Recientemente ha
cumplido 80 años la película que para muchos es la mejor de la historia del
cine, (el mismo Orson Weells tras verla más de cuarenta veces seguidas dijo que
en ella había aprendido todo lo que se debía saber sobre el cine), y que para
casi todos está entre las diez mejores películas de la historia del cine. Y es
un wéstern. La Diligencia, de John Ford.
Hace poco, viendo un programa de televisión tuve que aguantar como un millennial despreciaba los wéstern como películas trasnochadas, y encima lo hacía menospreciando otra de las mejores obras del mítico maestro irlandés, nada menos que La legión invencible (She Wore a Yellow Ribbon), que, al menos para mí, es una de las mejores películas de la historia del cine, y el mejor Wéstern, con todo mi respeto para Howard Hawks y su Río Bravo, Clint Eastwood y su Sin Perdón, y Sam Peckinpah y su Grupo Salvaje. Y sin dejar de recordar otras obras maestras de Ford, como Misión de Audaces, Fort Apache, Dos cabalgan juntos, Centauros del desierto, El hombre que mató a Liberty Balance, o la referida La Diligencia.
Y es que los wéstern y su épica, tienen algo de filosófico, casi shakesperiano, que no tienen otros géneros del cine.
Las películas del Oeste, las de verdad, y no esas que luego se hicieron a granel como espaguetis, trasmiten una serie de valores que hoy pueden parecer anticuados y obsoletos, pero que son la esencia del ser humano: La camaradería y el compañerismo; la superación personal, el valor resignado y el sacrificio; la búsqueda de utopías y de la libertad a lomos de un caballo, más allá del horizonte; o la lucha por la justicia, por la lealtad o por el cumplimiento del deber, aunque sea sin esperanza alguna, o tan solo con la remota esperanza de escuchar un lejano toque de corneta. Y todo eso trasciende al mismo género cinematográfico. Quizá si la meca del cine hubiera estado en España hablaríamos en vez de wéstern de otro género llamado “reconquista”, o “conquistadores”, o “guerrilleros”, o no sé cómo. Pero Hollywood está en Estados Unidos, y toda esa épica se fundió en el wéstern, en las películas de vaqueros.
Pero hoy quería hablar de la Diligencia, y de su autor, John Ford, aquel que decía “me llamo John Ford y hago Wéstern”, el hombre al que la progresía de los años 60 acusó de reaccionario, de fascista, y de machista. Y al que cierto director nacido en España, aunque no se sienta español, caricaturizó como un nostálgico de los totalitarismos fascistas. Porque claro, haciendo películas de soldados, donde morían indios, y donde se enaltecía la “épica militarista”, la “camaradería machista” y esas cosas, solo se puede ser “Facha”. Y no importa que hubiera apoyado a la Republica Española en nuestra guerra civil. O que fuera el primer director que trató y pagó a los extras indios igual que a los blancos de sus películas, poniéndolos en plantilla. O que defendiera a Joseph L. Mankiewicz en la “caza de brujas”. Entre otras cosas. Y es que hay idiotas que nunca entenderán nada.
Hace poco, viendo un programa de televisión tuve que aguantar como un millennial despreciaba los wéstern como películas trasnochadas, y encima lo hacía menospreciando otra de las mejores obras del mítico maestro irlandés, nada menos que La legión invencible (She Wore a Yellow Ribbon), que, al menos para mí, es una de las mejores películas de la historia del cine, y el mejor Wéstern, con todo mi respeto para Howard Hawks y su Río Bravo, Clint Eastwood y su Sin Perdón, y Sam Peckinpah y su Grupo Salvaje. Y sin dejar de recordar otras obras maestras de Ford, como Misión de Audaces, Fort Apache, Dos cabalgan juntos, Centauros del desierto, El hombre que mató a Liberty Balance, o la referida La Diligencia.
Y es que los wéstern y su épica, tienen algo de filosófico, casi shakesperiano, que no tienen otros géneros del cine.
Las películas del Oeste, las de verdad, y no esas que luego se hicieron a granel como espaguetis, trasmiten una serie de valores que hoy pueden parecer anticuados y obsoletos, pero que son la esencia del ser humano: La camaradería y el compañerismo; la superación personal, el valor resignado y el sacrificio; la búsqueda de utopías y de la libertad a lomos de un caballo, más allá del horizonte; o la lucha por la justicia, por la lealtad o por el cumplimiento del deber, aunque sea sin esperanza alguna, o tan solo con la remota esperanza de escuchar un lejano toque de corneta. Y todo eso trasciende al mismo género cinematográfico. Quizá si la meca del cine hubiera estado en España hablaríamos en vez de wéstern de otro género llamado “reconquista”, o “conquistadores”, o “guerrilleros”, o no sé cómo. Pero Hollywood está en Estados Unidos, y toda esa épica se fundió en el wéstern, en las películas de vaqueros.
Pero hoy quería hablar de la Diligencia, y de su autor, John Ford, aquel que decía “me llamo John Ford y hago Wéstern”, el hombre al que la progresía de los años 60 acusó de reaccionario, de fascista, y de machista. Y al que cierto director nacido en España, aunque no se sienta español, caricaturizó como un nostálgico de los totalitarismos fascistas. Porque claro, haciendo películas de soldados, donde morían indios, y donde se enaltecía la “épica militarista”, la “camaradería machista” y esas cosas, solo se puede ser “Facha”. Y no importa que hubiera apoyado a la Republica Española en nuestra guerra civil. O que fuera el primer director que trató y pagó a los extras indios igual que a los blancos de sus películas, poniéndolos en plantilla. O que defendiera a Joseph L. Mankiewicz en la “caza de brujas”. Entre otras cosas. Y es que hay idiotas que nunca entenderán nada.
John Ford llevó
al cine en general y al Wéstern en particular a un nivel nunca antes alcanzado
y del que emergen y beben gran parte de las producciones, películas y géneros
posteriores. Desarrolló la épica del cine a un nivel digno de la mitología clásica, y
logró planos donde una mirada y un silencio son capaces de trasmitir, ya no
sentimientos y emociones, sino toda una historia y una vida. Fue
capaz de crear poesía en imágenes y en miradas, aunque fuera a su pesar.
Y La Diligencia es una película revolucionaria y un prodigio de la narrativa, hasta para John Ford. Y en ella se reúnen y se incluyen todo el cine de su autor, tanto anterior como posterior, y todas las cualidades y peculiaridades de las historias del maestro irlandés. Es la primera película que se rueda en Monument Valley, trasmitiéndonos al inconsciente colectivo unos paisajes y unos lugares que ya siempre formarán parte de la iconografía del cine. Supuso una revolución técnica, donde se introducen por primera vez planos, trávelin, y colocaciones de la cámara como nunca antes se habían hecho.
Pero sobre todo es un estudio de personajes, donde todos los protagonistas y los secundarios están tremendamente definidos, perfilados y cuidados, y tienen su propia historia que se trasmite en apenas un encuadre, un gesto o una mirada, como puede ser la de un jugador profesional, un tahúr, observando a través de la ventana de un Saloon a una mujer embarazada que le recuerda su tierra y su origen; o la presentación del personaje de John Wayne (Ringo Kid), en la película, en una escena que formará parte de la historia del cine para siempre. Porque los actores de la diligencia interpretan y nos cuentan su historia con sus rostros y con sus miradas, como solo lo puede conseguir y es capaz de hacer un director que lo ha sido del cine mudo.
Además Ford es capaz de presentar en ese grupo variopinto de personajes, recluidos en el microcosmos de la diligencia, a todo un país: al norte y al sur, al este y al oeste, a los civiles y a los militares, y a todas las clases sociales y hasta las ideologías. Y es capaz de mostrar en una simple comida, en una parada del viaje, todas las diferencias de clases y todos los prejuicios sociales. Y a pesar de ello, consigue trasmitir la idea de que solo cooperando juntos serán capaces de llegar a su destino, en una hermosa y a la vez realista metáfora de la vida y de las colectividades humanas. Y lo que acaba uniendo y fusionando, a todo ese variopinto grupo, es el nacimiento de una niña, la llegada de una nueva vida a este violento mundo para el que, como en todo buen wéstern que se precie, solo se necesitan sabanas limpias y agua caliente… y café, mucho café.
Pero la Diligencia es también una película revolucionaria en lo social, donde los auténticos héroes son los marginados, el médico alcohólico, la prostituta y el presidiario, que se redimen de cualquier posible falta pasada con sus actos heroicos a favor del grupo a lo largo de la película, mientras que los personajes “decentes” demuestran no estar a la altura de la situación. Y así el comerciante es un cobarde, la dama es prepotente y con prejuicios, y el banquero, que representa el poder y el dinero, es un personaje abyecto, el auténtico malvado y el delincuente. Y hasta las señoras de la liga de la ley y el orden son ridiculizadas, con un gran sentido del humor, en una escena y trávelin digno del mejor cine cómico.
La Diligencia de John Ford es pues algo más que un Wéstern, es una de esas diez películas de las que se puede decir que es la mejor película de la historia del cine, es una obra digna del mejor teatro clásico que sigue trasmitiendo espléndidamente la auténtica esencia y todos los matices del ser humano.
Y ya han pasado ochenta años de la creación de esta obra de arte, (los mismos que tendrá el bebé que sale en la historia, si es que aún está vivo). Ochenta años de este auténtico hito de la historia del cine que, como tantas obras clásicas y buenos vinos, mejora con los años.
Si pueden y tienen oportunidad vuelvan a disfrutarla.
Publicado por Balder
Y La Diligencia es una película revolucionaria y un prodigio de la narrativa, hasta para John Ford. Y en ella se reúnen y se incluyen todo el cine de su autor, tanto anterior como posterior, y todas las cualidades y peculiaridades de las historias del maestro irlandés. Es la primera película que se rueda en Monument Valley, trasmitiéndonos al inconsciente colectivo unos paisajes y unos lugares que ya siempre formarán parte de la iconografía del cine. Supuso una revolución técnica, donde se introducen por primera vez planos, trávelin, y colocaciones de la cámara como nunca antes se habían hecho.
Pero sobre todo es un estudio de personajes, donde todos los protagonistas y los secundarios están tremendamente definidos, perfilados y cuidados, y tienen su propia historia que se trasmite en apenas un encuadre, un gesto o una mirada, como puede ser la de un jugador profesional, un tahúr, observando a través de la ventana de un Saloon a una mujer embarazada que le recuerda su tierra y su origen; o la presentación del personaje de John Wayne (Ringo Kid), en la película, en una escena que formará parte de la historia del cine para siempre. Porque los actores de la diligencia interpretan y nos cuentan su historia con sus rostros y con sus miradas, como solo lo puede conseguir y es capaz de hacer un director que lo ha sido del cine mudo.
Además Ford es capaz de presentar en ese grupo variopinto de personajes, recluidos en el microcosmos de la diligencia, a todo un país: al norte y al sur, al este y al oeste, a los civiles y a los militares, y a todas las clases sociales y hasta las ideologías. Y es capaz de mostrar en una simple comida, en una parada del viaje, todas las diferencias de clases y todos los prejuicios sociales. Y a pesar de ello, consigue trasmitir la idea de que solo cooperando juntos serán capaces de llegar a su destino, en una hermosa y a la vez realista metáfora de la vida y de las colectividades humanas. Y lo que acaba uniendo y fusionando, a todo ese variopinto grupo, es el nacimiento de una niña, la llegada de una nueva vida a este violento mundo para el que, como en todo buen wéstern que se precie, solo se necesitan sabanas limpias y agua caliente… y café, mucho café.
Pero la Diligencia es también una película revolucionaria en lo social, donde los auténticos héroes son los marginados, el médico alcohólico, la prostituta y el presidiario, que se redimen de cualquier posible falta pasada con sus actos heroicos a favor del grupo a lo largo de la película, mientras que los personajes “decentes” demuestran no estar a la altura de la situación. Y así el comerciante es un cobarde, la dama es prepotente y con prejuicios, y el banquero, que representa el poder y el dinero, es un personaje abyecto, el auténtico malvado y el delincuente. Y hasta las señoras de la liga de la ley y el orden son ridiculizadas, con un gran sentido del humor, en una escena y trávelin digno del mejor cine cómico.
La Diligencia de John Ford es pues algo más que un Wéstern, es una de esas diez películas de las que se puede decir que es la mejor película de la historia del cine, es una obra digna del mejor teatro clásico que sigue trasmitiendo espléndidamente la auténtica esencia y todos los matices del ser humano.
Y ya han pasado ochenta años de la creación de esta obra de arte, (los mismos que tendrá el bebé que sale en la historia, si es que aún está vivo). Ochenta años de este auténtico hito de la historia del cine que, como tantas obras clásicas y buenos vinos, mejora con los años.
Si pueden y tienen oportunidad vuelvan a disfrutarla.
Publicado por Balder
No hay comentarios:
Publicar un comentario