domingo, 24 de febrero de 2019

La Anciana


          La anciana se acerca lentamente al manantial de aguas cristalinas y como bien puede se deja caer en el viejo muro de piedra que protege la fuente. Hace rato que los últimos turistas ya se han ido, el sol al fin se escondió tras la línea del horizonte, pero esa extraña luz que prosigue al solpor aún le permite ver su desgastada imagen entre los remolinos que el agua forma al caer desde las rocas. El sonido le es grato y tranquilizador. Muy despacio sus manos morenas y deformadas por siglos de artrosis van deshaciendo la larga trenza que durante el día recoge en un moño bajo a la altura de su encorvada nuca.
          Del bolsillo del mandil extrae un pequeño peine de nácar primorosamente labrado que ya no logra recordar quien le regaló. Antes de peinarse, como cada día, da las gracias al manantial que le regala su agua, a la naturaleza que la acompaña y a la vida por la que camina con su paso ya un poco fatigado; mira las ofrendas que los visitantes han dejado cerca de la vieja fuente de piedra y como cada día reza por las intenciones de todos ellos.
          Está tan ensimismada en sus pequeños rituales cotidianos que no repara en el pequeño que la mira con sus enormes ojos abiertos de par en par hasta que siente la calidez de la diminuta mano sobre la suya.
          - ¿Eres un hada? Le pregunta con una voz dulce y plagada de ilusión.
          La anciana lo mira con sorpresa. ¿Soy un hada? se pregunta a sí misma y sonríe dulcemente mientras le contesta.
          - Claro que no, solo soy la cuidadora del manantial.
          - No, asevera el niño con toda la firmeza que le permite su corta edad. Eres un hada, eres el hada que cuida del manantial.
          La verdad es que ya no recuerda quien es, ni cuánto tiempo lleva allí, han pasado muchas lunas nuevas desde que se hizo cargo del cuidado de la fuente. Cada amanecer se levanta presurosa para ordenar y recoger las ofrendas que los numerosos peregrinos del Santuario hacen al agua. Cuando llegan los primeros visitantes ya ha rezado por todos ellos, los acompaña al manantial y da respuesta a su curiosidad, a veces sana y otras no. Protege con sus rezos y letanías el mágico lugar y limpia cuidadosamente todos los rincones que algunos visitantes oscuros contaminan, deshace sus malos deseos con unas manos y un corazón mucho más ágiles de lo que cabría suponer por su aspecto. Ha conocido a mucha gente a lo largo de los años, gente buena y gente mala, algunos hablan con ella, la acompañan un rato, le dejan pequeños regalos… otros la saludan con cortesía, y otros muchos simplemente la ignoran. Ella no se enfada aunque agradece las sonrisas, las buenas palabras y la compañía. En todos estos años alguna vez se ha preguntado que hace allí, por qué sigue aferrada al Santuario y al manantial, pero nunca antes se había preguntado quién es.
          Deja que su mejilla descanse un rato más sobre la delicada mano del pequeño y vuelve a mirarlo con ternura, una lágrima se desliza suavemente entre los delicados dedos. Nunca nadie antes le había dicho que era un hada, nunca nadie antes había visto más allá de sus arrugadas facciones y de su andar un poco cansado, nunca antes se había sentido tan hermosa, amada y respetada como a través de los ojos inocentes del chiquillo.
          La lágrima se ilumina con un extraño resplandor mientras va dibujando un árbol de vida por los surcos profundos que la eternidad vivida ha ido trazando en su rostro y en su alma. A esa lágrima la siguen otras mil lágrimas más que caen como una lluvia milagrosamente impregnada de luz por sus mejillas, sus manos, su ropa... que a su paso recuperan un antiguo y ya casi olvidado resplandor. Llora tanto que se va deshaciendo en un torrente que lento pero inexorable va a reunirse con las aguas nítidas del manantial bajo la mirada luminosa y la risa feliz y contagiosa del niño, que aplaude con las dos manos empapadas por el luminoso líquido cuando los ojos jóvenes, brillante y plagados de ilusión de la anciana lo miran una última vez en el justo instante en que se descompone en mil gotas de agua que ya forman parte de la eternidad del Santuario, la fuente milagrosa y el manantial.


          MORALEJA:
          La belleza existe en todas partes y es un don inmaterial que solo podemos apreciar si miramos a través de los ojos inocentes del que solo espera encontrar belleza en los demás.


Publicado por Farela

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