares. Porque nuestro mundo y nuestro sol tienen fecha de caducidad, aunque hoy en día nos pueda parecer muy lejana. Y llegará un día en que los problemas sociales o políticos, los conflictos locales, las crisis económicas, o las pueblerinas ansias independentistas que hoy nos parecen tan importantes, perderán toda su ínfula cuando aparezca un problema real que amenace a la totalidad del planeta y de la humanidad. Puede que sea el calentamiento global, un meteorito como el acabó con los dinosaurios, una erupción masiva de volcanes, un aumento de la radiación cósmica, o alguno de los múltiples acontecimientos que ya han sucedido alguna vez a lo largo de la historia del planeta. Pero en algún momento, quizá no tan lejano como quisiéramos pensar, nuestra especie deberá de estar habitando otros mundos y otros soles si quiere sobrevivir. Y el viaje espacial es el único camino del que podremos disponer.

          Así que, realmente, ese pequeño paso, en la puerta de casa, fue un enorme salto de esperanza para el futuro de toda la humanidad.


Publicado por Balder









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