Ella siempre había sido del tipo de persona que mira la lucha fijamente a los ojos. Tenía tanto fuego en la mirada que si la observabas fijamente, ardías. No todo el mundo estaba preparado para descubrir sus entrañas. Te hacía comprender como nadie que solo hay una vida y que como decía la canción, la vives o te vive.
Sabía que el mundo no era de colores, que a veces se medía en una escala de grises. Pero no le importaba, había aprendido a ser feliz en esa tortura. Podía decirte de qué color de gris era cada persona. Como el monstruo que vivía en su casa, que era de un negro carbón, o la señora que daba de comer a las palomas, que era de un blanco tan radiante que te dejaba sin voz. O ella, que sin saberlo era luz, de esa que por las noches, cuando tienes miedo aparece, te invita a un cigarro y te dice que estés tranquilo, que el monstruo de debajo de la cama es un mito.
A ella le gustaban Bukowski y La Colmena, pero disfrutaba en silencio leyendo poemas de Neruda. Apreciaba un cuadro de Sorolla o Monet, pero su favorito siempre sería Kandinsky. Para que mentir, su favorita siempre sería Kahlo. Se sentía identificada con ella, ni tanto dolor podía frenar su fuerza interior.
Sin embargo era de las que no muestra lo que siente, que se encierra, no confiesa y se retuerce. Pero ya se sabe, amurallar el propio dolor es arriesgarse a que te devore por dentro. Y así fue creando su fortaleza interior a la que muy pocos dejaba entrar, hasta que quedó encerrada en un palacio de cristal.
Soñaba en secreto con que aquel príncipe de barrio llegaría a sacarla de la Torre de Babel que había construido para salvarla en el momento menos esperado. Qué ridículo, todos sabíamos que él nunca treparía por su largo cabello pelirrojo sin promesas de oro y fortuna. Poco le importaba ella si no había recompensa alguna.
Supo que estaba perdida en su castillo interior el día que sorprendió a su mente dándole la razón al corazón. Qué rota tiene que estar el alma para que coincidan los sentimientos...
Lo que ella aún no sabía, es que el alma puede suturarse. Que las princesas pueden volar tan alto como deseen, luchar con espadas y matar dragones. Y que si su príncipe no está dispuesto a luchar con ellas de la mano, es que no es el príncipe que estaba buscando.
Pero creedme, pronto comprendió que hay princesas de cualquier color. Que las hay con vagina y las hay que tienen pene. Hay princesas que buscan a otra, que buscan a un príncipe o que quieren estar solas. En ese momento cuando cogió la espada que tenía reservada para su príncipe, se cortó el pelo de un golpe seco y saltó por la ventana con el fuego de sus ojos avivado, matando al dragón de sus temores de una sola mirada. Y fue entonces cuando entendió, que por muy enamorada que esté de un príncipe, las princesas si quieren, se salvan solas.
Relato de nuestra artista invitada: Lanolina
Sabía que el mundo no era de colores, que a veces se medía en una escala de grises. Pero no le importaba, había aprendido a ser feliz en esa tortura. Podía decirte de qué color de gris era cada persona. Como el monstruo que vivía en su casa, que era de un negro carbón, o la señora que daba de comer a las palomas, que era de un blanco tan radiante que te dejaba sin voz. O ella, que sin saberlo era luz, de esa que por las noches, cuando tienes miedo aparece, te invita a un cigarro y te dice que estés tranquilo, que el monstruo de debajo de la cama es un mito.
A ella le gustaban Bukowski y La Colmena, pero disfrutaba en silencio leyendo poemas de Neruda. Apreciaba un cuadro de Sorolla o Monet, pero su favorito siempre sería Kandinsky. Para que mentir, su favorita siempre sería Kahlo. Se sentía identificada con ella, ni tanto dolor podía frenar su fuerza interior.
Sin embargo era de las que no muestra lo que siente, que se encierra, no confiesa y se retuerce. Pero ya se sabe, amurallar el propio dolor es arriesgarse a que te devore por dentro. Y así fue creando su fortaleza interior a la que muy pocos dejaba entrar, hasta que quedó encerrada en un palacio de cristal.
Soñaba en secreto con que aquel príncipe de barrio llegaría a sacarla de la Torre de Babel que había construido para salvarla en el momento menos esperado. Qué ridículo, todos sabíamos que él nunca treparía por su largo cabello pelirrojo sin promesas de oro y fortuna. Poco le importaba ella si no había recompensa alguna.
Supo que estaba perdida en su castillo interior el día que sorprendió a su mente dándole la razón al corazón. Qué rota tiene que estar el alma para que coincidan los sentimientos...
Lo que ella aún no sabía, es que el alma puede suturarse. Que las princesas pueden volar tan alto como deseen, luchar con espadas y matar dragones. Y que si su príncipe no está dispuesto a luchar con ellas de la mano, es que no es el príncipe que estaba buscando.
Pero creedme, pronto comprendió que hay princesas de cualquier color. Que las hay con vagina y las hay que tienen pene. Hay princesas que buscan a otra, que buscan a un príncipe o que quieren estar solas. En ese momento cuando cogió la espada que tenía reservada para su príncipe, se cortó el pelo de un golpe seco y saltó por la ventana con el fuego de sus ojos avivado, matando al dragón de sus temores de una sola mirada. Y fue entonces cuando entendió, que por muy enamorada que esté de un príncipe, las princesas si quieren, se salvan solas.
Relato de nuestra artista invitada: Lanolina
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