De
todas las cosas, grandes y pequeñas, ocultas y misteriosas, que esconde el
bosque y susurran las ramas de los árboles, ninguna es tan intensa como su
dolor.
Algunos días, el mundo se estremece en un repentino temblor y yo sé a ciencia cierta que ella llora. Las hadas, las brujas, las mujeres fuertes y poderosas poseen la extraña capacidad de conmover a la creación con su sufrimiento. Y ella, que aúna en si misma el poder inmenso de ser un poco cada hombre y cada mujer, se deshace en minúsculas partículas de llanto y desesperación. Sus lágrimas caen sobre mí como gotas de rocío en las mañanas de invierno; frías, casi heladas, se clavan en mi piel encendiendo una llamarada que desgarra mis entrañas hasta alcanzar los lugares más profundos de mi ser. Mi alma llora con ella, sufre con ella, se deshace en un río ardiente de frío y soledad desesperada buscando rellenar ese espacio desoladoramente vacío que es ahora su interior.
Libro mi propia batalla en este mar inmenso en permanente tormenta, pero aun así, la niña, la adolescente, la joven enamorada que un día fue sigue golpeando con fuerza las puertas de mi alma desolada. Si cierro los ojos aun puedo verla, desvalida bajo la lluvia en el puerto mientras me marcho con la certeza absoluta, en su corazón y el mío, de que el mar nunca me dejará regresar. Si los aprieto con fuerza conjuro su figura en los acantilados, con el bosque susurrante a sus espaldas, pidiendo, suplicando, que la vida me permita regresar, aunque el mar, ella y yo sabemos que solo regresaré cuando se borre para siempre su memoria, cuando ya no sea más que un alma desesperada bajo el farol del porche, porque entonces, cuando ni ella ni yo seamos más que la naturaleza inmensa de lo que fuimos volveremos a habitar nuestro común hogar; navegaremos juntos hacia un atardecer de oscuras luces de tormenta, donde solo pueden vivir en paz los que como nosotros aman la fuerza inmensa de la tempestad.
Algunos días, el mundo se estremece en un repentino temblor y yo sé a ciencia cierta que ella llora. Las hadas, las brujas, las mujeres fuertes y poderosas poseen la extraña capacidad de conmover a la creación con su sufrimiento. Y ella, que aúna en si misma el poder inmenso de ser un poco cada hombre y cada mujer, se deshace en minúsculas partículas de llanto y desesperación. Sus lágrimas caen sobre mí como gotas de rocío en las mañanas de invierno; frías, casi heladas, se clavan en mi piel encendiendo una llamarada que desgarra mis entrañas hasta alcanzar los lugares más profundos de mi ser. Mi alma llora con ella, sufre con ella, se deshace en un río ardiente de frío y soledad desesperada buscando rellenar ese espacio desoladoramente vacío que es ahora su interior.
Libro mi propia batalla en este mar inmenso en permanente tormenta, pero aun así, la niña, la adolescente, la joven enamorada que un día fue sigue golpeando con fuerza las puertas de mi alma desolada. Si cierro los ojos aun puedo verla, desvalida bajo la lluvia en el puerto mientras me marcho con la certeza absoluta, en su corazón y el mío, de que el mar nunca me dejará regresar. Si los aprieto con fuerza conjuro su figura en los acantilados, con el bosque susurrante a sus espaldas, pidiendo, suplicando, que la vida me permita regresar, aunque el mar, ella y yo sabemos que solo regresaré cuando se borre para siempre su memoria, cuando ya no sea más que un alma desesperada bajo el farol del porche, porque entonces, cuando ni ella ni yo seamos más que la naturaleza inmensa de lo que fuimos volveremos a habitar nuestro común hogar; navegaremos juntos hacia un atardecer de oscuras luces de tormenta, donde solo pueden vivir en paz los que como nosotros aman la fuerza inmensa de la tempestad.
Publicado por Farela
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