domingo, 19 de mayo de 2019

¿POR QUÉ YO? ¿POR QUÉ AHORA? MEMORIAS DE UN MEDICO RURAL


          ¿Por qué yo? ¿Por qué ahora? Supongo que son preguntas que de un modo u otro todos nos hacemos en algún momento de nuestras vidas, tanto en el ámbito profesional como en el personal.
          Yo que soy un “poquito” obsesiva, me las hago cada día y algunos días varias veces.
          Hoy me lo he preguntado de modo casi continuo, porque hoy es uno de esos días que a mí no me entusiasma especialmente celebrar. El día Mundial de la Medicina de Familia, que como todos los días mundiales tiene un regustillo a desigualdad y discriminación.
          Cuando dices que eres médico, la gente te pregunta con entusiasmo “Ah sí, ¿y de que especialidad?”, entonces tú respondes con tu mejor sonrisa “Soy Médico de Familia”, “Ahhhahn” y ese ahhhhh largo y sostenido se suele acompañar de un gesto involuntario de casi condolencia, como si no hubieses podido ser ninguna otra cosa más, como si tu carrera, tu examen MIR y tus 3 o 4 años de formación nunca hubieran existido… eres Médico de Familia… ni más ni menos.
          En pleno siglo XXI, todavía hay gente que cree que todas las enfermeras querían ser médicos y todos los médicos de familia querían ser… cualquier otra cosa.
          Cuando era estudiante, pasé, como casi todos, por distintas fases, me entusiasmé con un montón de asignaturas y disfruté de la experiencia de mi paso por casi todos los servicios del Hospital, pero a la hora de la verdad, cuando me senté a pensar como tendría que ser el resto de mi vida profesional, no pude entender otro modo de vivirla que no fuera en el ámbito de la Atención Primaria.
          No consideró que existan profesiones ni especialidades de primera, de segunda, de tercera o de regional preferente, creo que la dignidad no nos la confiere nuestra profesión, somos nosotros los que le ponemos o le quitamos dignidad a lo que hacemos; y precisamente por eso hoy quiero ser autocrítica.
          Este año las plazas de Médico de Familia en el MIR han caído en picado, somos pocos y cada vez seremos menos. Es cierto que no recibimos apoyo de las instituciones, olvidamos todo lo que hemos aprendido al mismo ritmo desbocado al que nos vemos obligados a sacar adelante consultas cada vez más saturadas y sobresaturadas, nos frustramos por la falta de respuesta a nuestras continuas peticiones de mejora y porque continuamente sentimos el peso de los agravios comparativos con otras especialidades, nos cansamos de ese ahhhh despectivo que muchas veces nos escupen a la cara desde las propias Facultades de Medicina, e incluso algunos compañeros y pacientes, como si todos nuestros esfuerzos fuesen solo manotazos al aire sin sentido y toda nuestra formación un master del universo en lo que quise ser y no pude.
          Es cierto que nos enfrentamos a diario con toda esa carga de desencanto y frustración, es cierto que resulta cada día más difícil ir a trabajar con entusiasmo y dedicación, y por eso tenemos que hacernos, hoy especialmente que es nuestro día esas dos preguntas.
          ¿Por qué yo? ¿Por qué ahora?
          Por qué yo lo he elegido, y porque ahora que es el momento más difícil no voy a encogerme, no voy a dejar que me aplasten y que hundan el sueño del médico que quiero ser. No podemos dejar que los obstáculos nos aparten del camino. Nuestras sociedades científicas son las responsables de luchar por nosotros frente a las instituciones, pero nosotros somos los únicos responsables de lo que transmitimos desde nuestras consultas y en nuestro entorno más inmediato. Tenemos que recuperar las ganas de luchar por esta especialidad, tenemos que dejar de quejarnos de un modo continuo y permanente y buscar lo positivo en el más pequeño detalle de cada día. Cada vez con más frecuencia los residentes de Familia eligen las urgencias del hospital como destino profesional y quizá sea porque nosotros mismos dedicamos más tiempo a quejarnos de lo difícil y frustrante que es todo en nuestro entorno que a transmitirles el amor por lo que están haciendo, la capacidad de disfrutar con lo poco o mucho que tienen al alcance de la mano, porque como decía un buen amigo mío “ esta profesión es tan hermosa que hasta existe un algo de belleza en la medicina de las trincheras”.
          Todavía no ha pasado tanto tiempo desde que fui residente como para que no pueda tirar del fondo de armario de mi memoria para poner dos ejemplos de buena gestión del aprendizaje.
          Cuando empecé la residencia odiaba las visitas domiciliarias… sin tiempo, sin medios… sin sin sin. Mi tutor logró transmitirme la importancia y el privilegio frente a otros profesionales, de conocer el lugar donde viven nuestros pacientes, el espacio en el que se mueven, los medios con los que cuentan. Algo que era frustrante para mi acabó por transformarse en algo positivo y fundamental hasta el punto de que ahora lo que me fastidia es no poder realizar más visitas domiciliarias por falta de tiempo, sobre todo de esas programadas en las que los pacientes encamados te reciben con una sonrisa de oreja a oreja porque se saben importantes para ti, importantes de verdad.
          Mi otra gran lección tuvo lugar en mi rotación rural… El centro de salud estaba en obras y por supuesto no se cerró ninguna de las consultas. Una mañana llegamos a trabajar y no teníamos puertas. Lo podría jurar si fuese necesario, no había absolutamente ninguna puerta en las consultas, desde la sala de espera se veía y oía todo lo que sucedía en el interior, la llave de la luz colgaba de cuatro cables desde el techo y las mesas, las sillas y el ordenador estaban cubiertos con sabanas tan llenas de polvo que pensé que necesitaríamos una grúa para moverlas de su sitio. Yo que soy de disparo rápido me indigné sin límites, saqué a pasear a la familia de todos los implicados, desde el arquitecto hasta los obreros pasando por el gerente del área… sin dejar ni a uno. Empezamos a plantearnos si llamar a dirección indignados para que viniesen a ver el desastre in situ, si cerrar, si… Mi tutora ni se inmutó. Le echó un vistazo a todo y empezó a organizar las cosas con una sonrisa, movimos los asientos de la sala de espera lo más al fondo posible y le pedimos a los pacientes que esperaran allí, sacudimos todas aquellas sábanas y colgamos una en el hueco de la puerta, donde tendría que haber existido un marco, para preservar la intimidad del interior. Al día siguiente, ella lo recordará muy bien, se trajo de su casa unas cortinas de ducha que hicieron las veces de puerta durante más de una semana… y para mi sorpresa todo funcionó. Los pacientes que se sorprendían de la situación al entrar en el centro enseguida se contagiaban de su sentido del humor y de su capacidad para quitarle importancia a la situación y vivirla con total normalidad. Naturalmente se cursó la queja correspondiente, pero la actitud de los profesionales hizo que una situación realmente desagradable se superase con buen humor y total normalidad. El subidón de bilis se transformó por obra y gracia del talante de nuestros tutores en una anécdota para recordar a carcajadas.
          Creo sinceramente que esa es la actitud que tenemos que mantener y esa es hoy mi bandera en el día Mundial de la Medicina de Familia, una cortina de ducha. En nuestras manos está tapar el hueco con lo que tenemos. Vamos a ayudarnos unos a otros para poder colgar cada uno la nuestra.
          Feliz día compañeros.






 Publicado por Farela

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