¿Por qué yo? ¿Por qué
ahora? Supongo que son preguntas que de un modo u otro todos nos hacemos en
algún momento de nuestras vidas, tanto en el ámbito profesional como en el
personal.
Yo que soy un “poquito”
obsesiva, me las hago cada día y algunos días varias veces.
Hoy me lo he preguntado
de modo casi continuo, porque hoy es uno de esos días que a mí no me entusiasma
especialmente celebrar. El día Mundial de la Medicina de Familia, que como
todos los días mundiales tiene un regustillo a desigualdad y discriminación.
Cuando dices que eres
médico, la gente te pregunta con entusiasmo “Ah sí, ¿y de que especialidad?”,
entonces tú respondes con tu mejor sonrisa “Soy Médico de Familia”, “Ahhhahn” y
ese ahhhhh largo y sostenido se suele acompañar de un gesto involuntario de
casi condolencia, como si no hubieses podido ser ninguna otra cosa más, como si
tu carrera, tu examen MIR y tus 3 o 4 años de formación nunca hubieran
existido… eres Médico de Familia… ni más ni menos.
En pleno siglo XXI,
todavía hay gente que cree que todas las enfermeras querían ser médicos y todos
los médicos de familia querían ser… cualquier otra cosa.
Cuando era estudiante,
pasé, como casi todos, por distintas fases, me entusiasmé con un montón de
asignaturas y disfruté de la experiencia de mi paso por casi todos los
servicios del Hospital, pero a la hora de la verdad, cuando me senté a pensar
como tendría que ser el resto de mi vida profesional, no pude entender otro
modo de vivirla que no fuera en el ámbito de la Atención Primaria.
No consideró que
existan profesiones ni especialidades de primera, de segunda, de tercera o de
regional preferente, creo que la dignidad no nos la confiere nuestra profesión,
somos nosotros los que le ponemos o le quitamos dignidad a lo que hacemos; y
precisamente por eso hoy quiero ser autocrítica.
Este año las plazas de
Médico de Familia en el MIR han caído en picado, somos pocos y cada vez seremos
menos. Es cierto que no recibimos apoyo de las instituciones, olvidamos todo lo
que hemos aprendido al mismo ritmo desbocado al que nos vemos obligados a sacar
adelante consultas cada vez más saturadas y sobresaturadas, nos frustramos por
la falta de respuesta a nuestras continuas peticiones de mejora y porque
continuamente sentimos el peso de los agravios comparativos con otras
especialidades, nos cansamos de ese ahhhh despectivo que muchas veces nos
escupen a la cara desde las propias Facultades de Medicina, e incluso algunos
compañeros y pacientes, como si todos nuestros esfuerzos fuesen solo manotazos
al aire sin sentido y toda nuestra formación un master del universo en lo que
quise ser y no pude.
Es cierto que nos
enfrentamos a diario con toda esa carga de desencanto y frustración, es cierto
que resulta cada día más difícil ir a trabajar con entusiasmo y dedicación, y
por eso tenemos que hacernos, hoy especialmente que es nuestro día esas dos preguntas.
¿Por qué yo? ¿Por qué
ahora?
Por qué yo lo he
elegido, y porque ahora que es el momento más difícil no voy a encogerme, no
voy a dejar que me aplasten y que hundan el sueño del médico que quiero ser. No
podemos dejar que los obstáculos nos aparten del camino. Nuestras sociedades
científicas son las responsables de luchar por nosotros frente a las
instituciones, pero nosotros somos los únicos responsables de lo que
transmitimos desde nuestras consultas y en nuestro entorno más inmediato.
Tenemos que recuperar las ganas de luchar por esta especialidad, tenemos que
dejar de quejarnos de un modo continuo y permanente y buscar lo positivo en el
más pequeño detalle de cada día. Cada vez con más frecuencia los residentes de
Familia eligen las urgencias del hospital como destino profesional y quizá sea
porque nosotros mismos dedicamos más tiempo a quejarnos de lo difícil y
frustrante que es todo en nuestro entorno que a transmitirles el amor por lo
que están haciendo, la capacidad de disfrutar con lo poco o mucho que tienen al
alcance de la mano, porque como decía un buen amigo mío “ esta profesión es tan
hermosa que hasta existe un algo de belleza en la medicina de las trincheras”.
Todavía no ha pasado
tanto tiempo desde que fui residente como para que no pueda tirar del fondo de
armario de mi memoria para poner dos ejemplos de buena gestión del aprendizaje.
Cuando empecé la
residencia odiaba las visitas domiciliarias… sin tiempo, sin medios… sin sin sin.
Mi tutor logró transmitirme la importancia y el privilegio frente a otros
profesionales, de conocer el lugar donde viven nuestros pacientes, el espacio
en el que se mueven, los medios con los que cuentan. Algo que era frustrante
para mi acabó por transformarse en algo positivo y fundamental hasta el punto
de que ahora lo que me fastidia es no poder realizar más visitas domiciliarias
por falta de tiempo, sobre todo de esas programadas en las que los pacientes
encamados te reciben con una sonrisa de oreja a oreja porque se saben
importantes para ti, importantes de verdad.
Mi otra gran lección
tuvo lugar en mi rotación rural… El centro de salud estaba en obras y por
supuesto no se cerró ninguna de las consultas. Una mañana llegamos a trabajar y
no teníamos puertas. Lo podría jurar si fuese necesario, no había absolutamente
ninguna puerta en las consultas, desde la sala de espera se veía y oía todo lo
que sucedía en el interior, la llave de la luz colgaba de cuatro cables desde
el techo y las mesas, las sillas y el ordenador estaban cubiertos con sabanas
tan llenas de polvo que pensé que necesitaríamos una grúa para moverlas de su
sitio. Yo que soy de disparo rápido me indigné sin límites, saqué a pasear a la
familia de todos los implicados, desde el arquitecto hasta los obreros pasando
por el gerente del área… sin dejar ni a uno. Empezamos a plantearnos si llamar
a dirección indignados para que viniesen a ver el desastre in situ, si cerrar,
si… Mi tutora ni se inmutó. Le echó un vistazo a todo y empezó a organizar las
cosas con una sonrisa, movimos los asientos de la sala de espera lo más al
fondo posible y le pedimos a los pacientes que esperaran allí, sacudimos todas
aquellas sábanas y colgamos una en el hueco de la puerta, donde tendría que
haber existido un marco, para preservar la intimidad del interior. Al día siguiente,
ella lo recordará muy bien, se trajo de su casa unas cortinas de ducha que
hicieron las veces de puerta durante más de una semana… y para mi sorpresa todo
funcionó. Los pacientes que se sorprendían de la situación al entrar en el
centro enseguida se contagiaban de su sentido del humor y de su capacidad para
quitarle importancia a la situación y vivirla con total normalidad.
Naturalmente se cursó la queja correspondiente, pero la actitud de los
profesionales hizo que una situación realmente desagradable se superase con
buen humor y total normalidad. El subidón de bilis se transformó por obra y
gracia del talante de nuestros tutores en una anécdota para recordar a
carcajadas.
Creo sinceramente que
esa es la actitud que tenemos que mantener y esa es hoy mi bandera en el día
Mundial de la Medicina de Familia, una cortina de ducha. En nuestras manos está
tapar el hueco con lo que tenemos. Vamos a ayudarnos unos a otros para poder
colgar cada uno la nuestra.
Feliz día compañeros.
Publicado por Farela
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