Anoche mientras
veía las noticias y escuchaba con angustia las escasas novedades sobre el
rescate Julen, (que en el momento en que escribo esto todavía no ha sido extraído
del pozo), no pude dejar de emocionarme por la solidaridad y el apoyo
incondicional de todos los voluntarios, de los vecinos y de los comercios del
pueblo y de toda la comarca. Y una vez más volví a sorprenderme por este triste
país en el que vivimos.
Y es que esto es
España, el estado de estados, estado plurinacional, comunidad de comunidades, o
como carajo quieran llamarla ahora. Puta madre que devora a sus hijos que a su
vez se aferran a sus tetas, mamando de ellas hasta dejarlas secas y aún más si
se tercia y es menester. Un país donde se ha robado desde los Reyes Católicos,
que ya es robar, y donde hasta el más infeliz de los proletarios sueña con
engañar a hacienda. Lugar donde la sombra de Caín es alargada... Y donde, como
nos retrató el sordo de Fuendetodos, lo que mejor sabemos hacer es matarnos
a garrotazos mientras estamos enterrados en fango y mierda hasta las corvas.
Pero aun siendo
todo esto verdad, (no podemos evitarlo porque Caín era español), de vez en
cuando, sobre todo en situaciones dramáticas, como esta que vivimos desde hace
una semana, cuando estamos con el agua al cuello, y sin más esperanza que la desesperación,
sacamos algo de no se sabe dónde y demostramos al mundo que somos dignos en la
mendicidad, nobles en la infamia, y generosos en la pobreza. Y que aún se puede
estar orgulloso de ser español.
Y si no, basta
con ver a los voluntarios del rescate haciendo turnos de doce y más horas sin
descanso. O a toda una comarca aunando su solidaridad y volcándose en prestar
su ayuda a la familia del niño y a todos los implicados en el operativo. Las
mujeres del pueblo repartiendo caldo de puchero, cocinado por ellas mismas, a todos
los miembros del dispositivo, junto con comida, café, agua, mantas,
calentadores, ropa, y toda clase de suministros donados por un número inmenso de
particulares, supermercados y cafeterías, que, de esta forma, quieren poner su
grano de arena y su ayuda. Cooperativas y empresas de los pueblos cercanos que
aportan de forma gratuita sus propias furgonetas y vehículos para transportar
operarios, suministros y todo lo que pueda hacer falta. Vecinos que abren las
puertas de sus casas para que cualquiera pueda entrar y usar su baño.
Alojamientos rurales que, cancelando sus reservas, ofrecen sus habitaciones gratuitamente
para que los trabajadores y voluntarios del rescate puedan descansar
algunas horas. Y el ofrecimiento de materiales, vehículos, y hasta propuestas,
desde todos los rincones de esta triste y maltratada piel de toro.
Es, como decía
uno de los voluntarios, como si Julen fuera el hijo de todos.
Pero no es esta la
primera ni la única vez que actuamos así. La generosidad y la solidaridad de
nuestro pueblo nos desborda en cada situación dramática en que es necesaria.
Como en el 11 de
marzo de triste memoria, cuando los heridos ayudaban a los heridos; cuando
aparecieron voluntarios por todas partes para donar su tiempo y su sangre,
literalmente; cuando los de Telepizza llevaban gratis comida a los trabajadores
de la cruz roja, a los donantes de sangre y a los heridos; cuando un bar de
barrio, apenas una tasca de comidas, regaló 100 menús para los hospitales donde
no daban abasto con los heridos; cuando los taxistas hacían servicios gratis
llevando a víctimas, a familiares y a voluntarios; cuando en los hospitales los
médicos, enfermeros y personal sanitario doblaron turnos sin preguntar por las
horas extras; cuando los enfermos en esos mismos hospitales hacían colas de
horas para donar sangre; cuando en fin, y una vez más, salió lo mejor de todos
nosotros...
Lo dicho que en el fondo no somos tan malos, y
que a veces, solo a veces, no nos merecemos los políticos que tenemos, (aunque
seamos nosotros los que les hayamos votado y elegido). Y que en el fondo a cada
españolito de a pie le viene al pelo la frase del poeta: "¡Qué buen vasallo
sería, si tuviese buen señor!".
Publicado por Balder
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