domingo, 10 de marzo de 2019

Igual

          Como mujer nunca he sabido muy bien lo que soy. Me refiero a lo que soy más allá de un ser humano, normal y corriente. Si me preguntan si alguna vez me he sentido menospreciada o ninguneada o discriminada por el hecho de ser mujer, a bote pronto contestaría que no, aunque si lo pienso detenidamente, como a todas las mujeres a las que conozco, a mí también me han mirado de un modo que no me gustó alguna vez, han intentado propasarse conmigo, he sentido miedo al caminar sola por la calle, ya sea de noche o de día, he evitado hacer cosas que me apetecían para no “exponerme a peligros innecesarios” y por supuesto me han dicho que voy a saber yo de coches o de deportes o de política. Pero curiosamente todas esas cosas, que considero anómalas y despreciables, no han conseguido nunca hacerme sentir inferior o diferente a los demás. Es posible que exista en mí un daño larvado, oculto... que explote en cualquier momento o en cualquier lugar, pero francamente creo que no. Y creo que no por el mismo motivo por el que nunca me he sentido discriminada profesionalmente, porque lo he mirado a la cara y lo he desechado. Porque soy una mujer privilegiada. Porque he tenido la fortuna de criarme en un entorno donde las mujeres no se tuvieron que empoderar (horrendo término a mi modo de ver). Fueron siempre poderosas. Lo fueron en mi familia mayoritariamente femenina y en la de mi marido, lo fueron en mi colegio y en mi instituto nacional, marcadamente liberales y galeguistas, y en mi parroquia obrera donde nunca nos apartaron ni utilizaron para “labores femeninas”, lo fueron y lo son mis amigas. Fueron y son esas mujeres y esos hombres los que me enseñaron lo que para mí es fundamental, una educación basada en el amor, la igualdad absoluta y el RESPETO. Y es precisamente ese sentido del respeto lo que me gustaría reivindicar hoy.
           Desde mi memoria de adolescente románticamente anarquista recupero aquella sensación de que nada sería posible ni imposible en el mundo si existiese una educación profunda y marcadamente respetuosa con los demás, con sus opciones vitales, sus ideologías, sus idas y venidas, sus vidas. Por eso, hoy especialmente, reivindico el respeto a todas las mujeres y de modo muy fundamental el respeto ENTRE todas las mujeres. Me encorajina profundamente cuando somos nosotras las que ninguneamos, criticamos y decidimos lo que es mejor para las demás. La auténtica igualdad se basa en la libertad. Libertad para decidir como mujer quien y como quiero ser. Todas las opciones son lícitas si son libres y respetuosas hacia los demás y en días como hoy me molestan sobremanera las aleccionadoras de cualquier color moral que me dicen como tengo que comportarme para ser una mujer de verdad, una madre de verdad, una profesional de verdad... SU VERDAD. La mía y la de cada mujer será realmente igualitaria cuando sea realmente libre y respetuosa con todas las opciones vitales. Si me satisface ser ama de casa o se adapta mejor a mi momento vital ¿por qué no puedo serlo?, ¿Por qué tengo que dar explicaciones de mis pensamientos o de mis ideas a otras mujeres? A mi personalmente me llega suficientemente con siglos de represión masculina para tener que vivir ahora siglos venideros de represión femenina. Lo que necesito no es que me animen a librarme del yugo de mi hogar, lo que necesito son leyes que me reintegren profesionalmente cuando mi situación vital cambie y opte, si así lo deseo, por volver a trabajar. Tan legítimo es lo uno como lo otro, no querer ser madre o serlo de 10 hijos, parir de pie o sentada, dar el pecho o no lactar, ser camionera o presidenta del gobierno, bailar desnuda en medio del monte o taparme hasta el cuello si ese es mi deseo de verdad y no me viene impuesto por nada ni por nadie incluidos mis propios miedos y mi soledad.
           No necesito que me llamen LA médicA, en honor a la verdad me horroriza, me entusiasma de un modo casi infantil ser LA médicO, porque me recuerda que en una profesión mayoritariamente masculina, como en tantas otras, nos abrimos camino como supimos, a empujones, pisotones, codazos, abrazos, generosidad, sonrisas y LUCHA, de tantas y tantas mujeres que tenemos detrás y sin las cuales todo esto sería imposible. Lo que necesito es que mis pacientes se sientan seguros a mi lado sin ver en mí a un hombre o a una mujer, sino a una profesional en la que confiar.
           Y como estas tantas otras cosas, tantas otras luchas de tantas miles de mujeres que aún nos quedan por librar. El inconsciente colectivo no se cambia solo con palabras aunque estas tengan también su papel. Se cambia con EDUCACIÓN Y RESPETO aquí y en cualquier otro lugar y para eso es imprescindible no olvidar.
           A estas horas aun no sé si iré o no a la manifestación. Francamente me importa un comino quien la organiza ni quien la mueve, no le regalo su propiedad a nadie ni me la quedo para mí, como tampoco le regalo a nadie mi ser mujer, libre, humana, IGUAL.






Publicado por Farela

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